Leyendas
Enviado por astarothlui • 28 de Agosto de 2013 • Informe • 814 Palabras (4 Páginas) • 261 Visitas
Todo empezó un día en que los anales de la historia ya no recuerdan, cuando en cierta ocasión, Ometecuhtli, creador de todas las cosas, se encontraba en su gran trono de los cielos en un lugar llamado Omeyocan. Estábase en aquel sitio contemplando la obra que había salido de sus manos: las extensas llanuras, desiertos y praderas, los grandes tepetls cubiertos de hermoso y frondosos bosques, los caudalosos ríos que cruzaban la tierra, aves de raro plumaje y bellos y armoniosos cantos, los venados, ocelotes y muchos otros animales que vagaban libremente por toda la tierra sin ninguna clase de temores.
Arrobado el dios creador, veía los dilatados horizontes que limitaban con el cielo y los perfiles azules de las montañas con nubes vaporosas que los coronaban y los mantos de nieve eterna que los cubrían. Los ríos someros y rumorosos que se difundían repetidos, grandiosos y prepotentes. Su obra entera era vida exuberante; en la selva, el llano y la pradera, donde Tonatiuh los bañaba con su luz radiante de primavera.
Ometecuhtli podía verlo todo desde los cuatro puntos cardinales, y lo que en ella se encontraba lo había creado para satisfacción de los dioses y regocijo de los mortales a los cuales entregó todo lo hecho por él.
El forjador de todas las cosas no se cansaba de admirar su obra de ilimitada grandiosidad. Podía ver a los hombres que se recreaban en la belleza única de los paisajes, refrescando sus cuerpos jóvenes y vigorosos en las aguas translímpidas y puras de los manantiales. Otros, mientras tanto, comían de la fruta que colgaba de las ramas de los árboles y que entregaban con gran prodigalidad a sus moradores. Más allá, el campo era fértil y lozano; con camelias, margaritas, madreselvas, rosas blancas, rojas y cremas, amapolas teñidas de carmesí, azahares de nieve, azucenas y hortensias, cuyo aroma suave y leve, invadía aquel inmenso jardín, y a través de toda ésta maravilla: los claveles rojos como un beso.
Todo en el paisaje era lleno de luz, de flores y armonía, en aquel mundo natural y salvaje se explicaba con rumores la poesía creadora de Ometecuhtli.
Ometecuhtli paseó por última vez su mirada ante la belleza incomparable de su obra, cuando notó que una región de la tierra por él creada, que estaba rodeada de altos tepetls y de accidentado suelo, donde se podía divisar una profunda depresión de encanto maravilloso, de perspectiva preciosa, de donde el paisaje le ofrecía una vista deliciosa que a su contemplación merecía. Detúvose un momento en aquel lugar de frondas, donde el céfiro cimbreaba, donde los riachuelos serpenteaban jugueteando, haciendo pozas muy hondas. Cautivóle la lozanía de las amorosas flores con sus preciosos colores. Admiró con deleite una barranca de prismas de roca blanca, salpicada de espesa vegetación. Un río cruzaba sus dominios en el que se podían ver a través de él; la fina arena asentada en su lecho. A
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