TERRA NULLIUS
Enviado por yanarca • 27 de Septiembre de 2014 • 1.114 Palabras (5 Páginas) • 213 Visitas
TERRA NULLIUS
I. Preludio
Y un buen día apareció cual nadie.
Y también, ese buen día, se supo que siempre había estado aquí.
Era una absoluta conocida con los méritos suficientes para transitar, como insuperable desconocida, por el disoluto de los laberintos autóctonos.
Se instaló, entonces, en aquella extraña morada y desde allí comenzó a tomar existencia plena; concisa; corpórea.
Nunca antes se la había visto. Ni siquiera caminando por el cieno rojizo de aquel barrio austral; tampoco por los pedregales filosos y olvidados de Guasayán. Mucho menos, se sospechó de su presencia, en los inverosímiles y solitarios salitrales del Sur. La imaginación no alcanza para situarla en las cercanías de los rancheríos paupérrimos del Norte; allí donde el Salado alcanza la profundidad misteriosa de los tiempos.
Si bien, no fue la primera en asumirse plenipotenciariamente propietaria, con anterioridad otros habían estrenado ese ropaje, ella reunía una característica destacable. Era la única de su estirpe en llegar a tal grado de reconocimiento fatuo. Otros de los suyos lo habían intentado, pero siempre padecieron el indiferente hastío de los locales. Desconfiados como pocos, preferían someterse a la hijaputez de un propio que a compartir la mierda de la gloria con el visitante.
Entre el cretinismo pusilánime de lo cotidiano y la diatriba espeluznante del amateurismo humillante de lo omnipresente, inició el hilado de la más pura y desquiciada necedad que tienta a la humanidad desde sus umbrales: la anestesia reticulada del poder.
Un albur de liturgias se inventaron para enunciarla, entre las que descollaba: "La Doña...". Expresión lacrada, entre murmullos tenues y metamorfoseados, de espantoso temor reverente; ancestral. Tótem desvirgado convertido en sello atávico de la Terra Nullius.
¿Terra Nullius ex mater potestas…?
II Paroxismo
En la Terra Nullius "La Doña" pone en acto los dislates más inverosímiles. Allí la herejía engolada emerge como el oportuno boleto a la consagración o al retraimiento resentido. Según conforme, o no, a su voluntad inescrutable.
Entre sábanas, aterciopeladamente frígidas, ella jaquea a su lover ocasional; intentando calmar la ansiada presencia de Eros en sus muslos gallardos a fuerza de gym y pilates. Busca sentirlo rozar los bordes turgentes de irascible concupiscencia.
Pide más. Desea lo infinito, extasiada en el laberinto palpable del dominio; su territorio. El acto demandante se vuelve una circunstancia inequívoca del desatino. Una obligación exigible erga omnes.
Conmina y se entrega. Pierde la conciencia de las horas. Astringe y relaja su aburguesado cuerpo, hasta tensarlo en un intento lúdico por atrapar un para siempre; para sí; en aquel abismo único, reservorio de seguridad plena.
Lo quiere atesorado a sus profanas grietas. Sentir su palpitante fuerza descerrajar el interior irrelevante. Que resulta ser el de la muchedumbre estragada en la humillación cotidiana del desvarío. La que pulula mendigando su mirada de piedad redentora con la cual poner el maná en una cena más que, espera, no sea la última.
Relame y absorbe, gota a gota, los jugos espesos de la inquiria plena. Del sudor que sabe a aquelarre de venganza, contra la frustrante indiferencia de los muchos circunstanciales que la alagan.
La Doña clama por bocetos desorbitados de gozo.
En su recámara, de somier afrancesado, retumban los gemidos. El gentío sólo puede acceder a un sigilo cómplice y encapsulado. Para el resto, el silencio. Para ella, toda exclamación es expresable. Queda chic si asoma de sus labios.
Por fin explota en incontables fragmentos de fruiciones insondables; dando por satisfecho un instante más; manipulando al juguete amancebado.
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