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El gigante de hielo. Тhiara Мontesinos


Enviado por   •  1 de Julio de 2013  •  Informe  •  1.337 Palabras (6 Páginas)  •  255 Visitas

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EL GIGANTE DE HIELO

THIARA MONTESINOS

Despuntaba el año 2764 y las primeras horas del día anunciaban tempestad; el cielo se cubrió de amenazantes nubes encarnadas. De pronto, se dejó oír el potente rugido de una alarma lejana proveniente de la base meteorológica, lo cual significaba tormenta, una más de esas tormentas marcianas que traían consigo el rumor de los océanos muertos. Las calles quedaron solitarias y en las cien colonias se tomaron las debidas precauciones, ya que los vientos polares tardarían unos dos o tres días en desplegarse y después alejarse poco a poco.

—En una de tantas casas de piedra de la colonia doce, una familia formada por el padre, la madre, sus hijos Mara y David, además del abuelo, tomaban el desayuno en armoniosa convivencia. Más tarde todos se retiraron de la mesa, excepto la madre y la hija que se dieron a la tarea de recoger los utensilios para asear y guardar. Después barrieron una y otra vez el piso de roca porosa hasta sus últimos recovecos. Una vez terminadas esas labores, se sentaron en compañía del padre, frente a una enorme pantalla, cuya única imagen era un espiral blanquiazul rodeado de diminutos puntos multicolores que comenzaron a titilar para sumergirlos finalmente en un sueño profundo.

Mientras tanto, David y el abuelo se dirigieron al aposento de este último; empujaron la cama hacia un costado y debajo apareció una placa con una hendidura en la parte inferior, la abrieron y penetraron por un pasadizo oscuro de regular tamaño; se arrastraron a lo largo de unos metros hasta quedar frente a una pequeña puerta que el abuelo abrió con una llave que escondía bajo sus ropas.

—Vamos, David —dijo el abuelo— daremos los últimos toques a este artefacto antes de que despierten los demás. Debemos darnos prisa. Ayer revisé el cronómetro y se atoraba en los números pares. Sería muy peligroso que a la hora menos pensada se volviese a atascar.

—¿Qué pasará si nos descubren al regreso de este viaje, abuelo? Digo, en el caso de que funcione la máquina.

—Ni pensarlo, hijo mío. Nos enjuiciarían por tener en casa un invento. Tú sabes que eso no nos está permitido, pero también sabes cuánto he trabajado en él, prácticamente desde que tu bisabuelo murió. Él siempre tuvo el deseo de conocer la tierra, pero más que eso, las verdaderas causas de su destrucción. Todos sabemos, o mejor dicho, se nos ha hecho creer que estalló al chocar con Venus. Aparentemente lo sabían los científicos y estaban preparados para desalojar el planeta antes del desastre. Únicamente los más poderosos lograron salvarse abandonando la tierra sin dar aviso al mundo, aunque esto último de nada hubiera servido, pero en fin, ése no es el caso. Lo importante es descubrir cómo sucedió realmente.

—Claro, abuelo. ¿Podríamos probarla?

Desafortunadamente no, hijo. La única prueba que estamos en posibilidad de efectuar es la de viajar en el tiempo-espacio. Si nos lleva con éxito y con éxito nos trae, significará que funciona. No hay otra forma de saberlo, como tampoco hay modo de verificar si aún existe la tierra porque no tenemos acceso a los telescopios, y viajar a escondidas en una nave normal, ¡ni soñarlo!

—Vale la pena correr el riesgo. He visto maravillas en el gran libro de la historia y todo era tan diferente. Cuando camino por las calles polvorientas de nuestras colonias marcianas y veo que a mi alrededor solo existen copias grotescas de lo que fue la tierra, siento tristeza, aunque te parezca absurdo, porque Marte es el único mundo que conozco y no debería experimentar ese sentimiento.

—Te creo, David, y tal vez yo tenga mucho que ver por las ideas que te he metido en la cabeza. Quizá no debí hacerlo porque en mi loca ansiedad por conocer ese otro mundo, he conseguido inquietar tu joven espíritu sin ninguna necesidad.

—No hay problema, estamos a punto de realizar nuestro mayor deseo. Ya estamos en esto y no me arrepiento.

—¿Quiere decir que estás decidido a hacer este viaje? Yo podría ir solo...

—No, no. Yo iré contigo, por nada me perdería

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