Cuentos De Estrellas
Enviado por Darickz • 8 de Noviembre de 2011 • 1.400 Palabras (6 Páginas) • 652 Visitas
Las luciérnagas de La Cruz del Sur
Alcancé a plantar la última primavera en el macetero cuando comenzó a llover, las montañas quedaron desdibujadas por el telón acuoso y ya no podía disfrutar del verde intenso de los bosques, para mi sorpresa, se infiltraban entre las gotas, incipientes copos de nieve que pugnaban por armarse y dominar la precipitación. Estábamos a fines de septiembre, en el pueblo creíamos que ya había caído la última nevada, pero la naturaleza sigue sus códigos, suspendo las tareas en el jardín y entro a la casa, debo prender las leñas del hogar, el frío comienza a sentirse.
Disfrutar de un café, mirar televisión, pequeño recreo, en pocas horas estará la familia reunida y debo dedicarme a las tareas comunes.
- Mami, la maestra te mandó un comunicado, debés firmarlo.
- Querida, mi camisa gris la necesito para el jueves, tengo reunión.
- No quiero tomar más sopa, estoy harto.
- Planifiquemos el fin de semana largo, quizás un breve campamento.
- ¡Basta de rutina, relax, relax…!
Pero mi estado de relax salta como un resorte, en la pantalla está la imagen de un hombre, un profesor en ciencias políticas español que visita la Argentina, su nombre produce mi conmoción. ¡José Carlos! Mi mente comienza a desandar por un túnel que me lleva a recuerdos de la infancia.
Eran épocas de posguerra, una mañana en la cual el viento proveniente del río traía anuncio de lluvias estivales, el barrio se vio alborotado. Habían estacionado camiones del ejército en el “campito” que algún día sería plaza, de ellos comenzaron a bajar familias de inmigrantes.
Era un acontecimiento extraordinario, los vecinos salían a las puertas de sus casas a observar el suceso, los más chicos cruzamos las calles y nos metimos en el “campito” para ver de cerca todo lo que ocurría. Se veían personas de todas las edades, hablaban distintos idiomas. De ahí en más la vida de ese barrio platense cambió totalmente.
Al estar de vacaciones podíamos disfrutar desde la mañana temprano el movimiento de los extranjeros. Yo los espiaba desde el dormitorio de mis padres cuya ventana daba a la calle, tenía un mirador envidiable. Por la tarde me cruzaba al campamento que habían levantado los nuevos y exóticos vecinos. Antes de hacerlo arreglaba mi pelo con más esmero y robaba un poquitín de perfume a mi madre, tenía doce años, los chicos inmigrantes me parecían hermosos. Algunos eran introvertidos, otros más sociables, nos fuimos haciendo amigos.
Con las chicas de mi edad jugábamos a las figuritas, cara o seca, y a las muñecas. Entre todos a la rayuela, escondidas, mancha venenosa o “Farolera Tropezó”. Si por alguna causa no cruzaba me llamaban _ ¡Rita...Rita! y yo salía presurosa con mis figuritas, las trenzas recién hechas por mi mamá y el corazón palpitante de ilusiones.
Predominaban españoles, vascos franceses y portugueses. Los vascos eran los más bellos, los veía inalcanzables más aún cuando hablaban un idioma tan diferente al nuestro. Cada familia vivía en grandes carpas pero al poco tiempo comenzaron a construir sus propias casas sobre terrenos que el gobierno les había adjudicado, cercanos a la plaza.
Eran muy trabajadores y hasta los niños colaboraban en la construcción de sus futuros hogares. ¡Cómo me cautivaba verlos en su rutina! Las mujeres lavaban la ropa en bateas y las fregaban con cadenciosa energía mientras entonaban canciones de sus terruños. Me sorprendía ver tomar el vino en un objeto de cuero que lo llamaba bota. Don Ramón, el portugués, comía fideos al pesto y tomaba el vino de esa manera.
Aprendí muchas costumbres, entre ellas la de bailar la jota aragonesa, y no dudo que ellos aprendieron tradiciones nuestras, el mate era un ritual que lo asimilaron de manera entusiasta. Valoraban sobre manera lo que obtenían, eran muy ahorrativos, esto les daba un ligero aire de superioridad respecto a nuestras costumbres, no podían creer la cantidad de alimentos que ingeríamos. ¡Nuestros famosos asados!
Fue una época muy feliz. Luego de la cena, en las noches de verano de calor abrumador, nuestros padres nos dejaban jugar hasta tarde, a esa hora preferíamos jugar a las escondidas, la noche participaba cómplice de nuestros refugios.
¡Rita!
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