La historia de la enfermeria.
Enviado por mauriargenis • 23 de Febrero de 2017 • Trabajo • 3.373 Palabras (14 Páginas) • 241 Visitas
HISTORIA DE LA ENFERMERÍA EN LA ETAPA PREHISTÓRICA: No se conservan documentos escritos sobre esta época, pero se cree que el origen de los cuidados iba ligado a la conservación de grupo, a asegurar la supervivencia y a perpetuar la especie. La maternidad, crianza de la prole, conservación del fuego y preparación del alimento eran funciones que iba adquiriendo la mujer, y todo hace pensar que se ocupaban de los enfermos y heridos, con cuidados intuitivos o basados en la observación animal. Los conocimientos se transmitían de generación en generación, lo que permitía la evolución. En la etapa del Neolítico aparecen nuevas enfermedades debido al sedentarismo; las enfermedades infecto-contagiosas, se consideraba que estaban producidas por espíritus que habitaban en la naturaleza. El hombre primitivo creía que todos los objetos naturales tenían vida y poseían un espíritu o alma. Es lo que se conoce como fase mágico-religiosa. Posteriormente aparece la figura del sanador, la idea de enfermedad como castigo divino y el empirismo.
HISTORIA DE LA ENFERMERÍA EN LA EDAD MODERNA: A partir del siglo XV ocurren cambios importantes en el mundo occidental, que permiten diferenciar este siglo y el subsiguiente del mundo feudal. El sistema feudal comienza a ser reemplazado en numerosos reinos por la aparición paulatina de estados nacionales (Inglaterra, Francia, España, Alemania, etc). Al propio tiempo existe un importante crecimiento demográfico, con una afirmación en los centros urbanos y el consiguiente desarrollo de la burguesía. Las propias necesidades materiales, derivadas del desarrollo del intercambio comercial, obligan a la búsqueda de nuevas vías marítimas, lo que a su vez genera la necesidad de desarrollar los conocimientos científicos, entre las cuales se encuentra también la medicina, pues los hombres no sólo continuaban enfermando de enfermedades conocidas, sino que surgían nuevas en correspondencia con los cambios en el modo de vida de este período. La mayor parte de las nuevas enfermedades vienen asociadas a cambios en el comportamiento humano. Los centros urbanos se desarrollan en forma alarmante, con grandes concentraciones de familias pobres que generan condiciones higiénicas deplorables, favoreciendo todo ello el florecimiento de diversas enfermedades, tales como el raquitismo, enfermedades venéreas, epidemias de otras enfermedades transmisibles (peste, tifus, influenza, difteria, escarlatina, paludismo, tifoidea) y la aparición de algunas enfermedades laborales (escorbuto entre los marinos, saturnismo en los pintores y coloreadores de vidrio, y silicosis en los mineros). En filosofía, el humanismo, como afirmación de la persona, emancipa al hombre y le ofrece posibilidades creativas como nunca antes. El Renacimiento se ve así atormentado por una gran crisis: la Iglesia Católica Romana sufre profundas divisiones (reforma anglicana, luterana, calvinista) que repercuten en todos los campos. No es pues de extrañar que, en este ambiente, la ciencia y la técnica disfruten de un auge sin precedentes, incluyendo la medicina. Si bien la Revolución Francesa genera cambios importantes en la concepción como en el ejercicio técnico de la medicina, es en el ámbito social donde se logran los avances más espectaculares. Técnicamente moderna, conceptualmente neohipocrática, la medicina desarrollada bajo el influjo de la Revolución busca el alivio del enfermo con el menor sufrimiento. La terapéutica se hace menos agresiva; la cirugía busca no sólo quitar el mal sino restituir al máximo la función. La cirugía, al igual que la terapéutica, aporta algunas innovaciones trascendentales, todas ellas encaminadas a un mayor humanitarismo en el trato de los pacientes y a combatir la gran mortalidad de los pacientes quirúrgicos. El aseo cuidadoso de las heridas, la hemostasia por compresión o taponamiento, el manejo incruento de las fracturas, el uso de los fórceps y el mayor conocimiento de las distocias en el parto traen consigo una notable disminución de la mortalidad. Los hospitales no sólo aumentan en número, sino que mejoran sus servicios