Amortajada
Enviado por Rulitos95 • 24 de Abril de 2013 • 6.296 Palabras (26 Páginas) • 447 Visitas
Un análisis comparativo:
Los personajes femeninos de La última niebla y La amortajada
de María Luisa Bombal y Susana San Juan de Juan Rulfo
Antonella Marchiselli
Universidad de Salamanca
mejiperu@gmail.com
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Resumen: El propósito del presente trabajo es ofrecer un análisis comparativo de la creación literaria entre dos autores relevantes de la literatura hispanoamericana: la escritora chilena Maria Luisa Bombal y el mexicano Juan Rulfo. Las obras tomadas en consideración son La última Niebla, La Amortajada y Pedro Páramo. La idea nace de la supuesta teoría de quienes ven en la obra de Bombal, rasgos y características retomadas por Rulfo. La hipótesis de una influencia de la escritora chilena en la obra del maestro mexicano es muy significativa y resulta interesante comprobarlo, sobre todo por el hecho de que una mujer haya influenciado a un autor masculino. Aparentemente podría resultar un discurso sin sentido, pero resulta relevante en la perspectiva de la existencia de una literatura femenina. Una mujer que incide en la escritura de un hombre devuelve importancia al discurso de la literatura de mujeres, considerada a menudo como un género inferior. Consciente de penetrar en un terreno resbaladizo, evidenciaré los puntos de contactos entre las protagonistas de Bombal con Susana San Juan de Rulfo. De todas maneras, creo indispensable brindar un cuadro general sobre la existencia o no de un género y un lenguaje femenino.
Palabras clave: Bombal, Rulfo, literatura femenina, 'La última niebla', 'Pedro Páramo'
¿Qué es la literatura femenina?
El feminismo tiene múltiples matices, pero todas parten de la consideración de que la opresión de las mujeres es un hecho histórico, social y cultural imprescindible. Toda la investigación feminista tiende hacia el cambio de los preconceptos de lo femenino impuesto por la cultura masculina. Durante los años sesenta, surge el movimiento feminista en lucha por mejores condiciones a nivel, social, laboral y humano; pero el gran paso, desde el punto de vista teórico, se cumple en los años setenta donde se propone un análisis de las relaciones de subordinación de las mujeres a los hombres en el patriarcado, lo que lleva a la creación del término género. El género es la identificación de una diversidad biológica que lleva a una diversidad social y, por lo tanto, a los conceptos de feminidad y masculinidad. Esta diferenciación presupone una jerarquía de valores y de actividades donde se atribuye más importancia a las masculinas que a las femeninas. Sin embargo, el género no se caracteriza sólo en la base de una diversidad biológica o sexual, sino que los sexos asumen su propia representación mediante el hecho socio-cultural, o sea, una condición generada por la cultura.
Simone de Beauvoir (1908-1986), una de las primeras teóricas del género, se encarga de describir un territorio completamente nuevo abogando por el reconocimiento de una diferencia que marca el género y de una política sexual [1] como principio fundacional del patriarcado (Suárez Briones 2000: 37).
La liberación de la mujer pasa, pues, por la destrucción de la familia y la entrada de todas las mujeres en el mundo del trabajo. Una vez "liberada" del yugo marital y de la carga de la maternidad, la mujer ocupará su lugar en una sociedad de producción. Simone de Beauvoir nos da una visión de esto:
Es fácil imaginar un mundo en que hombres y mujeres sean iguales, pues es exactamente lo que había prometido la revolución soviética: las mujeres, educadas y formadas exactamente como los hombres, trabajarían en las mismas condiciones y con los mismos salarios; la libertad erótica sería admitida por las costumbres, pero el acto sexual ya no sería considerado como un "servicio" que se remunera; la mujer estaría obligada a asegurarse otro modo de ganarse la vida; el matrimonio se fundaría en un libre compromiso al que los esposos podrían poner término cuando quisieran; la maternidad sería libre, es decir, se autorizaría el control de la natalidad y el aborto, que por su parte daría a todas las madres y sus hijos exactamente los mismos derechos, estén ellas casadas o no; las bajas por maternidad serían pagadas por la colectividad, que asumiría la carga de los niños, lo cual no significa que les serían retirados a sus padres, sino que no se les abandonaría (Le deuxième sexe II 1949: 13).
Estas feministas defienden la idea de una categoría llamada “mujer”, una nueva voz histórica que habla de la marginalidad, desde el silencio, y que se une en la comunión de una misma experiencia de vida. Un nuevo sujeto que demuestra como los preceptos humanistas, promotores de una universalidad humana y neutralidad de diferencias, en realidad, excluyen a las mujeres en la defensa constante del sistema patriarcal. Sin embargo, en los años ochenta las nuevas feministas consideran que postular el concepto de género implica una nueva diferenciación excluyente porque se marginan las mujeres negras y lesbianas, dirigiendo el discurso sólo a las mujeres occidentales, blancas, burguesas y heterosexuales. La sexualidad no es sólo una identidad biológica, sino que se crea en el espacio del encuentro social y cultural; por lo tanto, es necesario destacar que la sociedad es también multicultural y lesbiana.
¿Qué pasa en el ámbito literario? El canon de la “gran literatura” impone el hecho de representar experiencias universales, pero desde la incorporación de las mujeres y de distintos grupo étnicos, el principio de universalidad desvela sus carencias. En realidad, ese concepto se refiere más bien a las vivencias de los varones blancos y burgueses que dominan la escena literaria desde siempre. La entrada de la mujer en la escritura supone un derrumbe del canon masculino y el planteamiento de una nueva forma de releer la historia literaria. ¿Qué se le pide a una mujer? ¿Qué requiere esta nueva reescritura? ¿Las mujeres que entran en la literatura tienen que asimilar los temas masculinos adoptándolos como modelos estéticos? En los años setenta, la crítica literaria feminista llamada “Imágenes de la mujer” estudia la representación de la mujer en la novela, y establece dos puntos fundamentales: por un lado, el personaje femenino debe ser ligado a la realidad y basado en la experiencia cotidiana; por otro lado, la novela debe ofrecer “papeles ejemplares”, inculcar un sentido positivo de la identidad femenina retratando mujeres “liberadas e independientes de los hombres” (Toril Moi 1995: 59). Estas aserciones chocan entre sí porque la primera
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