Educación Y Televisión
Enviado por cw2000 • 26 de Abril de 2013 • 3.114 Palabras (13 Páginas) • 233 Visitas
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Educación y televisión: una contradicción
Ramón Gil Olivo*
* Unidad de Capacitación Audiovisual del Centro de Investigación y Estudios Cinematográficos (CIEC) de la Universidad de Guadalajara.
El acceso a las nuevas tecnologías del audiovisual, nos ha permitido utilizarlas como herramientas en los procesos de enseñanza-aprendizaje dentro de las aulas escolares. Es evidente que su presencia ha permitido fortalecer la adquisición de conocimientos por parte del educando. Pareciera estar fuera de duda que la imagen televisiva o de cine proveé de información más sólida que la palabra hablada o escrita. Es más, que, a diferencia de ésta, provoca efectos más profundos en el espíritu y la conducta de los individuos. Es claro que las imágenes que vemos en un monitor nos remiten a representaciones de las cosas del mundo real creándonos un alto grado de certitud a propósito de su existencia. Es una relación referencial entre nosotros y la cosa que está más allá, en otro espacio y otro tiempo. Y en esa relación hay también un vínculo de supuesta verdad; es este vínculo el que aprovecha el comunicador de imágenes para influir en las ideas y en la conducta de quienes las reciben. Y el educador para educar, es decir, para proporcionar información que se insertará en un corpus de conocimientos generado principalmente a partir del intercambio oral. Se ha puesto de manifiesto que la imagen posee características que la convierten en un poderoso transmisor de datos; de ahí que en la actualidad su utilización se halla vuelto imprescindible.
Sin embargo, podemos decir que hemos llegado tarde a esta tecnología con las intenciones sanas del comunicador o del educador. Es larga la trayectoria que ha seguido la imagen con estas funciones en otras partes del mundo. Basta hablar del científico-didáctico que se le dio al cine en sus orígenes con Marey y sus experimentos sobre la fisiología del movimiento, y los Lumière con su obsesión por documentar la vida. Con ellos quedó claro que la cámara de cine era un instrumento que poseía la capacidad de extender nuestra vista más allá del alcance de nuestros ojos. Fueron los primeros en traer a nuestra presencia imágenes de otras culturas, de otras geografías, hasta entonces extrañas a nuestro conocimiento. La televisión volvió más evidente la conexión establecida entre la imagen y el mundo de los objetos, de ahí su mayor capacidad para comunicar, informar y, por lo mismo, para educar a estamentos completos de la sociedad. La simultaneidad entre imagen y acontecimiento real proporcionó a la televisión el poder de convencer, que le había faltado a la palabra misma, e incluso a la imagen de cine.
Desgraciadamente, estas tecnologías cayeron, en la mayoría de los casos, en manos equivocadas.
Más para mal que para bien, al lado de una actitud marcada por la necesidad de descubrir el mundo y los fenómenos de la vida en su gran variedad de aspectos, a fin de difundirlos como forma de conocimiento, surgió, se desarrolló y prevaleció otra actitud más poderosa: la que siempre ha utilizado la imagen, ya fuera de cine o de televisión, con propósitos de lucro económico. De ahí que más que en un proceso de comunicación se transformó en un proceso de producción de imágenes pero con un sentido mercantil. Esta actitud afecta todas las fases del proceso y, por el carácter masivo de su producción, invade todos los aspectos de la vida cotidiana. No son comunicadores ni educadores quienes controlan esos procesos, sino los mercaderes de siempre. Quienes producen imágenes lo hacen como empresa económica: para ellos es lo mismo producir imágenes que producir zapatos, máquinas de afeitar o lociones contra la calvicie. Lo que importa son las ganancias obtenidas. Esta es la visión dominante.
En contrapartida, como instrumento al interior de las aulas su presencia es mínima e incierta.
La relativa utilización de los medios dentro de la educación formal se enfrenta así a una masiva utilización de los mismos en el ámbito informal de la educación.
En relación a esto, es evidente el enorme desequilibrio que se presenta. Por un lado, nos encontramos aquellos que nos esforzamos por crear y utilizar la imagen en la formación de las nuevas generaciones, con recursos no siempre suficientes ni con la tecnología adecuada. Y por otro, están aquellas corporaciones que cuentan con enormes recursos para producir y difundir durante el día y la noche un torrente de imágenes a las cuales el individuo no puede escapar. Es en el aula, donde el educando obtiene nuestros conocimientos mediante esta tecnología a través de una relación de autoridad (es decir, no porque el alumno quiera, sino porque el maestro así lo determina). Pero es fuera del aula en donde el alumno dispone de su arbitrio para acceder al torrente de imágenes que le ofrece el mercado del audiovisual. A cualquier hora del día o de la noche le basta con apretar un botón para enfrentarse a una inmensa variedad de posibilidades, lo cual se incrementa aún más con la presencia en la actualidad de los sistemas de videocable, los centros de alquiler y venta de videocintas, con los videojuegos, así como con la revolución informática a través de Internet.
De manera apabullante nuestros ojos han sido conectados a un tipo de presencia ausente hasta hace algunas décadas: el monitor. Es decir, a partir de la aparición de la televisión se dio un viraje radical en el tipo de códigos que tenemos que descifrar: de los alfabéticos se pasó de pronto a los de la imagen, cuyas características y formas de influencia aún no han logrado los teóricos describir ni tampoco interpretar de manera convincente. Con ello, la comunicación tradicional se ha transformado desde sus cimientos, viéndose subordinada en gran medida por otro tipo de comunicación, que aún permanece en la nebulosa de lo incierto.
Si tomamos en cuenta que la educación no puede darse sin comunicación y que hasta ahora esa comunicación se sustentaba en la palabra, sucede que ahora el educador se enfrenta a tecnologías desde una posición desventajosa: por un lado, estas tecnologías llegaron a él con décadas de atraso y, por el otro, están fuera de su control. Quienes las controlan son aquéllos que desde su origen –los años ’50– tuvieron el poder político y económico para hacerse de ellas. El uso que les dieron desde entonces fue de carácter comercial y no de carácter educativo. Sin embargo, existen estudios que demuestran que su influencia es tal que contrarresta o, incluso, pulveriza a la educación proporcionada por la escuela.
De ahí que sea preocupante la presencia cada vez más constante de estas tecnologías.
Existen estudios acerca de cómo ha aumentado la exposición del individuo en sus distintas
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