Platon El Mito De Caverna
Enviado por LUKTY • 4 de Mayo de 2012 • 4.365 Palabras (18 Páginas) • 952 Visitas
A continuación —proseguí— compara con la siguiente escena el estado de nuestra naturaleza con relación a la educación o a su carencia. Imagina, pues, una especie de vivienda subterránea en forma de caverna, con una amplia entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna; y a unos hombres que están en ella desde niños, atados por la piernas y el cuello, de tal manera que se vean obligados a permanecer en el mismo lugar y a mirar únicamente hacia adelante, siendo incapaces de volver la cabeza a causa de las ligaduras. Detrás de ellos, la luz de un fuego encendido a cierta distancia y en una elevación del terreno; y entre el fuego y los encadenados, un camino elevado, a lo largo del cual imagina que ha sido construido un tabique semejante a las mamparas que se levantan entre los prestidigitadores y el público, por encima de las cuales exhiben aquéllos sus prodigios.
—Ya lo veo, dijo. —Pues bien, ve ahora a lo largo de ese tabique, unos hombres que transportan toda clase de objetos, que aparecen por encima del muro, y las figuras de hombres o animales, labradas en piedra, en madera y en toda clase de materiales; y entre estos portadores, naturalmente, unos irán hablando y otros en silencio. — ¡Qué extraña escena describes —dijo— y qué extraños prisioneros! —Iguales que nosotros, respondí. Porque, en primer lugar, ¿crees que quienes están en tal situación han visto de sí mismos o de sus compañeros otra visión distinta de las sombras proyectadas por el fuego sobre la pared de la caverna que está frente a ellos? — ¿Cómo, dijo, si durante toda su vida han sido obligados a mantener la cabeza inmóvil? — ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo? —Sin duda. —Y si pudieran hablar entre ellos, ¿no crees que al nombrar las sombras que ven pasar ante ellos pensarían nombrar las cosas mismas? —Necesariamente. —Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la pared de enfrente, ¿piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, no creerían ellos que hablaba la sombra que veían pasar? —Por Zeus, dijo, yo mismo no pensaría otra cosa. —Entonces es indudable, dije yo, que tales prisioneros no juzgarán real otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados. —Es inevitable, dijo.
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Descripción de la caverna de los prisioneros.
—Considera ahora, dije, lo que sucedería si fuesen liberados de sus cadenas y curados de su error, y si de acuerdo con su naturaleza, les ocurriese lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a ponerse en pie de repente y a volver la cabeza y a caminar y a mirar hacia la luz y, cuando al hacer todo esto sintiera dolor, y, a causa de los destellos, no pudiera distinguir los objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que respondería si le dijera alguien que hasta entonces sólo había contemplado sombras vanas y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vueltos los ojos hacia los objetos más reales, ve con más rectitud, y si, por último, mostrándosele los objetos a medida que pasan, le obligara a responder a la pregunta de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que se hallaría perplejo y que juzgaría más verdadero lo que había visto hasta ahora que lo que ahora se le muestra? —Mucho más, dijo. —Y, si se le obligara a mirar la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que huiría de allí para volverse hacia aquellos objetos que es capaz de contemplar y que juzgaría más claros que los que ahora se le muestran? —Así es, dijo. —Y si, proseguí, lo arrancaran de allí por la fuerza y le obligaran a recorrer la áspera y escarpada subida y no le dejaran hasta haberle arrastrado a la luz del sol, ¿no crees que sufriría y se irritaría por ser así arrastrado, y que, cuando llegase a la luz, tendría los ojos tan llenos de su resplandor que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas que ahora llamamos verdaderas? —No podría, dijo, al menos los primeros instantes. —Necesitaría efectivamente acostumbrarse, creo yo, para llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían en primer lugar las sombras; después las imágenes de los hombres y de los demás objetos reflejados en las aguas y, finalmente, los objetos mismos. Después de esto, podría más fácilmente contemplar de noche los cuerpos celestes, el cielo mismo, fijando su mirada en la luz de las estrellas y la luna, que de día el sol y su resplandor. — ¿Cómo no? —Finalmente, creo, sería capaz de contemplar el sol, ya no sus imágenes reflejadas en las aguas o en algún otro medio ajeno a él, sino el propio sol en su misma región y tal cual es en sí mismo. —Necesariamente, dijo. —Y después de esto, podría deducir respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todo aquello que él y sus compañeros veían en la caverna. —Es evidente, dijo, que después de ello llegaría a esta conclusión. —Y, al acordarse de su primera habitación y de la sabiduría de allí y de sus antiguos compañeros de cautiverio, ¿no crees que se sentiría feliz por su cambio y tendría lástima de aquéllos? —Ciertamente.
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—Y si en su vida anterior hubiese habido honores y alabanzas de unos a otros y recompensas para aquel que tuviera la vista más penetrante para discernir las sombras que pasaban, que recordara mejor cuáles de entre ellas solían pasar primero, cuáles después o al mismo tiempo, siendo por ello el más hábil en pronosticar lo que iba a suceder, ¿crees que aquél sentiría nostalgia de tales distinciones o que envidiaría a los que recibían honores y poder entre aquéllos?; ¿no crees más bien que le sucedería lo que dice Homero, es decir, que preferiría decididamente «trabajar la tierra al servicio de un pobre labrador» y sufrir cualquier mal antes que volver a vivir en aquel mundo de lo opinable? —Creo —respondió— que preferiría sufrirlo todo antes de vivir de aquel modo. —Ahora —continué— considera lo siguiente: si este hombre volviera allá abajo y ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas al dejar súbitamente la luz del sol? —Ciertamente, dijo. —Y si, mientras su vista está todavía confusa, pues necesitaría largo tiempo para acostumbrarse de nuevo, tuviese que opinar sobre aquellas sombras y discutir acerca de ellas con los compañeros que permanecieron constantemente encadenados, ¿no les daría que reír? y ¿no dirían de él que, por haber subido arriba, ha perdido la vista y que no vale la pena ni siquiera intentar la subida? Y a quien pretendiera desatarlos y hacerles subir, ¿no lo matarían si pudiesen echarle mano y matarle? —Sin duda, dijo.
Liberación del prisionero.
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