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El problema de la vejez


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  Trabajo  •  2.112 Palabras (9 Páginas)  •  436 Visitas

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La Vejez

ay una idea, tan difusa como falsa, que identifica a la vejez con la inoperancia y la absoluta falta de creatividad. El viejo, casi por unanimidad popular, «está de vuelta», vive de recuerdos, de memorias, de pasado. ¿Es esto verdad? Habrá que contestar que no: que la historia es testigo de muchos ancianos que encontraron el auténtico sentido de su vida precisamente al llegar a ese atardecer de los años. Recordemos, por citar un solo caso, el casi milagroso de Juan XXIII: entronizado como «papa de transición» a causa de su edad, y que, cargado de años, transmitió a la Iglesia y al Concilio un aire joven, una primavera espiritual que otros muchos con menos años que él, pero más viejos de espíritu, no han acabado de encajar. ¿No podremos convencer a nuestros ancianos de que vejez no significa ocioso parasitismo, sino, por el contrario, posibilidad de encontrar sentidos nuevos a las cosas y a los acontecimientos? Esta tarea es mucho más importante que construirles residencias o dejarles viajar gratis en nuestros trenes y autobuses. Por ello -baje, el signo de Simeón: el anciano que se encontró con Cristo cuando su vida declinaba ya- publicamos este reportaje sobre la ancianidad. Sin llamar a la puerta ni pasar tarjeta de visita, la vejez llega mucho antes de lo que uno piensa y quisiera. Es difícil admitir que se es viejo. Dígalo, por ejemplo, el ejecutivo que ya peina canas, pero que aún no ha llegado

a los cincuenta; o la señora que empieza a pasar sus primeros años difíciles. Sin embargo, los especialistas más autorizados coinciden en que la vejez comienza a los 45 años. Quizá por un poco de respeto buscan un suavizante, y dicen que de los 45 a los 60 años se vive la «madurez avanzada» o prevejez; de los 60 a los 75, la senectud o baja senilidad; y, cuando se han rebasado los 75, se entra de lleno en la etapa de alta senilidad. Es un hecho evidente que cada día hay más viejos. Sobre todo en las zonas rurales. ¿Qué hacer con los viejos? Habrá que buscar y encontrar soluciones humanas y cristianas que abran un camino a la esperanza y al deseo de vivir. Que la vida del viejo no se convierta en una amarga «cuenta atrás». Hay que deshacer, sobre todo, esa imagen poco grata -y, además, deformada- que la gente joven tiene del anciano: un ser avaro y egoísta. El cine, el teatro y la televisión nos los presentan así con frecuencia, sin enseñarnos que son las excepciones de la regla. |

SU FUNCIÓN EN LA SOCIEDAD |

ambién es verdad que el anciano tiene el peligro de volverse egoísta y de aferrarse, con frecuencia, al timón de la nave que ha dirigido durante muchos años y que ahora deben conducir manos más jóvenes. Habrá que hacerle ver que ya no puede con aquello que, con tanta energía y acierto, hizo a lo largo de varias décadas. Pero no se le puede eliminar sin contemplaciones, porque él

sigue sintiendo la necesidad de ser útil a la sociedad. Los jóvenes no arreglan la situación con enfrentamientos y olvidándose de que existen los viejos. Los ancianos tampoco encontrarán su sitio si pretenden aferrarse al sillón de siempre y conservarlo hasta el día del adiós definitivo. Por muchas «batallitas» que pretendan contar. |

PROBLEMAS ECONOMICOS |

a jubilación recorta los ingresos y los congela inexplicablemente. La mayoría de nuestros ancianos no tienen «un buen pasar» que les permita viajar y ver cumplidos aquellos sueños que fueron dejando «para cuando nos jubilemos». Cuando se pierde al marido anciano, la viuda queda en una situación casi insostenible. Tampoco se pueden cerrar los ojos ante 'una realidad tan evidente como ésta: hay mucha gente que no tiene jubilación y no dispone de otros ingresos que los que le permitirían pagar el alquiler de su buhardilla, los recibos de la luz, el agua y la cuenta del pan y la leche. Ciertamente, muy poco para tener que vivir así durante quince o veinte años, y carecer de seguros que amparen cualquier eventualidad. Un estricto deber de justicia nos obliga a pedir para nuestros viejos el aumento de pensiones y, mejor aún, el sistema que permita adaptarlas al poder adquisitivo de la moneda. |

LAS ENFERMEDADES |

as enfermedades en el anciano son más frecuentes a medida que la edad avanza. Más frecuentes y más graves. A veces son enfermedades

duras, largas y sin posibilidad de curación; antes al contrario, van diezmando poco a poco las energías de la persona. La inmensa mayoría, que ha de soportar las enfermedades en sus casas, carece de medios de asistencia y de las más elementales condiciones sanitarias. Como las plazas en hospitales geriátricos son prácticamente nulas y en las residencias no se admiten ancianos enfermos o que no puedan valerse por sí mismos, los millares de casos de enfermedades crónicas que hoy existen se hallan prácticamente desatendidos y a merced de la caridad pública. Este es, sin lugar a dudas, el problema más grave que hoy tiene planteado la ancianidad española. La atrofia progresiva de miembros y de facultades, así como una sobresensibilización al dolor, vuelve al anciano egoísta y necesitado de mayores atenciones. Necesita saberse respaldado y ayudado, precisa mayores atenciones y que el interés por él no decaiga en las personas que le rodean. Se hace difícil el equilibrio para no dejarse, tampoco, esclavizar en extremo por estas situaciones. Es preciso dar una voz de alerta ante algo que se está planteando ya en el seno de las sociedades más desarrolladas y que mayor refinamiento de vida tienen: la posibilidad de aplicar la eutanasia a partir de cierta edad y a la vista de procesos finales irreversibles. |

EL HOGAR Y LA FAMILIA |

os ancianos se quejan de que ya no existe aquella familia tradicional

de siempre, que acogía bajo un mismo techo a tres generaciones. Y es cierto, no sabemos si para bien o para mal. No haría falta profundizar demasiado para encontrar las causas que han motivado este fenómeno: la construcción de viviendas cada vez más reducidas; las nuevas exigencias del trabajo de la mujer, que ha de valerse de guarderías y comedores escolares para los hijos, transformando la casa casi en dormitorio; el ritmo de vida que nos hemos impuesto y que deja escasos momentos libres para la convivencia familiar, etc. El viejo vive, pues, solo y casi siempre al margen de la familia, incluso cuando duerme bajo el mismo techo. Esto le produce cierta amargura y un resentimiento que expresa así: lo

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