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Analizis Judicial

moy3023 de Octubre de 2014

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La invención de Venezuela en el marco del sistema mundial: el siglo de transición, 1750-1850," Boletín de la Academia Nacional de la Historia, (83:332, 2000, 3-33.)

Venezuela en la época de transición. Caracas: Academia Nacional de la Historia, El Libro Menor 228, 2002. (Con este trabajo y una versión revisada del capítulo "A City in the Midst of War," de Lombardi, People and Places in Colonial Venezuela.)

John V. Lombardi

Profesor de Historia

Director de TheCenter

Universidad de Florida

Cuando comencé a estudiar formalmente la historia de Venezuela, en 1964, los primeros libros que compré para mi biblioteca fueron los tres volúmenes de la Historia Constitucional de Venezuela (4a. ed., 3 vols., Caracas, Ministerio de Educación Nacional, 1953-1954). Durante los siguientes treinta y cinco años han pasado por mi escritorio las obras de muchos otros investigadores venezolanos. Un número considerable de ellas debidas a distinguidos individuos de esta Academia. Todas estas obras me han llevado a contraer un compromiso perpetuo con la historia de este país. Pero como suele suceder con una fuerte impresión inicial, la voz calma y ordenada de José Gil Fortoul ha permanecido audible en mi imaginación, cualesquiera sean los temas históricos o la controversia intelectual. En consecuencia, cuando ustedes me honraron invitándome a hablarle bajo los auspicios de la Conferencia José Gil Fortoul, sin vacilaciones acepté agradecido. †

No comparezco ante ustedes con la expectativa de añadir mucho a su acervo de conocimiento histórico, sino más bien con la obligación de presentar mis respetos y profunda gratitud, en nombre de José Gil Fortoul, a esta Corporación, a sus individuos de número y a sus colaboradores, cuyo incesante aporte a la historia e historiadores de Venezuela carece de límite. El generoso espíritu de la Academia para con mi propia indagación, con frecuencia escasamente informada, sobre el pasado de este país, nunca ha dejado de sorprenderme; este es un espíritu que se refleja, puedo añadirlo, a través de la comunidad histórica venezolana. Es pues un honor prestar testimonio, ante ustedes, de la permanente deuda que tengo para con Venezuela, los venezolanos y especialmente los historiadores venezolanos, por permitirme compartir su labor intelectual y su amor por su país.

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Cada uno de nosotros vive en un mundo de nuestra propia autoría, edificado con los materiales proporcionados por nuestras familias, lenguaje, cultura, educación y experiencia, y limitado por el contexto de nuestro tiempo y espacio. Compartimos muchos elementos de nuestros mundos con nuestros amigos, colegas, generación y comunidad, y nuestra visión de ese mundo coincide sólo parcialmente con las visiones que quienesquiera otros tienen. Yo, por ejemplo, que he vivido y estudiado la historia de Venezuela, comparto mucho de mi comprensión con la de mis amigos y colegas venezolanos, pero no vemos el mundo de manera exactamente igual.

Cuando los historiadores tratamos de explicar por qué la gente y sus sociedades se portan como lo hacen, utilizamos muchas estrategias para compensar nuestra inhabilidad para contemplar el pasado o reproducir sus acontecimientos. A diferencia de nuestros colegas científicos, no podemos crear un laboratorio para comprobar teorías históricas del comportamiento humano. Disponemos de materiales complejos e incompletos que admiten muchas interpretaciones diferentes. Rara vez podemos aislar un acontecimiento, manteniendo constantes otros, para analizar comportamientos históricos.

Estas limitaciones explican por qué el historiador practica un arte metódicamente basado en vez de una ciencia rigurosa. Nuestra reconstrucción del pasado sirve menos para proporcionar una descripción científica precisa de las cosas como fueron, y más para proporcionar una perspectiva de quienes somos hoy y de quienes podemos llegar a ser mañana. Nuestra selección de las preguntas por hacer, y la manera como las hacemos, determina el enfoque de las respuestas que obtenemos. La mayoría de los historiadores opta por hacerle al pasado preguntas cuyas respuestas esperan que podrán ayudar a sus contemporáneos a enfrentar mejor los retos de hoy.

