Entrevista A Freud
Enviado por manuelmorales12 • 23 de Octubre de 2013 • 4.425 Palabras (18 Páginas) • 346 Visitas
NTREVISTA DE GACETA DE PSIQUIATRÍA UNIVERSITARIA
Sigmund Freud:
reFlexioneS Sobre la vejez (1926)
(Rev GPU 2010; 6; 2: 166-171)
“Yo no me rebelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta
años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas –en compañía de mi
mujer y mis hijos–; el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión
encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?”
(1856-1939)
esta entrevista fue concedida al periodista george Sylvester viereck en 1926 en la casa de
Sigmund Freud en los alpes suizos. Se creía perdida pero en realidad había sido publicada en el
volumen de “Psychoanalysis and the Future”, new York, 1957. actualmente está disponible en
la revista electrónica Psychanalyse.lu, la psychanalyse au luxembourg, y en otros sitios web en
diversos idiomas. Fue traducida del inglés al portugués por Paulo César Souza y al castellano por
miguel Ángel arce.
Psiquiatría universitaria| 167
SIGmUNDFREUD: REFlExIoNES SobRElA VEjEz (1926)
S
igmund Freud (SF): Setenta años me enseñaron a
aceptar la vida con serena humildad…
George Sylvester Viereck (GSV): Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en
Semmering, una montaña de los Alpes austriacos. Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual multiplicaron
las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio.
Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente
estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable
como siempre, pero un ligero impedimento en su habla
me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar
superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa
una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.
SF: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con
este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero
prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero
la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos
parece menos intolerable que los fardos que cargamos.
(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva
algo especial). ¿Por qué (dice calmadamente)debería yo
esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden
universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo
bastante para comer; aprecié muchas cosas –en compañía de mi mujer y mis hijos–; el calor del sol. Observé
las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando
tuve una mano amiga para apretar y en otra ocasión
encontré un ser humano que casi me comprendió.
¿Qué más puedo querer?
GSV: Sigmund Freud tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la
vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor.
Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo
se unió para homenajearlo, con excepción de su propia
universidad.
SF:Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo
no atribuyo importancia insensata a los decimales. La
fama llega cuando morimos y, francamente, lo que venga después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.
GSV:¿No significa nada el hecho de que su nombre va a
perdurar?
SF: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o
que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el
destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido
durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El
trabajo es mi fortuna. (Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de
su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía). Estoy mucho más interesado en este capullo de
lo que me pueda acontecer después de estar muerto.
GSV:¿Entonces usted es, al final, un profundo pesimista?
SF:No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de
la vida.
GSV:¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?
SF:No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué
debería el hombre constituir una excepción?
GSV:¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado
del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de
inmortalidad?
SF: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos
egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el
más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose
en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso,
si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión
de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre el pasado y el futuro.
Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en
saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente
pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de
compromisos, una lucha interminable entre el ego y su
ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente
me parece absurdo.
GSV:Bernard Shaw sostiene que vivimos muy poco. Él encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo
desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de
la evolución. Él cree que la humanidad puede recuperar la
longevidad de los patriarcas.
SF:Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad
biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así
como el amor o el odio por una persona
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