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Sociologia De Max Weber


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2014  •  2.221 Palabras (9 Páginas)  •  359 Visitas

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Weber o la Sociología de la Modernidad

El propósito inicial del presente ensayo es sustentar la idea de que, en lo fundamental, la obra de Max Weber se orienta a definir las bases para la constitución del discurso sociológico, en contraposición con discursos anteriores que se creyeron o proclamaron “fundadores” de las ciencias sociales. En segundo lugar, interesa mostrar cómo los enunciados que pertenecen a tal discurso tienen un carácter eminentemente interpretativo con respecto a los objetos y los fenómenos que la sociología aborda. Finalmente, se busca dar cuenta sobre cómo el discurso sociológico weberiano, y quizás la sociología en general, tiene como referente necesario u objeto privilegiado (u obligado) el tema de la modernidad.

El Momento Fundacional

La lectura de Weber como iniciador de una tradición sociológica tiene que ver con el rechazo que se evidencia en su obra a asumir una única perspectiva analítica, y una única alternativa metodológica, para la definición y el estudio de los objetos y los fenómenos que conforman el universo de las ciencias “de la cultura”.

Tal rechazo sitúa a Weber en contraposición, parcial en algunos aspectos y más fuerte en otros, con dos de los pensadores que en el siglo pasado avanzaron en el desarrollo de propuestas “fundadoras” para las disciplinas de este campo —Karl Marx y Emile Durkheim—, en quienes se cuestionaría la postulación de sistemas omnicomprensivos y, por tanto, insuficientes para agotar la realidad social. La idea misma de un sistema resultará problemática para abordar un campo tan complejo como el de la realidad social, puesto que implica el privilegio de un punto de vista en detrimento de otros posibles (y quizás necesarios) en la construcción del saber propio de cada disciplina.

Consecuentemente, Weber llega a señalar que puede haber tantas ciencias como específicos puntos de vista existan en el examen de un problema, y que nada autoriza a creer que hemos agotado todos los enfoques posibles1 . En tal aserción se revela una concepción relativista acerca del conocimiento, una reivindicación de la perspectiva individual del sujeto cognoscente (el investigador) y una idea de la ciencia como proceso incesante y polémico de producción o construcción de saberes.

Las discusiones con quienes le anteceden versan sobre la epistemología de las ciencias de la cultura, por un lado, y sobre el objeto mismo de estas ciencias. En contra del positivismo de Comte y de Durkheim (y aún del positivismo marxista), Weber niega que el conocimiento sea reproducción o copia integral de la realidad. Puesto que ésta es infinita e inagotable, el conocimiento deberá ordenarse a establecer relaciones entre ley e historia, así como entre concepto y realidad.

Si la realidad es diversa, condición que no tiene que ver únicamente con la multiplicidad de aspectos que la configuran sino, también, con la variedad de miradas que sobre ella pueden hacerse, la importancia del método que se emplee en procura del conocimiento derivará de las conclusiones que puedan extraerse al adoptar un determinado enfoque. Lo cognoscible (o lo “digno de ser conocido”, como diría Cassirer) lo es desde una perspectiva: así, si para las ciencias de la cultura lo relevante es el aspecto cualitativo de los hechos, tal aspecto sólo puede aprehenderse a partir de construcciones teóricas particulares (que resultan del interés de sujetos particulares). En consecuencia, las leyes que resulten del estudio de los hechos, siguiendo tales miradas particulares, serán también leyes particulares.

Durkheim pretendió elaborar una teoría sociológica apelando a un método que, por sus características y rigurosas exigencias formales, desterrara los juicios de valor. Sin embargo, los introduce subrepticiamente en su obra, cuando atribuye a la sociedad un carácter “bondadoso”, así como autoridad moral o vocación reformadora. Su sociología es la cristalización de un discurso que explicita sus ideales.

Marx, por su parte, demostró que los conceptos no son válidos o “potentes” per se, sino porque contienen otros conceptos o, de otra manera, porque son el resultado de la estructuración de un pensamiento complejo sobre la realidad. Lo concreto, entonces, sólo es tal en tanto sobre ello se efectúe un análisis que fije y establezca los conceptos simples que lo configuran, condición sin la cual no puede llegarse a la comprensión de lo diverso que contiene, de la totalidad con sus múltiples determinaciones y relaciones.

En este último aspecto considerado, puede advertirse que hay bastante vecindad entre los pensamientos de Marx y de Weber. Sin embargo, hay discrepancias entre ellos en lo que toca a sus concepciones sobre la sociedad, la cultura o la civilización: en la teoría de Marx hay un sustrato evolucionista, que se sustenta en una idea de la civilización como progreso, como sucesión de etapas; por otra parte, hay una toma explícita de posición en favor de un cierto tipo de desarrollo. Como sabemos, y sin querer abarcar todos los puntos de convergencia o de divergencia entre estos dos pensadores, estas posturas son radicalmente diferentes a las que Weber preconizara, y se refieren a aspectos cruciales de su concepción y sus desarrollos sobre la sociedad.

Ahora bien, sí la aplicación de un método particular no ocupa lugar central como garantía para alcanzar un conocimiento objetivo de los hechos sociales, como quería Durkheim, y si hay múltiples posibilidades de abordaje de esos hechos (el marxismo, según Weber, no distinguía entre lo “estrictamente económico”, lo “económicamente determinado” y lo “económicamente relevante”), la validez del conocimiento “expresado” (como teorías, como explicaciones, como intentos por dar cuenta de los fenómenos) debe poder referirse al discurso mediante el cual se abordan los temas asumidos como propios de los campo del conocimiento incluidos dentro de la denominación “ciencias de la cultura”.

Así, resulta perfectamente claro por qué buena parte de las preocupaciones y los ensayos metodológicos de Weber apuntan a delimitar el “universo discursivo” de las ciencias de la cultura y, dentro del mismo, a señalar la especificidad del dominio (referencial y semántico, si se quiere) de algunas de aquellas. Muy ilustrativa a este respecto resulta la discusión que sostiene con Edward Meyer 2 (en general, con los historiadores), en la que aborda problemas centrales de la lógica misma de la constitución de un discurso (a saber, cuáles son sus presupuestos, qué es lo pertinente dentro del mismo), los dominios de validez de sus argumentos (lógica modal, conceptos de posibilidad y necesidad) y, un aspecto capital,

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