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Los Velorios


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  1.032 Palabras (5 Páginas)  •  879 Visitas

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El petardista

Francisco de Sales Pérez

Vamos a pasar un rato a costa de este ciudadano. ¿No pasa él su vida entera a costa de los demás?

Pero es preciso hacerlo con precaución, porque el petardista muerde a quien le pasa cerca.

No voy a mortificar al padre de familia arruinado, ni al joven desvalido que necesitan el amparo de sus amigos; para ellos tango yo la mitad de mi pan y todo mi corazón.

El petardista es natural de Caracas; aquí nace, aquí viva, muere en el hospital.

Si nace en otro pueblo, por una equivocación de su madre, busca la capital en cuanto tiene alas; su propio instinto le dice que sólo en esta atmósfera puede existir.

De aquí se deduce que el petardista nace petardista; su manera de vivir no es una profesión estudiada, sino una vocación a que obedece por secreto impulso.

El petardista nace pobre y no enriquece jamás, porque, como buen cristiano, sólo "pide lo necesario para el día, a fin de quedar necesitado a pedir lo mismo mañana".

Si heredara, si ganara en el juego una suma considerable, la derrocharía en una semana.

Él no podría acostumbrarse a tener con qué comer dos días seguidos.

Si se acostara sabiendo que va a amanecer con el desayuno en el bolsillo, no podría dormir; tanta seguridad lo desvelaría.

El petardista duerme a pierna suelta cuando exclama al acostarse: ¿En qué faltriquera estará el almuerzo de mañana?

Él tiene su casa, como todo ser viviente, pero nadie la conoce: su verdadera casa es la calle, donde se le puede encontrar a todas horas, aunque sería mejor no encontrarle a ninguna.

Si puede hallársele en alguna casa, debe ser de juego.

Él tiene sus puntos de ojeo, como los cazadores, donde se sitúa según la hora.

Regularmente amanece a la puerta de un café, con el cigarro en la boca, para inspirar confianza a los parroquianos. ¿Quién que lo vea fumando puede pensar que está en ayunas? ¡Ay del que penetre!

Meserón, que tiene mucho talento para calcular lo que le conviene, transige con él cuando le mira a las puertas del "Ávila".

-Pepe -dice-, ¿por qué no entras? ¿Has tomado café?

-No, querido, es muy temprano -le contesta-. El petardista nunca ha tomado nada.

-Garçon -grita Meserón afrancesando al mozo-, sírvele a Pepe un café confortable; apura, pronto, que tiene que marcharse.

Meserón sabe por experiencia que aquel hombre en la puerta de su restaurante le ahuyenta cien parroquianos, que lo arruinaría en una semana, y se liberta de su presencia a costa de una taza de café.

A mediodía pone su ojeo cerca del palacio de Gobierno.

¡Qué peligroso es un petardista, entre once y doce de la mañana situado en ese punto!

El mismo Presidente de la Unión no está libre de su ataque directo.

Su actitud revela la disposición resuelta de su ánimo.

Oculta la mano izquierda en el bolsillo, como para palpar constantemente su miseria.

Blande el bastón con la diestra de un modo casi amenazante.

La mirada inquieta domina las avenidas a una milla de distancia.

El hambre se expresa en sus facciones con la severidad de la ira

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