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El Valor De La Vida Humana


Enviado por   •  29 de Junio de 2011  •  5.614 Palabras (23 Páginas)  •  9.765 Visitas

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EL VALOR DE LA VIDA HUMANA

La vida es un interrogante para todo hombre. Dentro de la temática de este libro es muy interesante confrontar la respuesta que le dan los creyentes, los agnósticos y los ateos. Es observable en los finales de este siglo XX un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, que es el desprecio a la vida o una "cultura de la muerte" como señala Juan Pablo II. Este hecho encuentra su explicación en las ideas materialistas que se han extendido por amplios sectores de la sociedad.

Para el creyente -coincidiendo con el sentido común- la vida es una realidad muy rica y atrayente, incluso cuando la vida está afectada por algún defecto o dolor. Cualquier valor necesita de la vida para hacerse realidad. Si no hay vida todo valor carece de sentido. Pero surge el interrogante de la muerte: la vida humana en esta tierra es limitada, acaba con la disolución del cuerpo. Todo acaba, dirá un materialista, y, en consecuencia, el sentido de la vida será conseguir el máximo placer posible y evitar el dolor; si éste aparece de una manera ineludible mejor será acabar con la vida. El instinto natural rechaza esta respuesta y la mayoría de los hombres se aferran a la vida como se indica en el libro de Job: "piel por piel, todo lo que el hombre tiene lo dará gustoso por la vida. (Job, 2, 4). La fe proporciona la razón al deseo de vivir: vivimos para algo. La vida humana es una oportunidad a través de la cual se puede conseguir una felicidad total según una vida eterna conforme a los deseos que vislumbra el corazón humano.

La moral sobre la vida es una piedra de toque clara sobre el valor de muchos planteamientos ideológicos. El cristiano respeta la vida. El materialista y el ateo la manipulan y recurrirán al aborto, a la eutanasia o al suicidio cuando surja algún problema que altere su aparente deseo de felicidad o placer. Las consecuencias son cada vez más negativas como lo atestigua la experiencia; se puede decir que el alejamiento de Dios, que es la Vida, conduce al desprecio de la vida humana que es participado de la divina.

"Es necesario añadir que en el horizonte de la civilización contemporánea -especialmente la más avanzada en sentido técnico-científico- los signos y señales de muerte han llegado a ser particularmente presentes y frecuentes. Baste pensar en la carrera armamentista y en el peligro, que la misma conlleva, de una autodestrucción nuclear. Por otra parte, se hace cada vez más patente a todos la grave situación de extensas regiones del planeta, marcadas por la indigencia y el hambre que llevan a la muerte. Se trata de problemas que no son sólo económicos, sino también y ante todo éticos. Pero en el horizonte de nuestra época se vislumbran "signos de muerte", aún más sombríos; se ha difundido el uso -que en algunos lugares corre el riesgo de convertirse en institución- de quitar la vida a los seres -humanos aun antes de su nacimiento, o también antes de que lleguen a la meta natural de la muerte. Y más aún, a pesar de tan nobles esfuerzos en favor de la paz, se han desencadenado y se dan todavía nuevas guerras que privan de la vida o de la salud a centenares de miles de hombres. Y ¿cómo no recordar los atentados a la vida humana por parte del terrorismo, organizado incluso a escala internacional?"

(Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n. 57)

ACTITUD DE RESPETO

Todo el mundo valora positivamente el respeto al entorno, y de modo más acusado cuanto más cercano es y más necesaria su integridad para lo que se llama la calidad de vida. Pero nada es tan cercano ni tan necesario como el propio cuerpo. En su situación presente, el hombre no puede hacer nada sin él, y actúa sólo torpemente si el cuerpo se entorpece.

El hombre no es dueño de su ser. Ni aun queriendo puede regresar a la nada, pues su alma es inmortal. Desde fuera nadie puede determinar tampoco el destino de este ser. Pero desde dentro sí que se determina, alcanzando la bienaventuranza o la perdición definitivas. En páginas anteriores se ha hablado ya suficientemente de la colaboración del hombre a su salvación y lo que ésta significa en este mundo y en el otro. Lo que ahora interesa advertir es precisamente que el hombre sólo puede colaborar a su salvación actuando, y sólo puede actuar mediante sti cuerpo, que es parte de él mismo. El daño al cuerpo (o daño a la vida, si preferimos esta expresión más abstracta), es un atentado a la plenitud que podría conseguir el hombre en ese "hacerse", que es lo que da sentido a su existencia.

El hombre no es dueño absoluto de su cuerpo (o de su vida, que aquí viene a ser lo mismo, pues es la destrucción del cuerpo lo que produce la muerte). Ni se ha dado el cuerpo a sí mismo, ni lo ha recibido de Dios para tratarlo como se le antoje. El cuerpo es una realidad de una complejidad y precisión extraordinarias, capaz de acoger y servir a un alma espiritual, y requiere unas atenciones y una utilización adecuadas a lo que se podría llamar su "alta tecnología".

Haciendo una comparación pobre y defectuosa, es como un gran ordenador puesto al servicio de un investigador famoso. ¿Qué pensaríamos si de pronto ese investigador rompiera el ordenador a golpes, o lo utilizara para sentarse, o lo dejara expuesto a la lluvia? Quizá que había perdido la razón, o que quería abandonar su trabajo y protestar violentamente contra la sociedad.

Dios nos ha dado la vida para que realicemos una tarea de la que resulta nuestra propia perfección y felicidad, y que influye también en la de los demás. Para esto hay que usar el cuerpo al menos con la misma experiencia, cuidado y dedicación con que el investigador utiliza sus instrumentos de precisión. Quitarse la vida se explica sólo por la locura, en cualquiera de sus formas, o, en un caso extremo, por una protesta blasfema contra Dios.

Si el dueño supremo de la vida es Dios y el hombre es sólo administrador de ella, de forma que no puede quitársela (ni aun perjudicarla si no hay un motivo suficientemente

LA VIDA ES UN DON

"Por un lado, mi vida me pertenece, puesto que constituye, el contenido real histórico de mi ser en el tiempo. Pero, por otro lado, esa vida no me pertenece, no es, estrictamente hablando, mía, puesto que su contenido viene, en cada caso, producido y causado por algo ajeno a mi voluntad".

(M. García Morente)

La vida es algo que el individuo recibe sin que él haga nada ni la merezca. Por eso la vida es un don. La Sagrada Escritura pone bien de manifiesto que el autor de la vida es el propio Dios, que inspiró en el rostro del hombre un soplo de vida (cfr. Gén. 2, 7); de ahí que solamente Dios sea dueño de la vida y de la muerte (cfr. Dt. 32, 39).

En todos los pueblos se ha

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