No Me Olvides
Enviado por susanacarolina • 22 de Abril de 2014 • 1.154 Palabras (5 Páginas) • 266 Visitas
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"Querido diario: ¿Por qué la vida es tan difícil?
Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda una eternidad!
Claro que nunca hubiera creído que me encantaría trabajar en un centro asistencial, y que alguien como Gabriel se cruzaría en mi camino.
Desde que lo conozco, me siento otra persona. Tenemos tantas cosas en común, y se nos acaba el tiempo... ¡Ahora querría que esas trescientas horas fueran eternas!
PD: ¿Cómo se le dice adiós a alguien que se ama?
Cheryl Lanham Dark Guardians
No me Ollviides
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CCaappiittuulloo 11
Transcripto por shuk hing, Sofi.r.o y Florrii
18 de septiembre
Querido Diario:
Mi vida ha llegado a su fin. Preferiría estar muerta. Me han condenado a trescientas horas — ¡trescientas!, ¿puedes creerlo?— de servicios comunitarios. Es una injusticia. Con los terroristas y los asesinos suelen ser más condescendientes… Pero esa maldita jueza me odió desde el primer momento. ¡Ni me dejó abrir la boca! Ahí sentada, lo único que hacía era mirarme fijo por encima de aquellos horrendos anteojos con armazón de carey. Dijo que estaba harta de las niñas ricas y malcriadas que juegan con las personas de esta comunidad como si fueran muñecos que pueden manejar a su antojo y que, por lo tanto, iba a sentar un precedente conmigo, que yo me convertiría en un ejemplo. Ésas fueron exactamente sus palabras. ¡Santo Dios! Cualquiera habría creído que robé la Constitución o la Campana de la Libertad en lugar de unos miserables pendientes. Traté de explicarle que sólo fue una travesura, que en realidad tenía intenciones de pagarlos. Pero ella se negó a escucharme. Y como si todo eso hubiera sido poco, mis padres me quitaron la licencia de conducir. Conclusión, ahora no puedo usar mi auto. Es una injusticia. Jamás he robado nada en mi vida y, la única vez que lo hago, me pescan. No puedo creer que esto sea verdad. Mi último año de secundario desperdiciado… No puede haber nada peor.
La estridente campanilla del teléfono quebró el silencio. Jean dejó su bolígrafo y arrancó el auricular de la horquilla antes de darle la oportunidad de que volviera a sonar. Considerando la suerte que la había acompañado en esos últimos tiempos, si sus padres recordaban que tenía una extensión en su cuarto, podían ser capaces de sacarle también eso.
― Hola. ¿Cómo te fue? ― Le preguntó Jennifer, su mejor amiga.
― Peor, imposible. ― Apartó un rubio mechón de cabello de sus ojos. ― La jueza me odió desde el primer momento. Ni siquiera se dignó escuchar mi versión de la historia.
— ¿Jueza, dijiste?
― Sí, era una mujer, aunque no exactamente lo que se dice un modelo de dulzura, suavidad y comprensión. ― Suspiró. La parte que seguía no iba a resultarle sencilla. Si bien Jennifer era su mejor amiga, no cabía duda de que se pasaría la mitad de la noche llamando por teléfono a Dios y a María Santísima para contarles la novedad con lujo de detalles. La razón de su vida eran ― además de hacer compras, claro ― los chismes.
― ¿Y bien? —la urgió Jennifer, impaciente—.Habla de una vez. ¿Cuál fue la sentencia? ¿Te dieron libertad condicional?
― Ojalá. — Jean frunció el entrecejo. — Me condenaron a trescientas horas de servicios comunitarios.
— ¿Servicios comunitarios? — exclamó su amiga,
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