EL VASO AZUL
Enviado por jorgegonzalez775 • 28 de Octubre de 2013 • 695 Palabras (3 Páginas) • 289 Visitas
El vaso azul
LUIS GARCÍA MONTERO 30 JUN 2007
Hay gustos para todo. Hay distancias para todo. Nos pasamos buena parte de la vida alejándonos en los almanaques y en los mapas de las cosas que nos hacen por dentro. La lejanía es una de las principales cuerdas que sostienen nuestra manera de ser. La memoria se llena de ritos, de detalles magnificados, de insistencias, porque necesitamos alargar esa cuerda y sentirnos leales al viajero que dijo adiós en una habitación de hotel, o se tomó el último café con un amigo, o se despidió de una ciudad a la orilla de un río, cuando las últimas palabras de la conversación y las primeras ventanas del anochecer se reflejaban en las aguas del tiempo. Los años pasan, erosionan los muros, se llevan cuerpos, monumentos pesados, agendas cargadas de obligaciones, acontecimientos solemnes. Y, mientras, quedan flotando algunos detalles frágiles, como el vaso azul que me regaló mi amigo Rahim. Pero se va a romper en la maleta, le dije, procurando evitar su compra. Qué iba a hacer yo con una cerámica vidriada, repleta de atauriques y filigranas de oro, muy al sur de mis gustos del sur. Pero las cosas y las personas llegan a nosotros en manos de un azar seguro. No conviene ser inflexibles, debemos dejar que la vida haga su propia colección, juntando las casualidades y nuestros gustos. Rahim fue el encargado de acompañarme durante la semana que estuve en Bagdad y en Babilonia, a finales de los años 80, como invitado a un festival de la poesía. Bagdad y Babilonia eran dos palabras legendarias, desbordadas por un presente sin mucha delicadeza. Menos antiguos palacios y mezquitas monumentales, había de todo en sus calles: un dictador muy fotografiado, mucho whisky en la cafetería del hotel y en los restaurantes, mujeres que vivían con libertad, hábitos occidentales en las tiendas y un hormiguero de gente que intentaba sobrevivir en medio de los semáforos, los tenderetes, las chilabas y la política internacional. Todo parecía muy sólido, y mi vaso azul iba a romperse en la maleta.
Se acabaron los 80, llegó 1991 con sus inviernos, empezaron a caer las bombas sobre Bagdad. La muerte acumuló trabajo en los primeros años del siglo XXI, y la ciudad se convirtió en una paisaje desolado de humos, casas en ruina, escombros y cadáveres. Ha desaparecido todo, menos la gente que mata o que sufre, las aguas del río Tigris, mucho más asustadas que antes, y el vaso azul de Rahim, que vigila con sus filigranas de oro desde una estantería de mi casa. Cuando estalló la primera Guerra del Golfo intenté informarme del destino de Rahim, pues nos habíamos hecho muy amigos en las calles de Bagdad, y de la suerte de Teresa, con la que había paseado junto a las orillas del río. Fue imposible encontrar sus rastros humanos debajo de los humos, de las desolaciones polvorientas. Como me gusta sostener la cuerda de la lejanía y procuro ser leal a mis recuerdos, la memoria se me
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