El Inmortal. Del Septiembre 29
Enviado por JPRequena • 15 de Febrero de 2017 • Tarea • 1.411 Palabras (6 Páginas) • 168 Visitas
El inmortal
Del Septiembre 29, él convino extrañamente obstinado luego que ya venía de la vida y aquello no fue más que el inicio de su muerte; y desde ese día siendo un bebé en los brazos de una desgraciada suicida, se encontró con el castigo de sus pasadas culpas. Entonces asumió que aquella fue en realidad la muerte que le llagaba para cobrarse las fechorías que había cometido durante la verdadera vida pasada, de la que no encontró más huellas que el sufrimiento: monarca absoluto, si por derecho divino quizá, de todo lo que para él entonces tenía sentido. Estuvo siempre fielmente seguro de estar en el infierno cuando los demás vanamente se jactaban de vivir. << Pero... Morir, nacer... ¿Qué tendrán de diferente?... ¿Acaso seré el único muerto en este mundo, y por qué venir a pasar mi muerte entre vivos?>> Conversaba así con la conciencia. Aunque siempre taciturno, nunca, nunca desvaído.
En aquella noche dormitaba enladrillado entre el tedio del intolerable mutismo. Ya luego de despertar, simultáneamente su respiración a bocanadas y el canto como orquesta de los invictos grillos, aunque no pudieron con el hastío, extenuaron la resonancia de aquella cajita de fósforo miserable construida de retazones de acartonada madera sobre los basamentos de una vieja casa colonial a tres o cuatro metros del río. La puntiaguda punta de un resorte del colchón se le clavaba en la nalga izquierda y otra también le punzaba a la altura del pulmón. El malestar de su miseria solo le dejaba pensar en cómo escaparía de aquel infierno; << Escaparía hacia otra muerte, pero...>>; Ya concebía aquella salida, pero la única puerta abierta en esos momentos era para él un pecado que como una piedra más sobre su talega cargaría. <<Sería un vital suicidio >> Así lo pensaba y así sería, reencarnaría en otra muerte; pero seguía atisbando en su mente como las ondeantes banderas aún erguidas de un naufragio antiguo, la certeza de que el suicidio le aumentaría la carga de su castigo. Y cuando siempre iba más allá de los sutiles límites de su infierno, (<<Cuando escape de esta muerte a la otra, encontraré los intereses que cobrará la divina providencia por mi último pecado en este mundo; y si luego vuelvo a valerme del quebrantamiento de mi existencia en mis próximos infiernos irá en aumento mi castigo hasta la infinita sucesión de mundos>>) pensando tentaba y desafiaba a la lógica de este mundo. Pues eran atípicas las resoluciones que conseguía mediante la extensión de los silogismos con los que rasgaba su inteligencia.
Dejo de pensar tanto; prefirió entonces escuchar el sonido invicto de los grillos, y se levantó y caminó errante llevando poco común cierta ligereza en el cuerpo a pesar de ir subiendo por una brava pendiente de matorrales fríos. El sendero fácilmente lo marcaban las malas hierbas aplastadas por el vagabundo chas-chas de sus pies. Aquello era una inmensa barranca cruzada de lado a lado por un puente ramplón, donde su ranchito de cartón bajo el puente se hallaba en el fondo junto al río. Seguía subiendo la pendiente de la barranca hasta que llegó a la cima; esa noche tan oscura se hallaba poblada de millones de soles y se dejaba castigar con un frío inclemente; así que no tuvo más opción que sentir aquel exilio helado del cielo en cada centímetro pestilente de su piel, porque los guiñapos escasamente le cubrían, porque además iba descalzo. Llegó hasta el nacimiento del luengo puente y desde allí camino lento, lento, lento, junto al pretil.
Solo evocaba pensamientos inmutables: la miseria de muchos en aquella provincia: el hambre y la desgracia; toda su estadía en aquella muerte había estado marcada por esos dos cánones incorruptos. El hambre se encargaba de apretar sus carnes hasta dejarlos escuálidos como perros vagabundos y la desgracia vestida de colobio negro como la noche, pasaba todos los crepúsculos cargando inmigrantes hacia las otras muertes, encargándose de apretar sus corazones. Era el dúo perfecto y cruel; perfectamente cruel y cruelmente perfecto.
Seguía caminando, pero al escuchar nuevamente como orquesta el chirrido invicto de los grillos detuvo el paso y permaneció viendo el abismo de su rancho junto al río. Por el puente pasaban pocos vehículos y no había
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