Fight Club
Enviado por yomero000 • 31 de Octubre de 2012 • 1.119 Palabras (5 Páginas) • 577 Visitas
Uno
Tyler me consigue un trabajo de camarero, después me mete una pistola en la boca y me dice que para
alcanzar la vida eterna primero tienes que morirte. Sin embargo, durante mucho tiempo Tyler y yo fuimos
muy buenos amigos. La gente siempre me pregunta si conocía bien a Tyler Durden.
El cañón de la pistola me oprime el fondo de la garganta, y Tyler dice:
—En realidad, no moriremos.
Descubro con la lengua los agujeros del silenciador que taladramos en el cañón de la pistola. La mayor
parte del ruido que hace un disparo se debe a la expansión de los gases y al pequeño estallido sónico que
provoca la bala al salir tan rápida. Para fabricar un silenciador hay que taladrar agujeros, un montón de
agujeros, en el cañón del arma. De esta forma se logra una descompresión que hace que la velocidad de la
bala sea menor que la del sonido.
Si taladras mal los agujeros, la pistola te volará la mano.
—En realidad, esto no es la muerte —dice Tyler—. Seremos una leyenda; no envejeceremos.
Desplazo el cañón con la lengua hacia la mejilla y digo:
—Tyler, estás pensando en vampiros.
El edificio donde nos encontramos dejará de existir en diez minutos. Coge un concentrado con un noventa
y ocho por ciento de ácido nítrico gaseoso y añádele el triple de ácido sulfúrico. Prepáralo en una bañera
con agua helada. Luego, échale glicerina con un cuentagotas. Ya tienes nitroglicerina.
Lo sé porque Tyler lo sabe.
Mezcla la nitroglicerina con serrín y obtendrás un bonito explosivo plástico. Mucha gente mezcla la
nitroglicerina con algodón y añade sales Epsom como sulfato. Así también funciona. Otros emplean
parafina mezclada con nitroglicerina. A mí la parafina jamás me ha funcionado.
Total, que Tyler y yo estamos en lo alto del edificio Parker-Morris con la pistola incrustada en mi boca, y
oímos un ruido de cristales rotos. Asómate al borde. El día está nublado incluso a esta altura. Éste es el
edificio más alto del mundo y a esta altura el viento es siempre frío. Hay tanta tranquilidad a esta altura que
crees ser uno de aquellos monos astronautas. Cumples pequeñas tareas para las cuales has sido preparado.
Tirar de una palanca.
Apretar un botón.
No entiendes nada y, sencillamente, te mueres.
Desde una altura de ciento noventa y un pisos te asomas al borde del tejado y la calle allá abajo parece una
alfombra moteada de gente que, de pie, mira hacia arriba. Los cristales rotos son de una ventana justo
debajo de nosotros. Estalla una ventana en una cara del edificio y aparece un archivador negro tan grande
como una nevera. Justo debajo de nosotros, un archivador de seis cuerpos cae por la fachada cortada a pico
del edificio, y mientras cae va girando despacio, cae haciéndose más pequeño hasta que desaparece entre la
multitud congregada abajo.
En algún lugar de los ciento noventa y un pisos, los monos astronautas de la Comisión de Daños del Proyecto
Estragos se han descontrolado y están destruyendo todo vestigio de la historia.
Aquel viejo refrán de «siempre se mata lo que más se quiere», bueno, mira, funciona en ambas direcciones.
Con una pistola incrustada en la boca y el cañón entre los dientes sólo conseguirás farfullar algunas
vocales.
Sólo nos quedan diez minutos.
A continuación, por un lado del edificio, va apareciendo, centímetro a centímetro, una mesa de madera
oscura, que, empujada por la Comisión de Daños, se tambalea, se inclina y, tras darse la vuelta, se precipita
al vacío hasta que se pierde en la multitud como si se tratara de un extraño objeto volador.
Dentro de nueve minutos el edificio Parker-Morris
...