La Muerte Lujuriosa
Enviado por Helenluz • 4 de Febrero de 2015 • 412 Palabras (2 Páginas) • 176 Visitas
CAPÍTULO I
PRIMER ESCENARIO
Estaba ahí, en la Alameda, atisbando. Buscaba, entre la
multitud de viejos jubilados que viven por el rumbo y
van a descansar por un momento a ese lugar, sentados en
las bancas de piedra labrada. Su tarea: ver pasar a la
gente, como una manera de matar el tiempo. Esperan la
muerte (lo que en, ciertas ocasiones, se cumple
imprevistamente). Entre ellos, habría alguna mujer a
la que pudiera convencer con el pretexto de ayudarla.
Captaría su confianza y luego ejecutaría su maquinación,
si había oportunidad.
Rosa María Pérez viuda de Ruiz cumplía el perfil que
Joaquina exigía: tenía 84 años, estaba sentada sola
leyendo un libro litúrgico, con sus anteojos antiguos
-redondos y con aro de oro-. Tenía una botella de agua
junto a ella, de la que tomaba sorbitos mientras dejaba
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de leer y veía, de reojo, a la multitud variopinta que
pasaba frente a ella: viejos derrengados con bastón,
prostitutas en busca de cliente, niños de la calle,
algún músico despistado que se dirigía a Bellas Artes
con su violín en mano, padrotes en busca de incautas y
homosexuales de la tercera edad, ladrones en acecho,
lesbianas y señoras de su casa deseosas de una aventura.
Allá se escuchaban, en esta ocasión, los sonidos de la
Banda de Marina que tocaba un viejo vals porfiriano en
el Hemiciclo a Juárez.
Rosa María sacó de su bolsa un sándwich que empezó a
comer tranquilamente. No se dio cuenta de que al cogerlo
cayó el librito que estaba leyendo. Joaquina aprovechó
el incidente y corrió a levantarlo.
- Mi reina, ¡Ya tiró usted su libro! _Le dijo
recogiéndolo con agilidad del suelo y entregándolo
a su dueña.
Rosa María agradeció a Joaquina la atención y le
preguntó
- ¿Es usted enfermera?
- Sí, _contestó Joaquina_, y estoy a sus órdenes. Le
apuesto que uno de sus problemas es la presión
alta. ¿No quiere que se la tome?
- ¡Ándele! A ver como ando. Pero desde ahorita le
digo que no traigo dinero, siempre que vengo aquí
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dejo todo en la casa porque no sabe uno si la van
a asaltar. Ya me pasó una vez y no quiero que se
repita. Aunque siempre traigo un poco para todos
esos escuincles que andan ahí desarrapados y con
la bolsa de inhalante. Hace tiempo venían y me
amenazaban si no les daba algo. Para ellos si
traigo una morralla que ya repartí y, ahora,
ellos mismos me protegen: me dicen: ¡Abuela,
nosotros aquí la cuidamos!
- Qué bueno que los sepa tratar, pero no confíe
mucho en ellos. A ver: me deja arremangarle el
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