y se vuelven semilleros de la intelectualidad médica. Muchos de ellos son los escenarios docentes de las Universidades. Ya en el siglo XIX las ciencias naturales habían avanzado mucho y los médicos, como sus representantes, eran aún más estimados, contando con ingresos satisfactorios que les permitían tratar gratuitamente a los pobres. Es así que, en 1843, se establece en Inglaterra una Comisión para estudiar el estado sanitario del país, cuyos resultados condujeron a que se dictara la primera Ley de Salud Pública, en 1848. Este nuevo movimiento higiénico comenzó en Inglaterra y ello no fue casual. Allí se había producido la Revolución Industrial y el gobierno inglés era fuerte y estable en el plano interno. Por otra parte, en la educación humanística inglesa se reflejaba fielmente el viejo ideal griego del hombre bien equilibrado. La armonía del cuerpo requería tanto de la belleza como de la limpieza. A ello ayudó mucho la práctica deportiva en la educación británica. Pero el cuidado de los enfermos, especialmente los pertenecientes a las clases más humildes, descansaba en manos no sólo inexpertas, sino en muchos casos inescrupulosas. Una imagen de ello lo ofrece el novelista inglés, Charles Dickens (1812-1870), uno de los escritores más conocidos de la literatura mundial, en su obra Martin Chuzzlewit (1843-1844), en la que inmortalizó a Sairey Gamp y a Betsy Prig, dos viejas, sucias, descuidadas, perezosas, como una "fiel representación del tipo de personas que se contrataban para atender a enfermos pobres". Por su parte, en la Europa católica, hasta el siglo XIX la enfermería había estado casi por completo relacionada con las Órdenes Religiosas, fundamentalmente femeninas, y bajo su cuidado. A pesar de que estas mujeres, con frecuencia, no tenían apenas instrucción, acababan por aprender su arte por experiencia práctica, sin conferencias ni exámenes y, por otra parte, se ocupaban más de las necesidades del alma que las del cuerpo de sus pacientes. De este modo, y a pesar de las limitaciones evidentes de su formación, muchas de ellas llegaban a ser excelentes enfermeras, según las exigencias de aquellos tiempos. A medida que la medicina se hacía más científica, la importancia y necesidad de un tipo de enfermera más instruida y mejor preparada se hacía evidente. Este proceso de reforma de la enfermería comenzó en Alemania, en 1833, dirigido por Theodor Fliedner (1800-1864), ministro de una peque?a iglesia luterana en Kaiserswerth, quien, en ocasión de los viajes realizados por su patria y Holanda e Inglaterra, con objeto de reunir fondos para su iglesia, conoció a las diaconisas manonitas de Holanda y el movimiento de reformas en las prisiones de Inglaterra. En Alemania, las prisiones estaban en el estado más deplorable, e inspirado por lo que había visto en Inglaterra, organizó la primera Sociedad de Prisiones en su país natal. En 1826 se casó con Friederika Munster, y juntos trabajaron en la organización de una sociedad de enfermeras visitadoras, tratando de copiar la labor de las diaconisas manonitas de Holanda. Empezaron su labor de entrenamiento de enfermeras transformando el pabellón de su jardín en un hogar para ancianas reclusas y tres a?os más tarde, en 1836, inauguraban la primera Escuela para Diaconisas, tal y como explica el Diccionario de Religiones:
"En la Iglesia cristiana, mujer dedicada a trabajos religiosos. Entre los cristianos primitivos, las diaconisas cuidaban a los enfermos, además de realizar otras actividades de carácter religioso. En la Iglesia occidental el oficio cayó en desuso en el siglo VI; fue restablecido por el luteranismo." La Escuela de Diaconisas de los esposos Fliedner, en Kaiserswerth, Alemania, fue la primera Escuela de Enfermeras con estudios, que duraban tres a?os y consistían en un entrenamiento práctico de labores domésticas y el cuidado general del enfermo. Se les hacía hincapié en el servicio de cooperación con el médico. Pronto aumentaron las candidatas, procedentes de la clase obrera alemana, que pedían ser iniciadas como diaconisas. Este curso sirvió de modelo a otros establecimientos del mismo género, tanto en Alemania como en otros países.
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