Entrevista
Enviado por jhizmael • 13 de Octubre de 2014 • 2.928 Palabras (12 Páginas) • 127 Visitas
Ganador del Premio Pritzker del 2011, Eduardo Soto de Moura, es un personaje discreto y de buen
carácter. Con poca obra fuera de Portugal, su país natal, empieza en fechas recientes a construir
en Francia y en España. Pero han sido proyectos radicales como el estadio de Braga o el Museo
de Paula Rego (Casa das Historias) en Cascais los que le han llevado hasta el Olimpo de los más
reconocidos arquitectos contemporáneos. (Jue, 08 Sep 2011).
-¿Qué significa que el presidente de EE UU entregue un premio de arquitectura?
-Hay dos formas de interpretarlo. Una está en su propio discurso: aseguró que le habría gustado
ser arquitecto; que le gusta la arquitectura, que en Chicago trabajó en un edificio de Mies van der
Rohe. La otra es que pienso que la familia Pritzker le ayuda mucho. Son demócratas y lo apoyan.
-¿De qué habló con él?
-Solo estuve cinco minutos con él. Pero fue muy agradable. Hizo un discurso..., bueno, alguien le
hizo un discurso muy cabal sobre la importancia de la arquitectura social. Pero lo interpretó muy
bien. Para mí ha sido tan importante el encuentro con él como el premio. Y se lo dije.
-¿Qué le dijo?
-Que él tenía una gran responsabilidad porque era de los pocos políticos que pueden cambiar las
cosas. Porque tiene poder e influencia.
-¿Qué le respondió?
-Se le veía preocupado, porque está en una situación muy complicada frente a los republicanos.
Sé que está discutiendo el plazo de la deuda americana y para aumentar la deuda hay que
cambiar la Constitución, y los republicanos ahora le hacen chantaje: si quieres eso, la sanidad
fuera Bueno, me gustó mucho que me diera él el premio. Es uno de los pocos políticos que en los
últimos años han tratado de hacer algo. Y es simpático. La mujer también.
En el discurso, Obama habló de su estadio de Braga. Dijo que podría ser su obra más importante.
A mí es la que más me gusta.
El estadio de Braga, con sus dos graderíos insertados en una cantera de granito, fue diseñado
como escenario de la Eurocopa de 2004 y habla de la recuperación de espacios y también de una
arquitectura social que permite ver los partidos a quien no tiene entrada subiéndose al monte y
sentándose en el cerro.
Su padre era de Braga. Sí, y cuando era pequeño e iba a ver el fútbol, era de los que se quedaban
fuera. El estadio era otro, muy bonito, un estadio de arquitectura fascista, abierto como una U.
En la abertura había una colina, el monte Picoto, y allí subían los que no podían pagar, la clase
popular. Muchas veces los arquitectos hablan de los proyectos como hijos. Dicen que son todos
iguales, que no tienen preferidos. Yo no. El estadio de Braga ha sido el proyecto que más me
entusiasmó.
-¿Por qué?
-Porque todo funcionó: el momento oportuno, el lugar indicado, con el cliente adecuado.
Trabajamos día y noche. La obra empezó antes de terminar de diseñar el proyecto. Se trituraba el
granito.
Trabajé con un grupo de ingenieros jóvenes impecables. Es también una obra de ingeniería. Pero
también una obra de land art y un trabajo minucioso. No es normal que en un proyecto de 20
hectáreas se pueda llegar a dibujar el detalle del tirador. Todo ese cúmulo de cosas creo que no va
a suceder nunca más.
En Braga está también su primer proyecto, un mercado. Era todavía estudiante cuando lo hice.
Y ya lo demolieron. No, lo transformamos. La historia es así. Dejé de trabajar con Álvaro Siza y fui
a trabajar con mi profesor de urbanismo. El proyecto del mercado era suyo, pero me dijo que
empezara a diseñarlo yo.
Y lo dibujé. Luego me fui al servicio militar y él fue muy honesto. No lo continuó, me dejó trabajar
desde la mili. Con el tiempo, apareció una deformación en el techo. Y, peor aún, el barrio se llenó
de supermercados. Desapareció la razón de ser del mercado.
-¿Nos falta paciencia?
-Ahora en España están volviendo los mercados. Y en Portugal también, pero el mío cerró. Los
vendedores pasaban frío y los clientes dejaron de ir. El lugar se degradó con droga y prostitución.
Y el alcalde me llamó porque quería demolerlo.
Yo me preocupé. Esa obra fue importante en mi vida. Jean Nouvel me llamó para que la expusiera
en la Bienal de París. Me había dado mucho y debía hacer algo por ella. Así que cuando el alcalde
me preguntó si quería hacer algo, le pedí un día para pensarlo. Luego le propuse hacer una calle
cubierta.
El mercado conectaba dos calles y la gente lo usaba para pasar de una a otra. Quise recuperar
ese uso y transformar el edificio en ciudad. Corté la cubierta que se deformaba y mantuve los
pilares como una ciudad romana con restos del peristilo. Luego montaron una escuela de danza y
otra de música. Hoy funciona muy bien, por el uso que han sabido darle.
-¿Es eso habitual? ¿Sus clientes le piden opinión años después de que entregue una obra? -Estoy
convencido de que cualquier edificio puede tener otra vida. Si hay una gangrena, no siempre es
necesario cortar una pierna entera.
Se puede cortar un dedo. Creo en la reparación. Me gusta ser realista. Es muy fácil para los
arquitectos estar enfadados y sentirse mal con el mundo. La mayoría encuentran siempre motivos
de ofensa. Yo soy realista. Creo en la reparación.
-¿Y tiene buena relación con los clientes?
-Muy buena. Porque la arquitectura no puede ser una media tinta. No puedes hacer una cosa que
no le gusta a tu cliente o que no te gusta a ti. No puedes hacer algo en lo que no crees o algo que
tu cliente no entiende. Todo eso sale mal.
Por eso es fundamental hablar. Y hablar es conocerse. ¿Se imagina un médico contrariado porque
no le dejan hacer lo que él cree que debe hacer? Es fundamental saber explicarse. Nosotros y los
clientes. Hablando, uno se entiende.
La relación entre cliente y arquitecto es casi como la que se establece con los curas, íntima.
Nosotros sabemos casi todo sobre un cliente: cuándo usa el baño, dónde guarda la ropa... No soy
una persona de medias tintas. En las relaciones, como en los proyectos, me meto hasta el fondo.
Su padre era un oftalmólogo de Braga. Sí, por coincidencia nació justo
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