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Concilio De Nicea


Enviado por   •  9 de Mayo de 2015  •  2.984 Palabras (12 Páginas)  •  415 Visitas

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Introducción:

Es el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, que se celebró en el año 325 con motivo de la herejía de Arrio (Arrianismo1). Anteriormente, en el año 320, o en el 321, San Alejandro, obispo de Alejandría, había convocado en dicha ciudad un concilio en el cual más de cien obispos de Egipto y Libia anatematizaron a Arrio.

Pero éste continuó oficiando en su iglesia y reclutando adeptos. Cuando, finalmente, fue expulsado, se dirigió a Palestina y, desde allí, a Nicomedia. Durante este tiempo, San Alejandro publicó su "Epístola encyclica", que fue contestada por Arrio; a partir de este momento fue evidente que la polémica había llegado a un punto que escapaba a la posibilidad del control humano. Sozomenes menciona un Concilio de Bitinia del que surgió una encíclica dirigida a todos los obispos solicitándoles que recibieran a los arrianos en la comunión de la Iglesia. Esta disputa, junto con la guerra que pronto estalló entre Constantino y Licinio, complicó la situación y explica, en parte, el agravamiento del conflicto religioso durante los años 322-323.

Muchos que se oponen a la doctrina de la trinidad insisten en decir que el emperador, Constantino, la impuso a la iglesia primitiva en 325 d.C. Debido a su importante papel en convocar a los líderes de la iglesia en Nicea, podría ser útil echar una mirada más cercana a Constantino y su relación con la iglesia.

Constantino2 creía que Dios debía ser apaciguado con la adoración correcta, y alentó la idea entre los cristianos de que él "servía al Dios de ellos". La participación de Constantino en la iglesia se centraba en su esperanza de que ésta pudiera convertirse en una fuente de unidad para el atribulado imperio. No estaba interesado tanto en los detalles más finos de la doctrina como en finalizar una disputa causada por desacuerdos religiosos. Escribió, en una carta: "Mi designio era, entonces, primeramente traer los diversos juicios encontrados por todas las naciones con relación a la Deidad a una condición, por así decirlo, de uniformidad acordada; y, en segundo lugar, restaurar un tono saludable al sistema del mundo . . ."

La controversia comenzó como un desacuerdo entre Arrio y su obispo, Alejandro3, en 318 d.C. Sus diferencias se centraban en cómo expresar la comprensión cristiana de Dios usando el lenguaje filosófico corriente. Este tema se había vuelto importante debido a las diversas visiones heréticas de Jesús que se habían introducido en la iglesia a fines del siglo segundo y principios del tercero.

El uso de lenguaje filosófico para describir realidades teológicas había sido habitual a lo largo de la era de la iglesia, en un intento por describir con precisión lo que había sido revelado en la Biblia.

Alejandro sostenía que la Biblia presentaba a Dios el Padre y a Jesús con una naturaleza igualmente eterna. Arrio sentía que los comentarios de Alejandro apoyaban una visión herética de Dios, denominada sabelianismo, que enseñaba que el Hijo era meramente un modo distinto del Padre, más que una persona diferente. Los testigos de Jehová sostienen hoy que la posición de Arrio era superior a la de Alejandro.

El concilio de Nicea fue convocado para considerar una pregunta vital para la iglesia: ¿Era Jesucristo igual a Dios el Padre o era Él otra cosa? Atanasio4, un joven de solo veintitantos años, asistió al concilio para luchar por la idea de que "si Cristo no fuera verdaderamente Dios, entonces no podría otorgar vida a los arrepentidos y liberarlos del pecado y la muerte". Él lideró a los que se oponían a las enseñanzas de Arrio, que sostenía que Jesús no era de la misma sustancia que el Padre.

No queda demostrado históricamente si el emperador, al convocar el Concilio, actuó por su cuenta y en su propio nombre o si lo hizo de acuerdo con el Papa; sin embargo, es probable que Constantino y Silvestre hubieran llegado a un acuerdo. Con objeto de facilitar la asistencia al Concilio, el emperador puso a disposición de los obispos los medios de transporte públicos y los correos del imperio; incluso, mientras se celebraba el Concilio, aportó provisiones abundantes para el mantenimiento de los asistentes. La elección de Nicea fue positiva para facilitar la asistencia de un importante número de obispos. Era fácilmente accesible para los obispos de casi todas las provincias, pero especialmente para los de Asia, Siria, Palestina, Egipto, Grecia y Tracia. Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el vestíbulo central del palacio imperial.

La mayor parte de los obispos presentes eran griegos; entre los latinos solamente conocemos a Osio de Córdoba, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, en Panonia, y los dos sacerdotes de Roma, Víctor y Vincentius, que representaban al Papa. La asamblea contaba entre sus miembros más famosos a San Alejandro de Alejandría, Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea y Nicolás de Myra. Alguno de ellos había padecido durante la última persecución; otros no estaban suficientemente familiarizados con la teología cristiana. Entre los miembros figuraba un joven diácono, Atanasio de Alejandría, para quien este Concilio fue el preludio de una vida de conflictos y de gloria.

El concilio reconoció que Cristo era Dios de Dios verdadero. Si bien el Padre y el Hijo diferían en sus papeles, ellos, y el Espíritu Santo, eran verdaderamente Dios. Más específicamente, Cristo es de una sustancia con el Padre. La palabra griega homoousios5 se usó para describir esta igualdad. El término era polémico, porque no aparece en la Biblia. Algunos preferían una palabra diferente que transmitiera similitud más que igualdad. Pero Atanasio y la casi unánime mayoría de los obispos sintieron que esto podría resultar con el tiempo en la disminución de la igualdad de Cristo con el Padre. También sostenían que Cristo fue engendrado, no hecho. Él no es una cosa creada en la misma clase que el resto del cosmos. Concluyeron por postular que Cristo se hizo humano para la humanidad y su salvación. El concilio fue unánime en su condena de Arrio y sus enseñanzas. También removió dos obispos libios que se rehusaron a aceptar el credo formulado por el Concilio.

El Credo de Nicea, en su totalidad, afirmaba la creencia ". . . en un sólo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todo lo visible y lo invisible. Y en un sólo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios nacido del Padre: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó y se hizo hombre; padeció

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