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Cuento de suspenso


Enviado por   •  4 de Junio de 2018  •  Apuntes  •  4.821 Palabras (20 Páginas)  •  163 Visitas

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                                         La primera bienvenida

"Fue un gusto conocerte". Lo borró. "No te olvidaré jamás". Lo volvió a borrar. "No sé qué escribirte para expresar todo lo que siento ahora". Esto le pareció mejor y lo dejó en el papel. Al lado de la mesa, descansaba el hacha en la silla. Faltaban pocas horas.

Corrió. Él ya estaba por llegar. Su pensamiento se posó en llegar a tiempo al lugar acordado. Corrió. Las calles no tenían mucha gente, empero trataba de no chocar con ninguna persona. El día era caluroso, los autos también corrían e Iván esperaba con ansias que le diera la noticia; de hecho, ya sabía lo que le iba a decir, pero siempre le gustaba escuchar hablar a los demás, sobre todo si eran “nuevas” noticias. Corrió.

Hace cuatro años que no se veían, y habían ocurrido muchas cosas. Iván se graduó como Licenciado en Arqueología y, aunque aún sentía que necesitaba seguir con su especialización, estaba dispuesto a empezar a trabajar con el sueldo que viniera. Al fin y al cabo, con algo tenía que empezar. Por otra parte, Gerardo había viajado a México para especializarse en Odontología, ya que había ganado una beca hace cuatro años atrás y, además, había encontrado a la mujer de su vida. Justamente Iván sabía que la noticia tenía que ver con ella. Definitivamente que sí.

El claxon sonó. Iván dejó sus recuerdos y volvió a la realidad al ver que un hombre era el autor del sonido, quien le indicaba que saliera del camino. Entonces, salió del aparcadero e ingresó al hospital.

Al entrar, Iván recién se percató de que aquella tan esperada reunión de casi un lustro se veía “apagada” - como solía decir Gerardo cuando echaban a perder las fiestas -  por ser un hospital el lugar de encuentro. Cuando su amigo le comunicó que iba a verlo en el nosocomio Ramírez Senope, Iván no tuvo conciencia del cuadro que podría pintar Van Gogh con ellos sonriendo frente a frente y con el hospital de fondo. Aunque claro, recordar al pintor era lo último que haría en ese momento, al igual que recordar que cada mes nacía un nuevo y robusto bebé en ese hospital. Además, se organizaban constantemente campañas sociales de prevención de enfermedades; todo con ganas, muchas ganas. También entraba una persona con cáncer cada semana, y no solía salir. ¿Verdad, Alex?

Iván le respondió, al otro lado de la línea, que con ello no tenía problemas.

 Problemas…

Gerardo llegó. Silenciosamente, caminó hasta el desprevenido Iván y le asustó, tocándole el hombro, a lo que este casi da como respuesta un insulto. Al voltear, lo reconoció inmediatamente y ambos dibujaron una gran sonrisa en sus rostros y se abrazaron, dándose palmadas de afectuosidad y diciéndose cómo estaban, qué tal estuvieron, cómo te iba en los estudios, si tus padres se habían reconciliado, cuando te ibas a casar, y otras cosas por el estilo que suelen decirse las personas en esos momentos de plena alegría en el que parece que la realidad es similar a los cuentos para niños, cuando más bien es solo una copia de mala calidad. Claro, eso pensé.

Ambos salieron del hospital y se dirigieron a un restaurante. Uno “no tan caro” a pedido de Iván. Cruzaron la avenida principal y entraron por un callejón para acortar el camino. ¿Era importante el lugar que les rodeaba? Ambos no pensaban en ello, sino que seguían hablando y hablando, solo fijándose en la cantidad de cuadras que les faltaba para llegar al restaurante y seguir hablando. Eso era lo que hacían los amigos cada reencuentro en el verano de enero a las 12:31 de la tarde.  Así eran ellos. Siempre.

