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16 LECCIONES DE SANTIDAD TOMADO DEL LIBRO DE JERRY BRIDGES EN POS DE LA SANTIDAD


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2013  •  1.897 Palabras (8 Páginas)  •  3.150 Visitas

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16 LECCIONES DE SANTIDAD TOMADO DEL LIBRO DE JERRY BRIDGES EN POS DE LA SANTIDAD

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LA SANTIDAD ES PARA TI

PORQUE EL PECADO NO SE ENSENOREARA DE VOSOTROS; PUES NO ESTÁIS BAJO LA LEY, SINO BAJO LA GRACIA.

Romanos 6:14

Dios espera que todo creyente viva una vida santa. Pero la santidad no es algo que se espera de nosotros simplemente; forma parte de un derecho de nacimiento prometido a cada creyente. La afirmación de Pablo es acertada. El pecado no se ha de enseñorear de nosotros.

El concepto de la santidad puede resultarle un tanto antiguo a la generación actual. En algunas personas la sola mención de la palabra santidad evoca imágenes de un cabello armado en rodetes, de faldas largas y de medias negras. Otras personas asocian el concepto con una actitud chocante que expresa la idea de que “yo soy más santo que tú”. Con todo, la santidad es un concepto escriturario muy claro. La palabra santo aparece más de 600 veces en la Biblia en diversas formas. Hay un libro entero, el de Levítico, que está dedicado al tema, y la idea de la santidad está entretejida en otras partes de las Escrituras en toda su extensión. Y lo que es más importante todavía, Dios nos ha mandado explícitamente que seamos santos (véase Levítico 11:44).

La idea de cómo llegar a ser santos ha sufrido variaciones como consecuencia de numerosos conceptos. En algunos círculos, la santidad equivale a tener en cuenta una serie de prohibiciones — generalmente en cuestiones tales como el cigarrillo, la bebida y el baile. La lista de prohibiciones varía según el grupo de que se trate. Para otros, la santidad significa un estilo particular de vestimenta y de modos de obrar. Para otros, en fin, significa una perfección inalcanzable,

Todas estas ideas, si bien son acertadas en alguna medida, pierden de vista el concepto central.

Ser santos significa ser moralmente intachables. Es estar apartados del pecado y, por consiguiente, estar consagrados a Dios. La palabra santo significa “separado para Dios, y la conducta que corresponde al que de este modo está apartado”.

Tal vez el mejor modo de comprender la idea de la santidad, consista en observar cómo usaban esta palabra los escritores del Nuevo Testamento.

En 1 Tesalonicenses 4:3-7 Pablo usó el término en contraste con una vida caracterizada por la inmoralidad y la inmundicia.

Pedro lo usó en contraste con la vida vivida de conformidad con los deseos pecaminosos que teníamos cuando vivíamos alejados de Cristo (véase 1 Pedro 1:14-16).

Juan contrastó al que es santo con el que es vil y hace lo malo (Apocalipsis 22:11). Vivir una vida santa, por lo tanto, es vivir una vida de conformidad con los preceptos morales de la Biblia, y en contraste con la orientación pecaminosa del mundo. Es vivir una vida que se caracteriza por “(despojarnos) del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. . . y (vestirnos) del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22,24).

Por consiguiente, si la santidad es tan fundamental para la vida cristiana,

¿Por qué no la experimentamos en mayor medida en la vida cotidiana?

¿Por qué son tantos los creyentes que se sienten constantemente derrotados en su lucha contra el pecado?

¿Por qué a menudo la iglesia de Jesucristo parece conformarse más al mundo que la rodea, que a Dios?

A riesgo de aparecer extremadamente simplistas, las respuestas a las preguntas enunciadas pueden agruparse en tres áreas básicas de problemas.

El primer problema es que nuestra actitud hacia el pecado se centra en nosotros mismos más bien que en Dios. Nos preocupa más nuestra propia “victoria” sobre el pecado, que el hecho de que nuestros pecados entristecen el corazón de Dios. No podemos aceptar el fracaso en nuestra lucha con el pecado, principalmente porque nuestra vida está orientada hacia el éxito, y no porque sepamos que el pecado ofende a Dios.

W. S. Plumer escribió: “Jamás veremos el pecado a la luz que corresponde, mientras no lo veamos como algo cometido contra Dios. Todo pecado se comete contra Dios en el siguiente sentido: que es la ley de Dios a la que se quebranta, que es su autoridad a la que se menosprecia, que es su dominio al que se desecha. . . Faraón y Balaam,

Saúl y Judas, todos ellos dijeron: ‘He pecado’; pero el hijo pródigo volvió diciendo: ‘He pecado contra el cielo y contra ti’; y David exclamó: ‘Contra ti, contra ti solo he pecado’.”

Dios quiere que seamos obedientes — no necesariamente victoriosos. La obediencia está orientada hacia Dios; la victoria está orientada hacia uno mismo. Podría parecer que estamos haciendo averiguaciones por asuntos semánticos, pero es que en la raíz de muchos de nuestros problemas relacionados con el pecado, hay una sutil actitud egocéntrica. Mientras no reconozcamos la existencia de esa actitud y no la resolvamos adecuadamente, no podremos vivir una vida de santidad en forma consecuente.

Esto no quiere decir que Dios no quiera que conozcamos la experiencia de la victoria; más bien lo que queremos destacar es que la victoria es un subproducto de la obediencia. En la medida que nos dediquemos a vivir una vida obediente y santa, conoceremos con toda seguridad el gozo de la victoria sobre el pecado.

El segundo problema consiste

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