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Lumen Gentium


Enviado por   •  28 de Mayo de 2015  •  30.152 Palabras (121 Páginas)  •  297 Visitas

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PABLO OBISPO,

SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

JUNTAMENTE CON LOS PADRES

DEL SACROSANTO CONCILIO

PARA PERPETUA MEMORIA

Constitución Dogmática

"LUMEN GENTIUM"

Sobre la Iglesia

CAPITULO 1

EL MISTERIO DE LA IGLESIA

1. INTRODUCCION

Luz de los Pueblos es Cristo. Por eso, este Sagrado Concilio, congregado bajo la acción

del Espíritu Santo, desea ardientemente que su claridad, que brilla sobre el rostro de

la Iglesia, ilumine a todos los hombres por medio del anuncio del Evangelio a toda

criatura (cf. Mc., 16, 15). Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e

instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano,

insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con mayor

precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal. Las

condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia,

para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente por toda clase de

relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo.

2. LA VOLUNTAD DEL PADRE ETERNO SOBRE LA SALVACION UNIVERSAL

El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de

su sabiduría y de su bondad; decretó elevar a los hombres a la participación de su

vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles

siempre su ayuda, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios

invisible, primogénito de toda criatura" (Col., 1, 15). A todos los elegidos desde toda

la eternidad el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con

la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos"

(Rom., 8, 29). Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que

fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la

historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento[1], constituida en los

últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y que se

perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los

2

Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el

último elegido"[2], se congregarán junto al Padre en una Iglesia universal.

3. MISION Y OBRA DEL HIJO

Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en El antes de la creación

del mundo, y nos predestinó a la adopción de hijos, porque en El se complugo

restaurar todas las cosas (cf. Ef., 1, 4-5 y 10). Por eso Cristo, para cumplir la voluntad

del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y

efectuó la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el

misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y

expansión significada de nuevo por la sangre y el agua que manan del costado

abierto de Cristo crucificado (cf. Jn., 19, 34) y preanunciadas por las palabras de Cristo

alusivas a su muerte en la cruz: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a

mí" (Jn., 12, gr.). Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, "en el

cual nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada" (1 Cor., 5, 7), se efectúa la obra de

nuestra redención. Al proprio tiempo en el sacramento del pan eucarístico se

representa y se reproduce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en

Cristo (cf. 1 Cor., 10, 17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo,

luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.

4. EL ESPIRITU, SANTIFICADOR DE LA IGLESIA

Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (cf. Jn., 17, 4) fue

enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que continuamente

santificara a la Iglesia, y de esta forma los creyentes pudieran acercarse por Cristo al

Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef., 2, 18). El es el Espíritu de la vida, o la fuente del

agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn., 4, 14; 7, 38-39), por quien vivifica el Padre a

todos los muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (cf.

Rom., 8, 10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como

en un templo (1 Cor., 3, 16; 6, 19) y en ellos ora y da testimonio de la adopción de

hijos (cf. Gál., 4, 6; Rom., 8, 15-16 y 26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos

dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (cf. Ef. 4, 11-12; 1 Cor. 12, 4; Gál., 5,

22), a la que guía hacia toda verdad (cf. Jn., 16, 13) y unifica en comunión y

ministerio. Con la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva

constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo[3]. Pues el

Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "[exclamdown]Ven!" (cf. Apoc., 22, 17).

Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad

del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"[4].

5. EL REINO DE DIOS

El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor

Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios

prometido muchos siglos antes en las Escrituraas: "Porque el tiempo se cumplió y se

3

acercó el Reino de Dios" (Mc., 1, 15; cf. Mt., 4, 17). Ahora bien: este Reino brilla

delante de los hombres por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La

palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (Mc., 4, 14); quienes

la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey (Lc., 12, 32) de Cristo, recibieron

el Reino: la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo

hasta el tiempo de la siega (cf. Mc., 4, 26-29). Los milagros, por su parte, prueban que

el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra: "Si expulso los demonios por el poder de

Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc., 11, 20; cf. Mt., 12, 28).

Pero, sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Hijo del Hombre,

que vino "a servir, y a dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10, 45).

Pero habiendo

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