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El perdón de los pecados en la historia de la Iglesia


Enviado por   •  1 de Noviembre de 2014  •  Ensayo  •  3.262 Palabras (14 Páginas)  •  357 Visitas

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Base teológica

Nombres del sacramento de la confesión

El perdón de los pecados en la historia de la Iglesia

Etapas para el perdón de los pecados

Confesión personal ante el sacerdote

Penitencia o acto de satisfacción

Absolución de los pecados

Conclusión

"¿Dónde me esconderé de Dios? ¿Dónde te esconderás, hermano? En su misma misericordia. Nadie puede huir de Dios mas que refugiándose en su misericordia"

San Agustín de Hipona (Sermón 351)

Base teológica

El propio Jesús instituyó la Confesión o Sacramento de la Reconciliación cuando a sus Apóstoles les dio el poder de perdonar en su nombre todos los pecados, al decirles: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Juan 20:22-23).

Con estas palabras el Señor daba también este mismo poder a los sucesores de los Apóstoles, o sea, a los sacerdotes de todos los tiempos y lugares. En la confesión entregamos a Cristo nuestras almas manchadas y heridas, y recuperamos la belleza bautismal por el perdón de Cristo, a través de la absolución del sacerdote.

Del sacramento de la confesión nos habla también Santiago al decir: Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros para que seáis curados (Santiago 5:16). Este es el punto del que las iglesias protestantes se valen para negar la necesaria absolución sacerdotal. Según ellos es suficiente pedir el perdón directamente a Dios, o bien confesarse los pecados con otros hermanos de la misma iglesia. No obstante ningún laico ha recibido de Dios el poder de perdonar los pecados, excepto el sacerdote católico.

El Papa Juan Pablo II decía que por voluntad divina, nuestro progreso espiritual está vinculado al Sacramento del Perdón (Discurso a los Obispos de Estados Unidos).

Nombres del sacramento de la confesión

Sacramento de la Conversión: Porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Marcos 1:15), la vuelta al Padre (Lucas 15:18), del que el hombre se había alejado por el pecado (Catecismo Católico, numeral 1423).

Sacramento de la Penitencia: Porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador (Catecismo Católico, numeral 1423).

Sacramento de la Confesión: Porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una confesión, reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador (Catecismo Católico, numeral 1424).

Sacramento del Perdón: Porque por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el perdón y la paz (Ritual Romano Ordo poenitentiae, Fórmula de la absolución, numeral 1424 del Catecismo Católico).

Sacramento de la Reconciliación: Porque otorga al pecador el amor de Dios, que reconcilia (2ª. Corintios 5:20). El que vive del amor misericordioso de Dios, está pronto a responder a la llamada del Señor (Mateo 5:24).

Citas bíblicas mencionadas:

Marcos 1:15.- El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.

Lucas 15:18.- Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.

2ª. Corintios 5:20.- Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!

Mateo 5:24.- Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliar con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.

El perdón de los pecados en la historia de la Iglesia

En el Nuevo Testamento se encuentra un constante llamado a la conversión y a la corrección del modo de vida. Se recomiendan desde entonces determinadas prácticas penitenciales, como la oración, el ayuno y la limosna.

Existe una obra de mediados del siglo II que nos permite conocer más a fondo la práctica penitencial. El libro se titula El Pastor de Hermas y fue escrito por el propio Hermes, hermano del Papa Pío I, quien ejerció como tal de 140 a 155. En esta obra se narra una serie de visiones y mandatos que Hermas recibió a través de la figura de un pastor.

Mientras algunos personajes de la Iglesia afirmaban entonces que no había más penitencia que la del bautismo, Hermas piensa que el Señor ha querido que haya una penitencia posterior al bautismo, teniendo en cuenta la flaqueza humana, pero sólo se puede recibir una vez en la vida, según su opinión.

De todas maneras Hermas no considera oportuno mencionar a los catecúmenos esa segunda penitencia, ya que puede causar confusión puesto que el bautismo tendría que haber significado una definitiva renuncia al pecado. Debemos recordar que en los primeros tiempos del cristianismo la mayoría de conversiones y del subsecuente bautismo ocurría en edad adulta.

A comienzos del siglo III esa única penitencia posterior al bautismo ya estaba totalmente organizada, y se practicaba con regularidad tanto en iglesias de lengua griega como latina.

El Obispo Hipólito (170-236) escribió que la potestad de perdonar los pecados la tenían sólo los obispos. Hasta finales del siglo VI sólo esa única posibilidad de penitencia se conocía, la cual fue descrita por Tertuliano como la segunda tabla de salvación ("De Paenitentia 4,2. Citado en el Concilio de Trento –DS 1542-).

La práctica de la penitencia comenzaba con la exclusión de la Eucaristía y finalizaba con la reconciliación, la cual volvía a dar al penitente el regreso a ella. El tiempo penitencial era largo por lo general, y se adaptaba a la gravedad de la falta cometida.

Las etapas de dicha excomunión estaban claramente estipuladas:

1. El pecador debía confesar sus faltas a solas ante el obispo.

2. Durante el tiempo determinado por el obispo y de acuerdo a la gravedad de las faltas cometidas, el pecador debía aceptar el humillante estado de penitente, el cual manifestaba incluso con ropaje especial.

3. Debía mostrar su conversión y perseverancia con determinadas obras de penitencia, tales como oraciones, limosnas y ayuno.

4. Quedaba excluido de la Iglesia en la medida de que no podía recibir la Eucaristía, y era apartado de la comunidad.

5. Finalmente, después que la comunidad había orado por el pecador, el penitente obtenía la reconciliación mediante la imposición de manos por parte del Obispo.

En el primer tercio del siglo IV el Concilio de Elvira del año 306 fija penitencias de tres a cinco años, y hasta de toda la vida. Según el mismo Concilio,

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