 Luego, caminaron diez cuadras hacia la derecha y encontraron el recinto. Entraron.

Gerardo se sacó su chaleco - de algodón color azul marino - y lo dejó en la silla libre de la mesa. Vino el mozo y los atendió. Iván pidió un plato de Lomo saltado; Gerardo, un plato de Escabeche. Empezaron a conversar nuevamente. Se contaron todas las vivencias que les habían sucedido desde que se dejaron de ver hasta ese día. Y no es que no se comunicaran por celular o Internet, sino que tenían la costumbre de volver a escuchar lo mismo, pero cara a cara, si de experiencias se trataba. “Facetoface”, diría Iván con un intento de acento inglés.

Les llegó su comida y siguieron conversando. Hablaron sobre sus futuros proyectos, tanto en el trabajo como en su vida personal. Iván iba a viajar a Arequipa para trabajar en un proyecto cultural, concretamente sobre un posible nuevo descubrimiento de un templo antiquísimo. Gerardo se quedaría en Lima para instalar su propia clínica odontológica y, así, cumplir su sueño del negocio propio y poder ahorrar dinero. Ahorrar. Esta palabra era importante para él, ahora más que nunca, todo debido a…

“Gina está embarazada”.

Gerardo le dijo lo que tanto había esperado Iván (quien ya lo sabía por Alex) desde hace tres meses. La alegría se desbordaba por sus poros, sobre todo al sudar de emoción cuando se recostaban en el respaldar de las sillas. Iván felicitó efusivamente a Gerardo por la noticia y pidieron una botella de vino para celebrarla. Las risas y bromas no se dejaron esperar. Iván oyó la narración de su amigo del preciso momento en el que se enteró del embarazo de su novia; por su parte, Iván le contó lo que le había ocurrido en su “desastroso”último día de clases, es decir, del agua que le echaron en la puerta del salón “como una broma nomas”, una inocente broma; Gerardo contaba lo que estaba preparando para el bebé; Iván, lo que hizo con sus álbumes. ¿Álbumes de qué? Las paredes naranjas hacían juego con el ambiente que rodeaba a ambos, ambiente que iba mejorando con cada palabra de Gerardo a Iván, quien no dejaba de sonreír.

(Un hombre pasó delante del restaurante, cojeando)

Entonces, al cabo de unos segundos, una repentina idea se le vino a Iván. ¿Por qué no decirle que Alex ya me había contado todo eso antes? No se amargaría. Él no es así. Por lo que, despreocupado, iba a contarle. Claro que sí.

De pronto, un grito desgarrador se oyó. Tanto Gerardo como Iván y el resto de clientes se levantaron de sus asientos y se fueron precipitadamente hasta la puerta. El cuadro era sencillo pero a la vez horrible. Un hombre yacía tendido en el suelo, inmóvil, con un pequeño charco de sangre que brotaba de su cara, boca abajo sobre la acera. Por un momento pareció que movía la cabeza pero, pero no, eso no podía ser cierto. Solo estaba nervioso (¿quién?). Eso era lo que pasaba. Y la sangre, que salía de su cuerpo, lentamente, se deslizaba como un pequeño río por la acera. Era embrujador. Ver la sangre, fresca, roja, casi viva, encandilaba. Verla moverse, con un suave serpenteo. Verla debajo de las personas. Verla ahí. Verla.Y algunas personas pasaban rápidamente al frente de la calle, para no meterse en problemas. Nunca es bueno meterse en problemas ajenos, es lo que  a veces enseñan. Pero también era hipócrita o al menos eso dirían algunas personas, aún si no supieran argumentar lógicam…Quiero ver más. El cuerpo seguía tirado. Los brazos estaban extendidos a lo largo del suelo, a los costados del cuerpo. Aunque, hay algo curioso. Parece que la sangre no emana de una herida. Más bien, viene de otra parte. Del ojo. Más. Su boca estaba reventada. Reventada. Reventada. Reventada. Rev… Un momento. ¿Y ellos?

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