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Emilio O De La Educacion Libro 4


Enviado por   •  2 de Mayo de 2014  •  607 Palabras (3 Páginas)  •  419 Visitas

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¡Qué rápidamente pasamos por la tierra! El primer cuarto de la vida desaparece antes de que conozcamos el uso de la vida; el último cuarto se va después de haber dejado de gozarla. Primero no sabemos vivir, pronto ya no podremos, y del intervalo que separa estos dos extremos inútiles, los tres cuartos del tiempo restante se los llevan el sueño, el trabajo, el dolor, la sujeción y toda clase de penalidades. La vida es corta, no sólo por lo poco que dura, sino porque de este poco apenas hay momento en el que gocemos de ella. La hora de la muerte tiene de bello el estar alejada de la del nacimiento, y la vida es siempre muy corta cuando este espacio está mal llenado.

Nosotros nacemos, por así decirlo, en dos fases: la una para existir y la otra para vivir; la una por el espacio y la otra por el sexo. Estos que miran a la hembra como a un hombre imperfecto sin duda están equivocados, pero la analogía exterior es para ellos. Hasta la edad núbil los niños de los dos sexos no tienen nada aparente que les distinga; el mismo semblante, la misma figura, el mismo color...; en todo son iguales. Criaturas son los chicos y criaturas son las chicas; un mismo nombre califica a seres tan semejantes. Los varones a quienes impiden el ulterior desarrollo del sexo, conservan toda su vida esta conformidad y siempre son criaturas adultas, y las mujeres que no la pierden parece que bajo muchos aspectos nunca sean otra cosa, pero el hombre, en general, no está hecho para quedarse siempre en la infancia. Se sale de ella en el tiempo prescrito por la naturaleza, y este momento de crisis, aunque sea corto, tiene grandes influencias.

Como el bramido del mar precede desde lejos a la tempestad, esta tempestuosa revolución es anunciada por el murmullo de las nacientes pasiones, y una fermentación sorda advierte la proximidad del peligro. Una mutación en el humor, frecuentes enfados, una continua agitación de espíritu hacen casi indisciplinable al niño. Sordo a la voz que oía con docilidad, es el león con calentura; desconoce al que le guía y ya no quiere ser gobernado.

A los signos morales de un humor que se altera se unen cambios sensibles en su exterior. Su fisonomía se desenvuelve y se imprime en ella su sello característico; el vello escaso y suave que crece bajo sus mejillas toma consistencia, su voz cambia o mejor es otra; no es niño ni hombre y no puede tomar el habla de uno ni de otro. Sus ojos, que son los órganos del alma y que hasta ahora nada nos decían, toman su expresión y su lengua, los anima un ardor naciente y todavía reina la santa inocencia en sus vivas miradas, pero ya han perdido su primera sencillez, y se da cuenta de que pueden decir mucho; empieza a saber lo que siente, y está inquieto sin motivos para estarlo. Todo esto puede venir despacio, y todavía dejarle tiempo, pero si es muy impaciente en su viveza, si se convierte en furia su arrebato, si de un instante a otro

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