EL ANILLO DE GIGES V||
Enviado por natalia_mg • 16 de Mayo de 2014 • 2.146 Palabras (9 Páginas) • 270 Visitas
El anillo de Giges
Capítulo VII
Las virtudes y la corporeidad humana
“Es placentero, una vez a salvo,
recordar las fatigas”.
Eurípides.
En el hombre hay potencias racionales, como la inteligencia, otras irracionales, como el oído, y
también unas que pueden obedecer a la razón. Es el caso de los apetitos, ya sea el irascible o el
concupiscible. Tanto en el caso de estas potencias como en el de las racionales, se da una
ambigüedad, es decir, existe la posibilidad de que se empleen para bien o para mal. Y donde hay
ambigüedad hay lugar para la virtud: ella logra que lo que era ambivalente (ad opposita) quede
orientado en una dirección (ad unum). Tradicionalmente se han señalado dos virtudes
fundamentales o cardinales que se ocupan de ordenar esos apetitos que pueden obedecer a la
razón: la fortaleza y la templanza. Cuando las caracterizamos como virtudes de nuestra
corporeidad, no estamos sugiriendo que sólo se limiten a ella: toda virtud supone el ejercicio de
las potencias racionales.
a) Fortaleza
Hemos dicho muchas veces que los hombres buscamos el bien. Sin embargo, a diferencia de los
animales, no lo conseguimos de manera espontánea. Con frecuencia nos equivocamos, de modo
que, en vez de obtener un bien auténtico, nos conformamos con un bien aparente. Hay muchas
razones que explican esta divergencia, entre ellas, el hecho de que los auténticos bienes muchas
veces sean difíciles de alcanzar, sean arduos. Por otra parte, además de las dificultades que se
presentan en el camino del bien, muchas veces su posesión dista de ser pacífica. Así, el
entusiasmo inicial muchas veces va seguido por la rutina, y los apoyos que se recibieron al
comenzar un proyecto se transforman en críticas e incomprensiones. Cuando los aqueos se
cansan del asedio a Troya y pretenden volver, Ulises los increpa, diciéndoles: “Con todo, es una
vergüenza permanecer tanto tiempo aquí y volver de vacío”. Para acometer en la búsqueda del
bien y perseverar en su realización se requiere una capacidad de ánimo muy especial, que
podemos llamar fortaleza.
La adquisición de la fortaleza
Como toda virtud, la fortaleza se adquiere por repetición de actos. Cuando se examinan los
libros que se escribieron en la Antigüedad o en el Medioevo sobre este tema, se verá que el
prototipo de la fortaleza o de la valentía está dado por el soldado o por el atleta. Hoy no
diríamos eso, pero los esquemas de análisis de esos autores del pasado conservan en buena
medida su vigencia. Para nosotros, mucho más que para enfrentar la guerra, la fortaleza es
necesaria en otros campos. Fundamentalmente hoy se requiere una fuerza de voluntad muy
grande para seguir un modo de vida diferente al que se suele proponer en los medios de
comunicación, basado en el dinero, la influencia y el poder como criterios que marcan una vida
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exitosa. La literatura contemporánea, desde Farenheit 451 hasta Un mundo feliz nos da bastantes
ejemplos de cómo se requiere una enorme valentía para no modelar la vida según los dictados
de la masa. En este sentido, una cierta dosis de fortaleza es imprescindible para practicar otras
virtudes. Muchas veces la gente hace el mal no porque sienta una especial atracción por él, sino
simplemente porque no tiene el valor para actuar de manera diferente a los que tiene a su
alrededor. Por otra parte, las circunstancias de la vida pueden llevar a una persona común y
corriente a verse enfrentada a la disyuntiva de ser heroica o degradarse. A veces no caben los
términos medios, de modo que nadie puede conformarse con la fácil excusa de “yo no soy
ningún héroe”.
Aristóteles afirma que cada uno deberá determinar hacia qué extremo vicioso (cobardía o
temeridad) se encuentra inclinado por temperamento, y deberá hacer ejercicios de autodominio
que lo ayuden a poner la voluntad en la dirección correcta. Como lo habitual es que las personas
tiendan a alguna de las formas de cobardía, tendrán que ejercitarse tomando libremente ciertas
dificultades y hacerles frente. Esto va desde determinadas prácticas deportivas hasta el esfuerzo
por hablar en público o preguntar cuando da vergüenza hacerlo. Es interesante observar cómo
algunas políticas de prevención de la droga en adolescentes se basan simplemente en
fomentarles la autoestima, en ayudarlos a que les sea posible o incluso fácil decir que no. Una
parte del empeño por ser fuertes consiste en perder el miedo a ser diferentes. Mucha gente en el
mundo se acompleja por el tamaño de su nariz. Charles de Gaulle y Barbara Streisand, en
cambio, hicieron de su nariz imponente una señal distintiva de su personalidad y atractivo.
En la adquisición de la fortaleza el dolor juega un capítulo muy importante. Como no parece
posible mantenerlo totalmente alejado de nuestra vida, es necesario aprender a convivir con él,
tanto en su aspecto físico como espiritual. Esto, naturalmente, debe hacerse de una manera
razonable, y varía según las condiciones personales de cada individuo. Puede ser sensato
prescindir de la anestesia en una pequeña intervención odontológica, pero normalmente no lo
será si se trata de la extracción de una muela. Otras veces ese ejercicio no será físico, sino de otra
índole, como cuando alguien aprende a soportar una conversación de una persona aburrida. La
capacidad de resistir dolor cambia según las épocas y lugares, pero quien nunca ha realizado un
entrenamiento para enfrentarse con él, será destruido cuando el dolor llegue sin buscarlo, de
improviso. El trato con el dolor requiere una preparación, pero ella no debe ser presuntuosa. El
dolor es una asignatura tan importante como peligrosa, que se debe seguir en forma y dosis
adecuadas.
El dolor tiene la peculiaridad de concentrar al hombre en lo esencial, de ayudarlo a
superar la distracción de una vida dispersa, solicitada por múltiples requerimientos. La
llegada del dolor supone muchas veces una conmoción, que reordena una vida que hasta
entonces parecía carecer de dirección. De ahí la enseñanza de Martín Fierro:
“Junta esperencia
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