El Jarron Azul
Enviado por ArturoNegrete • 12 de Octubre de 2013 • 6.649 Palabras (27 Páginas) • 616 Visitas
EL JARRON AZUL
LA ANECDOTA DEL LUCHADOR QUE NO SE DA POR VENCIDO
CAPITULO I
Hace casi veinte años, apareció un libro (en inglés) con un título que significaba aproximadamente el que se ve arriba, y el cual enseña una gran lección. Cientos de miles y quizá millones de hombres han admirado la anécdota y procurado seguir el ejemplo del héroe de ella, cuyo lema era "Lo haré".
Desgraciadamente esta historieta nunca fue traducida a otros idiomas, aunque beneficiaría a cuantos la leyeran. Por creerlo así. . . por ser un elocuente ejemplo de lo que constituye la firmeza de voluntad que conduce al éxito; daremos aquí, con permiso del autor, un resumen de ella. Muy lejos de hacerlo en el expresivo y vigoroso lenguaje del notable y admirado escritor -Pedro B. Kyne- de fama mundial, y dudamos que un simple compendio, cuando menos una traducción, pueda transmitir la elevada filosofía que contiene, el humorismo y el profundo sentido común que han hecho de la pequeña historieta una verdadera obra clásica.
Sin embargo, deseamos dar una síntesis de la moraleja que esta admirable anécdota encierra y que ha sido una inspiración para tantos que aspirando al éxito, habían creído insuperables los obstáculos con que tropezaran.
Mr. Alden P. Ricks, mejor conocido como "Cappy Ricks", fue el fundador y el espíritu dirigente de una importante empresa maderera y de vapores. En teoría, ya se había retirado de la dirección activa del negocio, pero en realidad continuaba siendo su principal guía y consejero, rehusando -como él mismo se expresó- a abandonar su actividad mental no obstante haber suspendido su actividad física.
Los ayudantes y administradores activos de "Cappy" eran: Mr. Skinner, encargado del negocio de maderas, y Matt Peasley, quien dirigía el de vapores. Ambos eran hombres competentes en quienes Cappy tenía plena confianza, aunque a veces le entraban dudas de su buen criterio, especialmente en lo que se refiere a juzgar la capacidad de otros.
El problema que estos tres personajes confrontaban, según principia la historia, era la situación que existía en su oficina en Shanghai. El empleado que habían enviado a hacerse cargo de ella estaba dando mal resultado, aunque esto no sorprendía a Cappy, porque en su opinión carecía de ciertas cualidades que él consideraba esenciales.
-Skinner, ¿tienes un candidato para el puesto?, pregunto Cappy.
-Siento decirle que no, Mr. Ricks; todos los empleados que tengo bajo mis órdenes son jóvenes... demasiados jóvenes para asumir esa responsabilidad.
-¿Que quieres decir con "demasiado jóvenes?", replicó Cappy.
-Bueno, el único a quien yo consideraría competente para ocupar el cargo sería Andrews y él apenas tiene unos treinta años.
-Treinta años, ¿eh?; pues si no mal recuerdo yo te empecé a pagar un sueldo de diez mil dólares al año y a confiarte la responsabilidad de dos millones cuando apenas tenías veintiocho.
-Es cierto, pero Andrews ... bueno, no hemos puesto a prueba todavía su competencia.
-¡Skinner! -interrumpió Cappy en voz resonante- no alcanzo a comprender todavía por que no te he mandado al diablo. ¿Dices que todavía no hemos puesto a prueba la competencia de Andrews? ¿Por qué tenemos aquí gente que no sabemos lo que puede hacer ... ¡contéstame! El mundo de hoy es el mundo de la juventud, y métete esto en la cabeza. (Dirigiéndose hacia el otro administrador continuó:)
-Matt, ¿que te parece Andrews para el puesto de Shanghai?!
-Lo creo capaz.
-¿Por qué?
-Porque lleva bastante tiempo con nosotros para haber adquirido la experiencia necesaria.
-¿Crees, Matt, que también tenga el valor necesario para asumir la responsabilidad? Eso es mas importante todavía que la tal experiencia que Skinner y tú consideran como lo más esencial.
-De eso nada puedo decirle a Ud., pero me parece que tiene energía e iniciativa, y personalmente es agradable.
-Bueno, antes de mandarlo hay que convencernos de que tiene energía e iniciativa... de si los tendrá cuando tenga que tomar una decisión inmediata, seis mil millas distante de sus jefes a quienes consultar - y proceder acertadamente de acuerdo con su criterio. Eso es lo más importante Skinner.
Tiene Ud. razón, Mr. Ricks, y creo que Ud., quién debe hacer la prueba.
-Convencidos, Skinner. El próximo representante que mandemos a Shanghai tendrá que ser un luchador que no se dé por vencido... Ya hemos tenido allá tres que resultaron un fracaso, y de esos no queremos más.
Sin decir otra palabra, Cappy se echó de espaldas en su sillón giratorio y cerró los ojos.
-Parece que va a fraguar la prueba para Andrews -dijo Matt Peasley en voz baja a Skinner al salir de la oficina de Mr. Ricks.
CAPITULO II:
El destino no permitió dejar en paz a Mr. Ricks en sus reflexiones por mucho tiempo. A los diez minutos el teléfono sonaba, y con no poco enfado, como si alguien le hubiera interrumpido un tranquilo sueño, tomó el receptor y gritó:
"¡¿Quién es?!.
-Mr. Ricks - respondió la telefonista de las oficinas centrales -está aquí un joven que se llama William Peck y desea verlo a Ud. personalmente.
-Cappy suspiró como para reflexionar.
-Bien, dígale que pase.
Un empleado condujo al visitante ante el presidente de la importante empresa maderera y de vapores. Al hallarse en su presencia, saludó respetuosamente y dijo:
"Mr. Ricks, mi nombre es William E. Peck; le agradezco a Ud. mucho la fineza de concederme una entrevista.
Mirándolo con un semblante severo, Cappy le dijo que tomara asiento, señalándole una silla frente a su escritorio. Al acercarse Peck a la silla, Cappy notó que cojeaba un poco y que el brazo izquierdo lo tenía amputado hasta el codo.
-Bien; Mr. Pekc, ¿que deseaba Ud.?
-He venido a que me dé Ud. trabajo -respondió Pekc.
-Habla Ud. como si tuviera la seguridad.
-Ciertamente, Mr. Ricks, yo se que Ud. no me lo negará.
-¿Por qué?
Peck, sonriendo en una forma que le simpatizó a Mr. Ricks, contestó:
-"Yo soy agente vendedor, y sé que puedo vender cualquier cosa que tenga algún valor, porque lo he demostrado durante cinco años y quiero demostrárselo a Ud.
-Mr. Peck - dijo Cappy sonriendo- de eso no tengo duda, pero dígame, ¿acaso sus defectos físicos no son un
...