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Tensión Superficial


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  15.835 Palabras (64 Páginas)  •  571 Visitas

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Tensión superficial

JAMES BLISH

El doctor Chatvieux se pasaba las horas sobre el microscopio, dejando a La Ventura sin otra ocupación que la de contemplar el muerto paisaje de Hydrot. Mejor seria llamarlo marina, pensó, pues el nuevo mundo sólo presentaba un pequeño conti¬nente triangular plantado en medio del océano infinito, e incluso este breve territo¬rio estaba en gran parte inundado.

Los restos de la nave repobladora yacían rotos sobre el único rastro de roca que Hydrot parecía poseer, y que se elevaba a unos majestuosos siete metros por encima del mar. Desde esta eminencia. La Ventura podía ver a cuarenta millas de distancia por encima de un llano fangoso. La roja luz de la estrella Tau Ceti, titilando sobre mi¬llares de pequeños lagos, lagunas, estan¬ques y charcos, convertía la inundada lla¬nura en un mosaico de ónice y rubí.

Si fuese un hombre religioso - dijo, de pronto, el piloto -, llamaría a esto un caso claro de venganza divina. Chatvieux emitió un pequeño gruñido interrogador.

- Es como si hubiésemos sido derribados por nuestra orgullosa arrogancia.

- ¿Lo cree así? - dijo Chatvieux, levan¬tando al fin la vista -. Yo no me sentía, precisamente, henchido de orgullo en ese momento. ¿Y usted?

- Tampoco estoy muy orgulloso de mi pilotaje - admitió La Ventura -. Pero no me refiero a eso, sino, ante todo, al porqué vinimos aquí. Supone mucho orgullo el creer que uno puede sembrar hombres, o al menos cosas parecidas a hombres, por toda la faz de la Galaxia. Y se necesita aún más orgullo para hacerlo... para cargar con todo el equipo de ir de planeta en planeta e in¬cluso fabricar los hombres adecuados a cada lugar en que tocamos.

- Creo que así es - dijo Chatvieux. - Pero sólo somos una entre los centenares de naves repobladoras que recorren este extremo de la Galaxia, y dudo que los dioses nos eligiesen como más pecadores - sonrió secamente -. Si así fuese, acaso nos hubiesen dejado el ultrafono, para que el Consejo de Colonización pudiese enterarse de nuestro percance. Además, Paul, tratamos de producir hombres adaptados a planetas del tipo terrestre, y no otra cosa. Tenemos suficiente sentido (humildad sufi¬ciente, si lo prefiere), para saber que no podemos adaptar hombres a Júpiter o a Tau Ceti.

- Sea como sea, aquí estamos - dijo La Ventura con acento sombrío -. Y no vamos a salir de ésta. Phil me dice que ni siquiera tenemos ya nuestro banco de cé¬lulas embrionarias, de modo que no podre¬mos sembrar este sitio como de costumbre. Hemos sido arrojados a un mundo muerto y condenados a adaptarnos a él. ¿Qué van a hacer los panátropos... proporcionarnos aletas?

- No - dijo Chatvieux con toda calma -. Usted, yo y los demás vamos a morir. Las técnicas panatrópicas no pueden actuar sobre el cuerpo, solamente sobre los fac¬tores portadores de la herencia. No podemos darle a usted alas como no podemos darle un nuevo cerebro. Creo que seremos capaces de poblar este mundo de hombres, pero no de vivir para verlo.

El piloto reflexionó sobre ello, mientras un nudo de fríos gemidos se le acumulaba en el estómago.

- ¿Cuánto tiempo nos concede? - dijo al fin.

- ¿Quién sabe? Un mes, quizás.

El amparo que conducía a la parte ave¬riada de la nave estaba descorrido y dejaba penetrar un aire salino y húmedo, cargado de bióxido de carbono. Philip Strasvogel, el oficial de comunicaciones, entró dejando un rastro de barro. Como La Ventura, era ahora un hombre sin funciones, pero esto no parecía preocuparle. Se desabrochó un cinturón de lona que llevaba frascos de plástico en vez de cartuchos.

- Más muestras, doctor - dijo -; siem¬pre lo mismo... agua y humedad. Hoy traigo también arena movediza en una bota. ¿Encontró algo?

- Mucho, Phil. Gracias. ¿Están los otros por ahí?

Strasvogel sacó la cabeza y llamó. Varias voces respondieron desde el llano fangoso. Minutos después, el resto de los supervi¬vientes estaba reuniéndose en la cubierta del panátropo: Saltonstalí, primer ayudante de Chatvieux; Eunice Wagner, la única ecóloga que les quedaba; Eleftherios Vene¬zuelos, delegado del Consejo de Colonización; y Joan Heath, un miembro de la tri¬pulación cuyos deberes, como los de La Ventura y Strasvogel, carecían ya de sentido.

Cinco hombres y dos mujeres... para co¬lonizar un planeta en el que estar de pie suponía pisar agua.

Entraron en silencio y buscaron asientos o lugares donde acomodarse, en los bordes de las mesas, por los rincones...

- ¿Cuál es su veredicto, doctor Chat¬vieux? - dijo Venezuelos.

- Este lugar no está muerto - afirmó Chatvieux -. Hay vida tanto en el mar como en el agua dulce. En ésta, la evolución animal parece haberse detenido en los crustáceos; la forma más adelantada que he encontrado es un pequeño cangrejo de uno de los riachuelos... Estanques y charcos están bien provistos de protozoos y peque¬ños metazoarios, con una maravillosamente variada población de infusorios... incluso un constructor de castillos del tipo de los floscularidae terrestres. Las plantas van desde las simples algas a las especies del tipo thallus.

- En el mar ocurre aproximadamente igual - dijo Eunice -. He encontrado al¬gunos de los mayores metazoarios simples

- medusas y otros semejantes - y algunos cangrejos casi tan grandes como langostas. Pero es normal que las especies de agua salada sean más grandes que las de agua dulce.

- En resumen - dijo Chatvieux - que sobreviviremos aquí..., si luchamos.

- Un momento - intervino La Ven¬tura -. Acaba de decirme que no podríamos sobrevivir. Y estaba hablando de nosotros, no de la especie, porque ya no tenemos ban¬cos de células. Entonces...

- Enseguida volveremos sobre eso - dijo Chatvieux -. Saltonstall, ¿qué le parece si utilizáramos el mar? Ya salimos de él una vez; quizá podamos repetirlo.

- No lo creo - dijo inmediatamente Saltonstall -. Me gusta la idea, pero no creo que este planeta haya oído hablar nunca de Swinburne ni de Homero. Considerán¬dolo como un problema de colonización, como si no nos afectase personalmente, yo no confiaría en su epí oinoma ponton. La presión evolutiva es allí demasiado alta; la competencia de las otras especies resulta prohibitiva. Repoblar el mar es lo último que debiéramos intentar. Los colonos no tendrían la menor oportunidad de aprender antes de verse destruidos.

- ¿Por qué? - dijo La Ventura. El frío de su estómago se estaba haciendo difícil de aplacar.

- Eunice, ¿hay entre sus celenterios de altura alguno semejante al «buque de gue¬rra» portugués?

La ecóloga asintió.

- Ahí tiene la respuesta, Paul - dijo Saltonstall -. El mar queda descartado. Tiene que ser agua

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