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Religion Azteca


Enviado por   •  15 de Octubre de 2013  •  687 Palabras (3 Páginas)  •  523 Visitas

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La religión azteca

Representación de Tlaloc, dios de la lluvia y el trueno.

Los dioses

Los aztecas tenían la reputación de ser los más religiosos de los aborígenes mexicanos. Su religión, simple y total, se había enriquecido y complicado debido a sus contactos con los pueblos sedentarios y civilizados del centro de México, y los que con posterioridad cayeron bajo su dominio.

De su pasado de bárbaros, habían conservado las divinidades astrales. El disco solar era adorado bajo el nombre de Tonatiuh. Huitzilopochtli, dios guía de la tribu, encarnaba el Sol de mediodía.

Quien le igualaba en importancia era Tezcatlipoca. Era el símbolo de la Osa Mayor y del cielo nocturno, lo veía todo mientras él permanecía invisible. Protegía a los guerreros y esclavos, inspiraba a los grandes electores en las designaciones de los soberanos y castigaba y perdonaba las faltas. En el pasado mítico había conseguido expulsar a la benévola Serpiente de Plumas e imponer en México los sacrificios humanos.

El dios del fuego era uno de los más importantes del panteón azteca. Se le llamaba el Señor de la Turquesa. Residía en el hogar de cada casa. Era especialmente adorado por los comerciantes.

Ya está dicho que Tlaloc era el dios del agua y de la lluvia. Junto a la diosa Chalchiuhtlicue, deidad de las vías fluviales, se les rendía un culto ferviente, debido a que, en un país de clima seco, la vida de los hombres dependía de su buena voluntad. Esta importancia de Tlaloc se reflejaba en el Gran Templo de Tenochtitlán, que estaba coronado por dos santuarios: el de Huitzilopochtli, blanco y rojo, y el de Tlaloc, blanco y azul.

De todos los personajes divinos conocidos de la alta antigüedad clásica, era Quetzalcóatl el que había experimentado las transformaciones más profundas. La Serpiente de Plumas no simbolizaba ya las fuerzas telúricas y la abundancia de la vegetación. El dios del planeta Venus, que era a la vez la Estrella de la Mañana y Estrella de la Tarde, correspondía, junto con su gemelo Xolotl (dios-perro), a la noción de muerte y de resurrección. El Señor de la Mansión de la Aurora, dios del viento, héroe cultural e inventor de la escritura, del calendario, de las artes, permanecía conectado en el pensamiento religioso de los mexicanos. Era por excelencia el dios de los sacerdotes.

Resumiendo, en este copioso panteón se codeaban divinidades antiguas y recientes, terrestres y astrales, agrícolas y lacustres, tolteca-aztecas y exóticas, tribales o corporativas. Todas las formas de la actividad humana dependían de un poder sobrenatural, desde el mando de los ejércitos hasta la confección de tejidos, y desde la orfebrería a la pesca.

El universo y la guerra sagrada

Los antiguos mexicanos se imaginaban al mundo como una especie de Cruz de Malta. A cada

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