La esclavitud en las Américas

Para tomar como ejemplo un tema que he trabajado, consideremos el tema de la esclavitud en las Américas. Aunque muchos investigadores latinoamericanos se han ocupado de aspectos de la Trata, del funcionamiento del sistema esclavista y de los procesos de manumisión y abolición, una notable serie de contribuciones a la historiografía sobre la esclavitud y los conflictos raciales en América Latina proceden de los intensos enfoques de los investigadores de los Estados Unidos sobre estos temas. Historiadores, economistas, antropólogos, especialistas tanto en historia de los Estados Unidos como de América Latina, junto con expertos en historia europea, todos se han ocupado de la cuestión de la esclavitud en las Américas.

¿Esto se debe a que la esclavitud representa en América Latina la institución social, política y económica fundamental de los imperios español y portugués y de las repúblicas del Siglo XIX? No propiamente. La preocupación de la comunidad intelectual de los Estados Unidos por la esclavitud alentaba la esperanza de que la experiencia latinoamericana, apropiadamente entendida, podría clarificar un dilema económico, social y político de los Estados Unidos. Estos no han reconciliado su experiencia histórica como sociedad esclavista con su traumática crisis nacional de la Guerra Civil, o con una Era de Reconstrucción que dejó la nación con una continua y aun incompleta lucha para construir una sociedad racialmente neutra. Imposibilitados de comprender plenamente su lugar en la historia mundial, en el contexto de su propia experiencia con el sistema esclavista, los historiadores de los Estados Unidos miraron hacia los latinoamericanos en búsqueda de comprensión y perspectiva. Sin embargo, el florecimiento de esta indagación coincidió con la reactivación de la discriminación racial como un fundamental determinante social, político, económico y moral de la auto-imagen nacional de los Estados Unidos, a fines de loa años 1950 y especialmente en los años 1960 y 1970, proceso que continúa. (1)

La necesidad de refractar retos nacionales presentes a través de la estructura cristalina de la experiencia latinoamericana, demuestra el poder de la imaginación histórica para establecer puntos de referencia con el fin de entender el presente y evaluar el significado de futuras oportunidades. Por supuesto que no repetimos nuestras historias, pero aprendemos de nuestra experiencia, y la acumulación de análisis históricos proporciona la experiencia supletoria que conduce a la sabiduría.

El reto de la globalización

Una cuestión similar se plantea hoy para América Latina, donde retos políticos, económicos y sociales nos comprometen en al fenómeno denominado globalización. Para los hispanoamericanos ésta no representa una nueva cuestión sino la reformulación de una vieja cuestión. Desde el descubrimiento y la conquista de América, a fines del siglo XV y comienzos del XVI, la que hoy llamamos Hispanoamérica ha sido una participante esencial aunque subordinada de todas las muy amplias y multinacionales o transnacionales estructuras económicas del comercio y el intercambio europeos. España y América tuvieron éxito en virtud de un complejo sistema atlántico montado en beneficio de los intereses económicos y políticos de la corona española. La independencia política, al igual que los subsecuentes reajustes realizados por las repúblicas hispanoamericanas independientes durante el siglo XIX, procedieron de la reorganización de ese comercio atlántico. El curso del Siglo de transición entre 1750 y 1850 traza la reconfiguración de la participación hispanoamericana en esa economía atlántica, primeramente en el contexto de imperio español y luego sobre la base de las repúblicas independientes autónomas. Un siguiente ajuste vino con el surgimiento de las empresas industriales y comerciales multinacionales o transnacionales, luego de la Segunda Guerra Mundial. La versión actual de estos procesos, la globalización, produce una economía mundial que reta a los hispanoamericanos y muchos otros para que encuentren un lugar económicamente aceptable y culturalmente identificable en este expansivo espacio económico y comercial.

En las Américas, cada generación procuró el modelo apropiado y el adecuado contexto intelectual, para informar y apoyar su esfuerzo destinado a incrementar las oportunidades, y minimizar los riesgos, en el marco de estas reconfiguraciones de la economía mundial, con sus muchas variaciones concomitantes. Si bien las cuestiones de política y práctica económicas dominaban la temática del lugar que le correspondía a Hispanoamérica en estas estructuras globales, muchos observadores se preocuparon también por la tendencia de las fuerzas económicas globales a desenfocarlas, si no a borrarlas, las distinciones de espacio, nacionalidad, lengua y cultura que identifican la unicidad de cada nación.

Aunque frecuentemente concebimos la competencia global por ventajas económicas como expresión de las políticas económicas competitivas de países, y de las acciones de sus respectivos nacionales, la gran movilidad del capital, el comercio y la producción, y los intereses y comportamientos internacionales de individuos, familias y firmas, hacen que el propio sistema atlántico o global sea un competidor. Dos conjuntos de

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