El Cristo Huanuqueño
Enviado por hefer • 17 de Noviembre de 2012 • 3.564 Palabras (15 Páginas) • 329 Visitas
El Cristo Huanuqueño
Introducción
Con el presente trabajo no pretendo resolver grandes dudas teológicas sino más bien dar a conocer el Cristo que conocí no en la iglesia evangélica del Perú, de la que soy heredero, sino más bien de aquel Cristo que percibí a través de los casi 20 años que viví en mi ciudad natal Huánuco, ubicada en el centro del territorio peruano y a mas de 300 kilómetros de Lima, esta urbe es la capital de uno de los departamentos más pobres del Perú pero que sin embargo ha sido cuna de grandes teólogos y pastores que surgieron a partir de la década de los 50 del siglo XX, los mismos que son los pilares de las más grandes iglesias y centros de estudios teológicos en el país, pues esta ciudad favorecida por un clima bastante templado fue elegida por misioneros venidos de tierras del norte y del otro lado del atlántico para fundar en ella los primeros centros de estudios teológicos por un lado el Instituto Teológico Alianza, que más adelante se transformaría en Seminario Bíblico Alianza trasladado hacia Lima y el Instituto Bíblico Ministerial que hoy es el Seminario Teológico Iglesia Evangélica Peruana
En las próximas líneas encontrará el lector una descripción de cómo fue que llegó Cristo a tierras huanuqueñas, una descripción del Cristo ya establecido de la tradición, seguido del Cristo religioso que venera la mayoría de habitantes de esta urbe, para finalmente hacer un breve recorrido histórico del Cristo evangélico que conozco en sus diferentes presentaciones.
La llegada de Cristo
La llegada del Cristo y por ende del cristianismo en su formato católico romano en formación se da de la misma manera que muchos pueblos fundados en la época de la colonia con la llegada de los españoles.
El 15 de agosto de 1539, Huánuco fue fundada con el nombre de Huánuco de los Caballeros por los conquistadores españoles. Como su mismo nombre lo dice, fueron en realidad los conquistadores, los saqueadores que nos trajeron en este caso a un Cristo destructor e implacable, al que los pobladores huanuqueños tenían miedo, pero que sin embargo por la propia forma de ser de los “pata amarilla” (pobladores de Huánuco), nunca recibió una respuesta violenta.
Una de las formas más gráficas de percibir esta pasividad ante un Cristo agresor son las esculturas de las Manos Cruzadas, las que hoy existen precisamente en las ruinas de Kotosh en el “Templo de las manos cruzadas” a 5 kilómetros de la ciudad de Huánuco.
Siglos más tarde, allá por la década de los años 1930, la llegada del protestantismo o más bien evangélicalismo americano fue recibida de la misma manera pasiva, casi indiferente. Sin embargo ya la atmósfera cambiada, el Cristo nuevo llegó como una alternativa, como solución a problemas de esta pequeña urbe. Igualmente, este Cristo nuevo tuvo que luchar por quedar bien ante los más pobres y contemplativo con los más pudientes. El huanuqueño, una vez más, acepta Cristo. No cae mal una distracción más.
El Cristo de la tradición: adorado por los ““negritos”” de Huánuco
Pero el Cristo no es exclusivo del protestantismo evangélico, pues también la tradición lo usa como una suerte de amuleto, apoyada de forma disimulada por la Iglesia católica, hablo de la adoración al Niño Jesús en el tradicional baile de los ““negritos”” de Huánuco, que hasta ahora se conserva.
Esta es una de las danzas más populares del centro peruano. Nos habla con ironía del rigor de la colonia, aquel tiempo en que los esclavos cultivaban caña en las haciendas huanuqueñas. Sin embargo, de forma curiosa ha pasado a ser un festivo modo de expresar cariño al Niño Jesús. Las cofradías de los "“negritos”" salen a recorrer la ciudad, luciendo sus máscaras y sus mejores galas, en vistosos trajes de luces.
Sus inicios se pierden en el año de la colonia cuando los hombres de color fueron traídos al Perú desde Cafre y otros pueblos del África para los trabajos en las haciendas, la minería y los conventos. Es muy importante señalar el Decreto promulgado en nuestra naciente patria por Ramón Castilla sobre la libertad de los negros el 13 de diciembre de 1854. A partir de esta fecha, y con la cercanía a la fecha tradicional mundial del nacimiento del Niño Dios, las cofradías hicieron su aparición en las calles. Los danzantes al son del bombo visitaban los nacimientos y las iglesias.
Con el correr de los años los hombres de color fueron exterminándose, por lo que tuvieron que ser reemplazados por los mestizos y luego por lo blancos. Como la danza era de los “negritos”, éstos tuvieron que confeccionarse máscaras con los rasgos propios de los africanos.
Los siglos han pasado y los “negritos” todavía adoran al Cristo niño. En estos ya casi dos siglos de existencia, el niño no ha crecido. El Cristo sigue siendo un bebé. Ellos no adoran aún Cristo salvador, ellos veneran a un niño bueno, porque, me imagino, les es mas fácil que adorar a un blanco ya adulto que les es sinónimo de opresión.
Aún en el siglo 21, esta danza turística sigue siendo más viva. Tal vez el reflejo de muchas de sus cofradías es simplemente seguir adorando a un bebé Dios, un Cristo niño que no nos juzgará, que no exigirá nada a cambio, mientras que el 90% de sus danzantes lo ha hace por diversión en un estado etílico deplorable. Para ellos, Cristo es un niño inocente, de quien se pueden en el fondo seguir burlando.
El Cristo religioso: El señor de Burgos
Sería para mí imperdonable pasar por alto el Cristo de la mayoría de los pobladores de mi ciudad, muy nominativo, muy cliché, muy ausente, muy lejano, pero irónicamente llamado el santo patrono de Huánuco: El señor de Burgos, imperdonable más por sentido común, llámese estadístico, que porque realmente valga la pena nombrarlo.
En realidad no hay muchos datos exactos en los cuales basar su existencia; sin embargo, se sabe que su imagen fue traída a Lima por encargo del padre agustino Fray Antonio de Montearroyo, natural de Algarve, Portugal, en 1591. Fue traída al Perú por el dominico Fray Salvador de la Rivera, hijo de Nicolás de La Rivera, uno de los compañeros de Pizarro, provincial de Santo Domingo y, posteriormente, obispo de Quito.
En Huacho fue desembarcado del navío “La Capitana”, luego conducido a Chancay y de allí al Callao. Quien la encargó o trajo a Huánuco es algo que los historiadores deben dilucidar.
Se sabe que la imagen estuvo primeramente en la ya desaparecida iglesia de San Agustín, en el solar ocupado por la que fue la cárcel pública de Huánuco. Ante el inminente derrumbe del viejo templo, se trasladó la imagen a la antigua Catedral, en la Plaza de Armas, el 23 de julio de 1930.
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