Leyenda,fanula Y Novela
Enviado por gabydho • 15 de Febrero de 2013 • 3.718 Palabras (15 Páginas) • 457 Visitas
Leyenda El Jinete sin Cabeza
Se dice que en un pueblo muy aislado de toda civilización se contaba la historia de un jinete que acostumbraba a hacer su recorrido por las noches en un caballo muy hermoso, la gente muy extrañada se preguntaba ¿qué hombre tan raro por que hace eso?, ya que no era muy usual que alguien saliera y menos por las noches, a hacer esos recorridos.
En una noche muy oscura y con fuertes relámpagos desapareció del lugar, sin dar señas de su desaparición. Pasaron los años y la gente ya se había olvidado de esa persona, y fue en una noche igual a la que desapareció, que se escuchó nuevamente la cabalgata de aquel caballo. Por la curiosidad muchas personas se asomaron, y vieron un jinete cabalgar por las calles, fue cuando un relámpago cayó e iluminó al jinete y lo que vieron fue que ese jinete no tenia cabeza. La gente horrorizada se metió a sus casas y no se explicaban lo que habían visto...
Fabula El león y el ratón
Estando un león durmiendo en la falda de una montaña, los ratones del campo, que andaban jugando, llegaron allí, y uno de ellos saltó sobre el león, y éste le cogió. El ratón, viéndose preso, suplicaba al león que tuviese misericordia de él, pues no había saltado con malicia, por lo que pedía humildemente perdón. El león, viendo que no podía tomar venganza de aquel ratón, por ser cosa tan pequeña, y que el matarle antes le sería crimen e ignominia, que gloria ni alabanza, dejóle ir sin hacerle mal. El ratón se fue, dándole muchas gracias. Después de algunos días el león cayó preso en una red, y viéndose así alcanzado, comenzó a rugir con mucho sentimiento y dolor. Y como el mismo ratón oyese este clamor, fue y preguntó qué cosa le había acaecido, y qué mal era de que tanto se sentía. Y viendo que estaba preso en aquella red; le dijo: "¡Oh, señor, toma buen esfuerzo, pues no es cosa de que debas temer; yo me acuerdo del bien que de ti recibí, por lo que quiero corresponderte!" Y así comenzó a roer con sus dientes y romper los ligamentos, ataduras y lazos en aquellos lugares y partes donde conocía que era necesario para deshacer y desatarlo, de manera que poco a poco quedó el león libre y exento de aquella prisión.
[Quiere decir esta fábula que no deben los mayores menospreciar a los menores, porque en algún tiempo los han menester]
Novela La buenaventura
No sé que día de Agosto del año 1816 llegó a las puertas de la Capitanía General de Granada cierto haraposo y grotesco gitano, de sesenta años de edad, de oficio esquilador y de apellido o sobrenombre "Heredia", caballero en flaquísimo y destartalado burro mohino, cuyos arneses se reducían a una soga atada al pescuezo; y, echado que hubo pie a tierra, dijo con la mayor frescura «que quería ver al Capitán General.»
Excuso añadir que semejante pretensión excitó sucesivamente la resistencia del centinela, las risas de los ordenanzas y las dudas y vacilaciones de los edecanes antes de llegar a conocimiento del Excelentísimo Sr. D. Eugenio Portocarrero, conde del Montijo, a la sazón Capitán General del antiguo reino de Granada... Pero como aquel prócer era hombre de muy buen humor y tenía muchas noticias de Heredia, célebre por sus chistes, por sus cambalaches y por su amor a lo ajeno..., con permiso del engañado dueño, dió orden de que dejasen pasar al gitano.
Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dos pasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstancias graves, y poniéndose de rodillas exclamó:
- ¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toitico el mundo!
- Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece... -respondió el Conde con aparente sequedad.
Heredia se puso también serio, y dijo con mucho desparpajo:
- Pues, señor, vengo a que se me den los mil reales.
- ¿Qué mil reales?
- Los ofrecidos hace días, en un bando, al que presente las señas de Parrón.
- Pues ¡qué! ¿tú lo conocías?
- No, señor.
- Entonces....
- Pero ya lo conozco.
- ¡Cómo!
- Es muy sencillo. Lo he buscado; lo he visto; traigo las señas, y pido mi ganancia.
- ¿Estás seguro de que lo has visto? -exclamó el Capitán General con un interés que se sobrepuso a sus dudas.
El gitano se echó a reír, y respondió:
- ¡Es claro! Su merced dirá: este gitano es como todos, y quiere engañarme. ¡No me perdone Dios si miento!. Ayer ví a Parrón.
- Pero ¿sabes tú la importancia de lo que dices? ¿Sabes que hace tres años que se persigue a ese monstruo, a ese bandido sanguinario, que nadie conoce ni ha podido nunca ver? ¿Sabes que todos los días roba, en distintos puntos de estas sierras, a algunos pasajeros; y después los asesina, pues dice que los muertos no hablan, y que ése es el único medio de que nunca dé con él la Justicia? ¿Sabes, en fin, que ver a Parrón es encontrarse con la muerte?
El gitano se volvió a reír, y dijo:
- Y ¿no sabe su merced que lo que no puede hacer un gitano no hay quien lo haga sobre la tierra? ¿Conoce nadie cuándo es verdad nuestra risa o nuestro llanto? ¿Tiene su merced noticia de alguna zorra que sepa tantas picardías como nosotros? Repito, mi General, que, no sólo he visto a Parrón, sino que he hablado con el.
- ¿Dónde?
- En el camino de Tózar.
- Dame pruebas de ello.
- Escuche su merced. Ayer mañana hizo ocho días que caímos mi borrico y yo en poder de unos ladrones. Me maniataron muy bien, y me llevaron por unos barrancos endemoniados hasta dar con una plazoleta donde acampaban los bandidos. Una cruel sospecha me tenía desazonado. «¿Será esta gente de Parrón? (me decía a cada instante.) ¡Entonces no hay remedio, me matan!..., pues ese maldito se ha empeñado en que ningunos ojos que vean su fisonomía vuelvan a ver cosa ninguna.»
Estaba yo haciendo estas reflexiones, cuando se me presentó un hombre vestido de macareno con mucho lujo, y dándome un golpecito en el hombro y sonriéndose con suma gracia, me dijo:
- Compadre, ¡yo soy Parrón!
Oír esto y caerme de espaldas, todo fue una misma cosa.
El bandido se echó a reír.
Yo me levanté desencajado, me puse de rodillas, y exclamé en todos los tonos de voz que pude inventar:
- ¡Bendita sea tu alma, rey de los hombres!... ¿Quién no había de conocerte por ese porte de príncipe real que Dios te ha dado? ¡Y que haya madre que para tales hijos! ¡Jesús! ¡Deja que te dé un abrazo, hijo mío! ¡Que en mal hora muera si no tenía gana de encontrarte el gitanico para decirte la buenaventura y darte un beso en
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