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Capitulo 1 Los 4 Acuerdos


Enviado por   •  11 de Marzo de 2013  •  3.454 Palabras (14 Páginas)  •  1.369 Visitas

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La domesticación y el sueño del planeta

Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño. En este mismo momento estás soñando.

Sueñas con el cerebro despierto.

Soñar es la función principal de la mente, y la mente sueña veinticuatro horas al día. Sueña cuando el

cerebro está despierto y también cuando está dormido. La diferencia estriba en que, cuando el cerebro está

despierto, hay un marco material que nos hace percibir las cosas de una forma lineal. Cuando dormimos no

tenemos ese marco, y el sueño tiende a cambiar constantemente.

Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron

crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el sueño del planeta. El sueño

del planeta es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más pequeños, de sueños personales

que, unidos, crean un sueño de una familia, un sueño de una comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño

de un país, y finalmente, un sueño de toda la humanidad. El sueño del planeta incluye todas las reglas de la

sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos,

sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones.

Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, y los seres humanos que nos preceden nos enseñan a

soñar de la forma en que lo hace la sociedad. El sueño externo tiene tantas reglas que, cuando nace un niño,

captamos su atención para introducir estas reglas en su mente. El sueño externo utiliza a mamá y papá, la

escuela y la religión para enseñarnos a soñar.

La atención es la capacidad que tenemos de discernir y centrarnos en aquello que queremos percibir.

Percibimos millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el primer

plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra atención y, por

medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo que

sabemos.

Utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa, un sueño completo. Aprendimos cómo

comportarnos en sociedad: qué creer y qué no creer; qué es aceptable y qué no lo es; qué es bueno y qué es

malo; qué es bello y qué es feo; qué es correcto y qué es incorrecto. Ya estaba todo allí: todo el conocimiento,

todos los conceptos y todas las reglas sobre la manera de comportarse en el mundo.

Cuando íbamos al colegio, nos sentábamos en una silla pequeña y prestábamos atención a lo que el

maestro nos enseñaba. Cuando Íbamos a la iglesia, prestábamos atención a lo que el sacerdote o el pastor

nos decía. La misma dinámica funcionaba con mamá y papá, y con nuestros hermanos y hermanas. Todos

intentaban captar nuestra atención. También aprendimos a captar la atención de otros seres humanos y

desarrollamos una necesidad de atención que siempre acaba siendo muy competitiva. Los niños compiten por

la atención de sus padres, sus profesores, sus amigos: «¡Mírame! ¡Mira lo que hago! ¡Eh, que estoy aquí!».

La necesidad de atención se vuelve muy fuerte y continúa en la edad adulta.

El sueño externo capta nuestra atención y nos enseña qué creer, empezando por la lengua que

hablamos. El lenguaje es el código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y comunicarnos.

Cada letra, cada palabra de cada lengua, es un acuerdo. Llamamos a esto una página de un libro; la palabra

página es un acuerdo que comprendemos. Una vez entendemos el código, nuestra atención queda atrapada

y la energía se transfiere de una persona a otra.

Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales: ya estaban ahí antes de que nacieras.

Nunca tuvimos la oportunidad de elegir qué creer y qué no creer. Nunca escogimos ni el más insignificante de

estos acuerdos. Ni siquiera elegimos nuestro propio nombre.

De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la

información que otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta. La única forma de almacenar

información es por acuerdo. El sueño externo capta nuestra atención, pero si no estamos de acuerdo, no

almacenaremos esa información. Tan pronto como estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo

llamamos «fe». Tener fe es creer incondicionalmente.

Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen todo lo que dicen los adultos.

Estábamos de acuerdo con ellos, y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se nos había

transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra vida. No escogimos estas creencias, y aunque quizá

nos rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. El resultado es

que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo.

Llamo a este proceso «la domesticación de los seres humanos». A través de esta domesticación

aprendemos a vivir y a soñar. En la domesticación humana, la información del sueño externo se transfiere al

sueño interno y crea todo nuestro sistema de creencias. En primer lugar, al niño se le enseña el nombre de

las cosas: mamá, papá, leche, botella... Día a día, en casa, en la escuela, en la iglesia y desde la televisión,

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nos dicen cómo hemos de vivir, qué tipo de comportamiento es aceptable. El sueño extremo nos enseña

cómo ser seres humanos. Tenemos todo un concepto de lo que es una «mujer» y de lo que es un «hombre».

Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a nosotros mismos, juzgamos a otras personas, juzgamos a

nuestros vecinos...

Domesticamos a los niños de la misma manera en que domesticamos a un perro, un gato o cualquier

otro animal. Para enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos. Adiestramos a nuestros niños, a

quienes tanto queremos, de la misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico: con un

sistema de premios y castigos. Nos decían: «Eres un niño bueno», o: «Eres una niña buena», cuando

hacíamos lo que mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos, éramos «una niña mala» o

«un niño malo».

Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las cumplíamos, nos premiaban. Nos

castigaban y nos premiaban muchas veces al día. Pronto empezamos a tener miedo

...

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