Doña Débora
Enviado por yolillgg • 27 de Octubre de 2014 • 586 Palabras (3 Páginas) • 187 Visitas
El que sale, y doña Débora que entra. Viene inflamada por el calor y el apresuramiento. En cuanto la sienten las del Pino se le abocan, la interrogan, quieren sacarle de un tirón la gran noticia. Siéntase doña Débora en un diván exclamando:
-¡Déjenme descansar y les cuento!
Se le acercan, la rodean, la asedian. No respiran. Medio repuesta un punto, dice la mensajera:
-¡Mis queridas! ¡Se las comió el santico! ¡Hablé con Ulpianito: hace más de dos años que no ha vuelto al seminario!... ¡Ulpianito ni se acordaba de él!...
-¡Imposible! ¡Imposible! -exclaman a dúo las dos señoras.
-No ha vuelto... ¡Ni un día! Ulpianito ha averiguado con el Vicerrector, con los Pasantes, con los Profesores todos del Seminario. Ninguno lo ha visto. El portero, cuando oyó las averiguaciones, contó que ese muchacho estaba entregado a la vagamundería. Por ai dizque lo ha visto en malos pasos. Según cuentas, hasta donde los protestantes dizque ha estado...
-¡Esa es una equivocación, misiá Débora! -prorrumpe Fulgencita con fuego.
-¿Eso es para no darle la beca! -exclama doña Pacha sulfurada-. ¡Quién sabe en qué enredo habrán metido a ese pobre angelito!...
-¡Sí, -Pacha! -asevera Fulgencita-. A misiá Débora la han engañado. Nosotras somos testigas de los adelantos de ese niño; él mismo nos ha mostrado los certificados de cada mes y las calificaciones de los certámenes.
-Pues no entiendo, mis señoras, o Ulpiano me ha engañado... -dice doña Débora ofuscada, casi vacilando.
Juan de Dios Barco aparece.
-¡Oiga, Juancho, por Dios! -exclama Fulgencita en cuanto le echa el ojo encima-. Camine, oiga estas brujerías. ¡Cuéntele, misiá Débora!
Resume ella en tres palabras; protesta Juancho; se afirman las patronas; dase por vencida doña Débora.
-¡Esta no es conmigo!... -vocifera doña Pacha, corriendo
al teléfono.
¡Tilín!... ¡Tilín!...
-¡Central!... ¡Rector del Seminario!...
¡Tilín!... ¡Tilín!...
Y principian. No oye, no entiende; se enreda, se involucra, se tupe, da la bocina a Juancho y escucha temblorosa. La sierpe que se le enrosca a Núñez de Arce le pasa rumbando. Da las gracias Juancho, se despide, cuelga la bocina y aísla.
A aquella cara anodina, agermanada, de zuavo de Cristo, se vuelve a las señoras; y con aquella voz de inmutable simpleza dice:
-¡Nos co-mió el se-bo el pen-de-je-te!
Se derrumba Fulgencia sobre un asiento. Siente que se desmorona, que se deshiela moralmente. No se asfixia porque la caldera estalla en un sollozo.
-¡No llorés, Fulgencia! -vocifera doña Pacha con voz enronquecida y temblona-. ¡Dejámelo estar!
...