El Codigo Del Campeon
Enviado por gogo5792 • 14 de Noviembre de 2014 • 33.898 Palabras (136 Páginas) • 1.086 Visitas
CONTENIDO
Capitulo 1: Corazón de caballero Capitulo 2: Las ligas mayores Capitulo 3: El puño del campeón Capitulo 4: Expediente borrado Capitulo 5: Escuadrón de únicos
Capitulo 6: Determinado, decidido, entusiasmado Capitulo 7: Esa extraña raza de visionarios Capitulo 8: Hombres de negro
Capitulo 9: El divino Showman
Capitulo 10: La asombrosa historia de los Cohen
Epilogo: El disidente
Corazón de caballero
«Muchacho, Dios nunca usará a una persona como usted». El hombre estaba enojado, y su dedo huesudo me señalaba sin piedad. La frase fue lapidaria, incisiva, categórica. Su acento alemán estaba más acentuado que nunca, tal vez porque el nerviosismo escarbó en sus raíces más profundas. Ese pastor estaba enfadado, pero su sentencia hipotecaría mi futuro por mucho tiempo. Una frase así, solo hace que un muchacho de quince años crea que definitivamente es un fracaso.
En esencia, este es un libro de códigos secretos, de esas cosas que siempre quisiste preguntar y, como no te animabas, terminabas creyendo que eras el único con ese síndrome oculto.
¿Quieres sentir lo que pasa por el corazón de un joven acomplejado?, acompáñame y observa a este servidor, con unos frágiles quince años de edad. Lo que acaba de decir este patriarca alemán tiene algo de cierto:
no aplicaba para jugar en el gran equipo de Dios.
Desde Its doce años tuve un gran problema de alimenta- ción, mezclado con el inevitable crecimiento de la adolescen-
cia. Podía consumir un cóctel de vitaminas, pero nada podía
hacer que engordara una mísera libra. Mis piernas parecían, literalmente, las de un tero o un avestruz, las rodillas eran unas tapas que sobresalían deformemente por sobre el pan- talón. Una nariz prominente y ojos saltones, terminaban de
completar el menú para transformarme en alguien total- mente introvertido con un mundo interior en caos. No ten- gas en poco lo que trato de detallarte, solo los que han es- tado en esa estación de la vida, pueden recordarlo con una amarga sonrisa.
Esas horripilantes gafas que te transformaban en un sa-
belotodo poco popular y detestable. Esa barriga que sobre- salía por sobre el cinturón, aunque tratabas de ocultarla pa- rándote derecho y levantando el mentón. Esos dientes irre- gulares y amarillos (sé que es desagradable, pero ayúdame a hacer memoria), los zapatos especiales para pies planos. Las enormes orejas que no podías aplastar ni ocultar con el pe- lo. Los endemoniados frenillos en la dentadura, esa estúpida tartamudez cuando ibas a hablar en público, la voz aflautada y esos granos, oh, esos intrusos terroristas que se habían propuesto arruinar tu cara y el resto de tu reputación. ¿Has estado allí?, si reconoces ese amargo lugar de la desubica- ción y la estima destrozada, seguramente aún sonríes con cierto aire a dolor y nostalgia.
Todavía recuerdo mi apodo en el nivel secundario, me molestaba, me marcaba a fuego cada vez que lo pronuncia- ban. Mi estructura física era tan endeble, tan frágil, que me bautizaron «Muerto».
A la hora de elegir los equipos para un enfrentamiento deportivo nadie quería al «Muerto» entre sus filas. —Ni siquiera sabe correr.
—No es que no sabe, no puede... ya se murió, está páli- do, no tiene color.
A la hora de los chistes, un gordito con la estima hecha
añicos, y el «Muerto» éramos el blanco perfecto para las bromas pesadas.
Pero lo peor llegaba con el verano, tres largos y febriles meses de tortura. Tenía que ingeniármelas para no usar pan- talones cortos. Estos acentuaban mucho más mis piernas pá- lidas y raquíticas. A un acomplejado jamás le importa si ha-
ce demasiado calor, las mangas largas eran el refugio de unos brazos esqueléticos. La abundante vestimenta siempre parece protegerte de las ácidas bromas o las miradas indis- cretas del prójimo.
Si a eso le sumas la patética frase de un pastor que, do- minado por la ira, te apunta con su índice y te recuerda que
estás fuera del equipo de Dios, entonces ya no vives, sobrevives.
Si a los quince años, todo el mundo que conoces, opina que estás «muerto», no tienes un futuro alentador.
Afortunadamente, la historia dice que mucha gente
«muerta» decidió cambiar su destino.
Tu escudo de nobleza
—Algún día seré un caballero del rey —dice el niño rubio, mientras observa un desfile militar.
—¡Ja, ja, ja! ¿Un caballero? ¡El hijo de un techador quiere
ser un caballero! —se burla un vecino algo viejo y moles-to por los sueños de un niño demasiado ambicioso—, sería más fácil cambiar las estrellas, antes que seas un caballero.
El niño siente la daga del sentido común que lo atraviesa. La lógica dice que él no tiene sangre de nobleza, ya lo dijo el veci-
no: Es el hijo de un techador, apenas un reparador de goteras.
Sin embargo tiene una esperanza, débil, pero esperanza al fin. Es el boxeador que perdió en cada asalto, pero se jue- ga uno más. Es el corredor que se dobla el tobillo faltando cincuenta metros para la meta, pero se reincorpora otra vez.
—¿Podré algún día cambiar las estrellas? —pregunta a su padre.
—Siempre que quieras, podrás cambiar tu estrella —res- ponde el sabio techador.
El film se titula «Corazón de caballero» y narra la historia de alguien que logró cambiar su destino, trastrocó la lógica, se peleó con el sentido común. Debió ser techador, pero pre-
firió anhelar ser caballero. Se enroló en los combates como si fuese un noble, logró tantas victorias, que para cuando descubren que no tiene sangre de nobleza, ya es demasiado popular, demasiado campeón. Y un rey le otorga el verdade-
ro título al mérito. Un corazón de león que cambia su futuro aunque esté «muerto».
Puedes cambiar tu estrella.
—Ustedes pueden impedir que yo sea médico —les dice Patch Adams a toda una comisión de importantes docto-res—, pueden despedirme de la facultad de medicina. Pueden negarme el diploma. Pero yo seré médico en mi corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un huracán. Siempre estaré abb. Ustedes deben elegir si de-sean tener un colega... o una espina clavada en el pie.
Los médicos escuchaban aturdidos al aspirante, que en pocos meses, con métodos poco ortodoxos como el humor, o
la contención afectiva de
...