La importancia del racionamiento en el juicio. Diferencia con la “racionalización”.
Enviado por Diana Andrea • 30 de Julio de 2016 • Ensayo • 9.647 Palabras (39 Páginas) • 245 Visitas
LA PRUEBA EN MATERIA ADUANERA Juan Manuel Camargo G.
La importancia del racionamiento en el juicio. Diferencia con la “racionalización”.
El fundamento último del derecho probatorio radica en la necesidad de que las decisiones judiciales se tomen con base en el razonamiento. Framarino decía que el convencimiento judicial “no es más que el convencimiento racional en cuanto es necesario para juzgar”. Ello no implica que desconozcamos la importancia de los sentimientos, de las emociones, de los valores o de cualquier otro factor no racional, pero incluso cuando los jueces se refieren a o toman en consideración estos aspectos su obligación es sopesarlos mediante un ejercicio de orden racional. En nuestra vida diaria podemos tomar decisiones con base en nuestra intuición, nuestro parecer subjetivo o nuestro capricho, pero eso no debería pasar en un proceso judicial. En un proceso, las decisiones siempre se tienen que tomar por medio de inferencias lógicas.
Partiendo de esta base, se nos hacen claras muchas de las notas de un derecho probatorio propiamente dicho. Para empezar, para que una inferencia lógica pueda ser considerada firme, se necesita que se apoye en hechos igualmente firmes. El viejo adagio reza: “lo que no existe en el expediente no existe en el mundo”. Salvando la circunstancia de que hay hechos notorios, que el juez debe reconocer, ese adagio condensa bastante bien la exigencia procesal de que hay que probar todo lo que se alega. Por eso dice el artículo 174 CPC: “TODA decisión judicial debe fundarse en las pruebas regular y oportunamente allegadas al proceso”.
Sólo en la medida en que el razonamiento se apoye en pruebas se le puede calificar de objetivo. Si se admitiera que el juez razonara sin pruebas, se correría el riesgo de que haga inferencias lógicas formalmente correctas, pero sobre concepciones equivocadas respecto de los hechos. Tampoco se podría admitir que el juez se limitara a creer lo que las partes le dicen, porque entonces tendría ventaja el que diga más mentiras o el que parezca más creíble (aunque no lo sea). En último término, el derecho probatorio debe su importancia a la necesidad de que el razonamiento judicial se asiente sobre bases firmes y (relativamente) incontrovertibles.
Por otra parte, es entendido que las pruebas —y más los conjuntos de pruebas— deben ser interpretadas y valoradas, con el fin de extraer de ellas su verdadero poder de convicción. Esa interpretación y valoración también debe ser un ejercicio de orden racional. Sería inaceptable, por poner un ejemplo, que un juez descalificara un testigo sólo porque le cayó antipático. Sin embargo, el juez sí puede y debe apreciar si el testigo es vacilante, contradictorio, en suma, sospechoso. Como en el aspecto anterior, el juez ha de tener en cuenta todas las circunstancias de la vida cuando valora las pruebas. Pero a todas esas circunstancias las debe considerar desde un punto de vista racional y lógico, no emocional e intuitivo.
Lo dicho hasta aquí puede parecer obvio y, más aun, forzoso. Es claro que todas las personas, como seres pensantes, tenemos la facultad de razonar. También es claro que las personas razonamos muy a menudo. Pero el que practiquemos algo constantemente no quiere decir que realmente seamos buenos en eso. Tampoco significa que todos nuestros actos sean exactamente racionales. De hecho, lo más común es que las personas tomemos decisiones que son en parte influidas por las emociones y en parte influidas por la razón. Por eso, en nuestra vida diaria, hay siempre dos factores que conspiran contra la racionalidad:
- Aunque todos razonamos, no siempre razonamos con rigor o de la mejor manera posible.
- Muchas veces, nuestro razonamiento está interrumpido por o mezclado con factores
irracionales.
Este proceder, muy humano, no es cuestionable en sí mismo, pero sí lo es en tanto contamine una decisión judicial. La aspiración de todos los sistemas judiciales en el mundo y en la historia ha sido la de un juez objetivo, que decida en función de las causas y no de las personas, de la razón y no de las inclinaciones afectivas. Por eso representamos a la justicia ciega, o al menos vendada.
Sin embargo, puesto que los jueces son humanos, es natural que también ellos son susceptibles a tomar decisiones que no son estrictamente racionales. Para contribuir a evitar este defecto en el juicio, es útil entonces oponer dos conceptos que parecen sinónimos, pero que la sicología ha enseñado a diferenciar, analizando el comportamiento interno de las personas. Esos dos conceptos son los de “razonar” y “racionalizar”.
Razonar. Llamamos razonar a un proceso mental que nos permite llegar a una conclusión a partir del análisis de ciertos conocimientos. El razonamiento, en términos generales, se conforma por tres elementos básicos: (a) la información disponible, (b) los procesos cognitivos y (c) las inferencias generadas. En el proceso judicial, la información disponible es la que acreditan las pruebas; el proceso cognitivo es el que realiza el juez para valorar y sopesar pruebas y argumentos; y la inferencia es la decisión.
Para llegar a una inferencia que realmente sea correcta, el razonamiento debe ser sistemático y debe ajustarse a reglas y principios que se deben aplicar para no caer en el error. Aunque comúnmente se cree que todas las personas razonamos con lógica, la verdad es que normalmente no lo hacemos, y ni siquiera intentamos llegar a conclusiones correctas o ciertas. La mayoría de las veces nos valemos de razonamientos ilógicos, y no para tratar de determinar la verdad sino para confirmar creencias que queremos sostener.
Lo anterior puede ser chocante, pero es aceptado comúnmente entre filósofos y sicólogos. Baste mencionar que los filósofos más importantes de la historia han escrito gruesos tomos sobre la lógica y las reglas que les son aplicables. La inmensa mayoría de las personas no estamos familiarizados con esas reglas. En innumerables ocasiones las aplicamos por instinto, porque nuestra naturaleza racional nos inclina a ellas. Pero, como no poseemos un conocimiento sistemático de la lógica, tampoco es seguro que la apliquemos siempre o que la apliquemos de la mejor manera. En esto de razonar, el común de las personas somos aficionados talentosos, pero no profesionales.
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