CATEQUISTA
Enviado por cande.123 • 27 de Noviembre de 2013 • 3.115 Palabras (13 Páginas) • 356 Visitas
La misión del catequista
Hay un cuadro de Murillo llamado "Los niños de la concha" en un fondo tranquilo y sereno, mientras los ángeles desde lo alto miran y sonríen, el Niño Jesús con una conchita da al pequeño Juan Bautista el agua tomada de un limpiadísimo riachuelo que se desliza a sus pies.
He aquí la misión del catequista: Sustituir a Jesús y dar a los niños con el catecismo, el agua de la vida eterna.
Es una misión noble
El catequista continúa la obra de Jesús y de los apóstoles: se coloca en línea con los obispos, los sacerdotes y los misioneros; ayuda a la familia que no siempre puede o sabe educar sola a los hijos; ayuda a la patria para formar buenos ciudadanos. Ayuda, sobre todo, a la religión. Ciertamente que el centro de la religión está en la Santa Misa, los sacramentos, las funciones sagradas. ¡Que huellas tan hondas dejan en el alma una primera comunión, el rito del matrimonio, una confesión bien hecha!.
¿Pero que es lo que se recoge en una Primera Comunión, en el rito del matrimonio bien celebrado?. Lo que el catequista ha sembrado antes. ¿Quién va a Misa, a los actos del culto y saca de ellos fruto práctico?. El que ha sido preparado por un catequista serio y bien preparado.
¿Quién se confiesa con acusación sincera de dolor y propósito firme de enmienda?. El que ha tenido un excelente catequista que lo ha instruido acerca de la confesión con ideas, convicciones y buenos hábitos.
San Pío X dijo: "El apostolado del catequista, es el más grande de los apostolados hoy día".
Es una misión difícil
Las dificultades vienen ya de parte de los alumnos, ya de parte del mismo catequista. Los niños son con frecuencia muy inconstantes, inquietos, distraídos por mil cosas. Los familiares ayudan poco a la obra del catequista, y a veces la obstaculizan o la destruyen.
Las dificultades de parte del catequista son: que se siente a veces impreparado, que tiene poco tiempo, que debe someterse a la fatiga de la preparación, que tiene que fatigarse para mantener la disciplina debida, etc. y además el catequista se halla desilusionado por el desaliento, tanto más difícil cuanto ha sido mayor el entusiasmo al empezar. No se ve el fruto inmediato, se encuentran dificultades, se prueban desilusiones, amarguras y a veces se desea dejarlo todo.
Es una misión que lleva fruto
Las dificultades se superan. Quien tiene entusiasmo insiste, repite y sobre todo procura prepararse debidamente para hacer atrayente la lección, llega a llamar la atención de los niños.
El fruto no puede faltar, y segura es la recompensa del Señor que ha dicho: "Todo cuanto hayáis hecho a uno de estos pequeños, lo habéis hecho a Mí", y estas otras "Los que hayan enseñado la justicia a muchos, brillarán como astros en la eternidad"
Pero además hay también fruto y resultado en la tierra. El agricultor recoge la cosecha, pero sólo después de haber arrojado la semilla. El catequista es un sembrador y a veces el efecto de su enseñanza se verá solamente más tarde, en una desgracia, en peligro de muerte, otras veces el fruto es visible en los jóvenes que prepara, que llegan a ser mejores y que son agradecidos al que los instruyó.
Las dotes del catequista
Depende Sobre todo del catequista que su misión tenga éxito o no. San Felipe Neri y San Juan Bosco, catequizaban a los muchachos en cualquier rincón de la sacristía, hasta en la calle, sin lujo de ambiente, sin medios y sin embargo los encantaban como si fueran magos y los transformaban. Tenían lo que es más importante: las bellas dotes, que se pueden dividir así:
Dotes religiosas, que hacen al cristiano.
Dotes morales, que hacen al hombre
Dotes profesionales o de oficio, que hacen al maestro
Dotes externas, que no hacen nada nuevo y no son indispensables pero que dan pleno resultado y relieve a las dotes precedentes y permiten al catequista brillar delante de sus chicos, con luz completa del cristiano, del hombre o del maestro.
Dotes religiosas
Buena conducta.
Es una dote capital. Los niños leen más en el catequista que en el catecismo, se impregnan más de la conducta que de las palabras, se les graba más con los ojos que con los oídos. Son como la esponja: absorben sobre todo lo que ven, y ven mucho
Tienen una antena finísima para captar todo lo que el catequista es interiormente. Si el catequista es bueno, su voz externa podrá decir lo que quiera, pero otras cien voces claman para desmentir lo que pronuncian sus labios.
No se logra insinuar a los niños la dulzura, el perdón, cuando negros pensamientos de rencor o de venganza dan arrugas a nuestro rostro.
No se lleva la pureza con las palabras hermosas, cuando feos hábitos o pensamientos pecaminosos obscurecen nuestra alma.
El catequista no puede dar lo que no tiene, y así no enseña sino lo que posee y no sabe sino lo que es.
Piedad
Dios produce en el alma la vida sobrenatural o sea la gracia y la virtud. El catequista es por tanto únicamente un instrumento del cual Dios se sirve. Si permanece unido a Dios, viviendo en estado de gracia, hará bien a sus discípulos; separado de Dios por el pecado mortal, su trabajo será estéril para la vida eterna.
Es como la lámpara eléctrica: unida a la corriente, da luz y claridad; separada de ella, todo lo deja a oscuras.
Así han existido muchos catequistas que careciendo de dotes externas, con poco ingenio y cultura, sin embargo han obtenido frutos maravillosos. Tenían una piedad profunda con la que conquistaban a los niños, más que con toda la elocuencia del mundo.
Catequistas que no solo enseñaban a conocer a Dios, sino que lo mostraban y hacían sentir, como el Santo Cura de Ars del que se decía: ¡Vayamos a ver a una copia de Dios!
No se concibe un catequista sin verdadera piedad. ¿Cómo podrá hacer amar al Señor, si él, primero, no lo ama? ¿Cómo enseñará a orar, a frecuentar los sacramentos, si no tiene gusto por la oración, afición por las funciones religiosas, si no hace bien la genuflexión, la señal de la cruz, etc.?.
La piedad no es como una máscara que se pone y se quita; es un perfume que se desprende de un alma deseosa de agradar a Dios y que los niños ven y reconocen con una facilidad extraordinaria. Si los niños se sienten amados, abren la puerta del corazón, confían, escuchan, se dejan educar.
Convicción profunda
El catequista debe ser un entusiasta, un convencido. Convencido de que su misión es una cosa grande, que las
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