Starcraft 2 Acido
Enviado por Bakuryu_666 • 27 de Octubre de 2013 • 11.687 Palabras (47 Páginas) • 270 Visitas
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Ácido
Por Antony Johnston
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KRAKULV, 2504
—¡No nos vamos a ningún lado! ¡Ocúpense de esos cañones!
El capitán Brach Treicher salió de la plataforma de armamento pesado y comenzó a correr hacia el centro de mando. A pesar del voluminoso traje de combate de CMC, subió de a tres escalones a la vez mientras oía las rápidas ráfagas de los cañones a sus espaldas. Durante la última hora, los marines habían observado uno tras otro cómo se iban los evameds que evacuaban la base de Krakulv, y lógicamente esperaban ser los próximos en irse. Pero todavía seguían ahí.
Krakulv era una base lunar secreta de advertencia anticipada, ubicada en las fronteras del espacio del Dominio. Su tarea era vigilar las incursiones zerg. En algún momento después de la Primera Guerra de Contacto, cuando se creó la base, habían contado con suficientes evameds para todos. Pero el tiempo pasó, la base y su población crecieron (demasiado, según Brach), y ahora superaban la capacidad de evameds disponibles.
Quien había dado la orden de evacuar a todos los sobrevivientes que no fuesen esenciales ni pudiesen combatir era la comandante de la base. Brach hubiese hecho exactamente lo mismo, pero no podía evitar sentir un gusto amargo. La primera oleada, poco antes del amanecer lunar, los había tomado por sorpresa. ¿Cómo pudo haber sucedido algo así? ¿Qué utilidad tiene una estación de vigilancia que no puede detectar un ataque inminente a sí misma? Pues bien, no lo habían detectado, y en solo diez minutos ya había muerto el 25% de la población. Los sobrevivientes habían huido en todos los evameds disponibles, salvo uno. Habían dejado atrás unos doscientos marines que intentaban resistir una carga zerg completa hasta que el destructor más cercano pudiese rescatarlos.
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Brach abrió la puerta del centro de mando y entró. —¿Tenemos un tiempo estimado para la llegada del destructor?
La comandante de la base Lee Treicher observó la consola de estado. —Seis horas.
—¡Seis horas! ¡Lee, no podemos aguantar tanto tiempo! ¡Krakulv no está hecha para resistir semejante asedio!
La mayor parte del personal del centro de mando había sido evacuado, y solo habían quedado unas pocas personas para ocuparse de las estaciones tácticas. Todos los que quedaban parecían realmente interesados en la información que arrojaban las consolas.
Lee clavó una mirada fría en los ojos de Brach, que suspiró. Si había algo que le fastidiaba de su mujer era esto. Nunca perdía el control, nunca levantaba la voz en señal de enojo, incluso aunque estuviese en todo su derecho. A veces tenía ganas de sacudirla por los hombros simplemente para hacerla reaccionar y perder el control, aunque solo fuese de vez en cuando.
—¿Y entonces, qué deberíamos hacer? —preguntó Lee con calma—. ¿Rendirnos? ¿Quieres agitar una banderita blanca con la esperanza de que los zerg se hayan reformado y se hayan convertido en pacifistas?
—Contraatacar. No podemos quedarnos acá sentados y esperar a que vengan —respondió Brach.
—Tengo cuervos detectores ahí afuera que están evaluando la situación. Voy a definir un curso de acción solo cuando me envíen sus informes, no antes. Así que elige: o me ayudas acá o vas a arengar a tus hombres, aunque sea con tus insultos.
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Brach dudó un instante, y luego se paró junto a Lee. Apoyó la mano envuelta en su uniforme de combate sobre la mano enguantada de su mujer, y la apretó suavemente. —Lo siento —susurró.
Ella esbozó una sonrisa y volvió la cabeza hacia la consola. —Mira estas formaciones...
* * *
GARXXAX, 2501
Una hora antes del mediodía, Illyana Jorres cerró sus monitores de seguridad. Hacía veinte minutos que había terminado con el escaneo remoto de los puestos de avanzada de la biosfera, antes del horario programado. Todo estaba normal, tal como debía ser: Garxxax era un planeta pequeño de un sistema pequeño, situado en los confines del espacio terran y alejado del ajetreo y las preocupaciones de la vida en el Dominio, sin ningún tipo de vida inteligente más allá de las alimañas de la jungla.
Eso era exactamente lo que había pedido al unirse a la compañía. Ya había tenido suficiente acción en la guerra, más que suficiente para cualquier marine. No tenía otras aptitudes para ganarse la vida, así que había entrado en el negocio de la seguridad como profesional independiente, y había terminado en este lugar. Un planeta en el que la humedad, que se abría paso a través de la montañosa selva tropical, era insoportable sin un traje con sistema de refrigeración. Incluso los mares que bañaban las costas eran tan tibios como las duchas nocturnas.
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Lo bueno es que no había nada de acción ni movimiento. Eran solo ella, diez científicos y el calor. Para Illyana, eso era perfecto.
* * *
El behemot gimió y giró su enorme masa para tratar de aliviar el dolor de las heridas que había dejado la batalla. La flota protoss lo había sorprendido: estaba surcando el espacio en el extremo del sector y ahora estaba pagando el precio de su descuido. A pesar de que la batalla ya había terminado, se estaba quedando sin vida. Su propia vida no era importante, pero en sus membranas cavernosas llevaba miles de otros zerg que corrían peligro si él moría. Aunque navegar por el espacio era su estado natural, requería esfuerzo. El viejo behemot necesitaba tiempo para recuperarse y recobrar energía, pero no podía hacerlo en el vacío del espacio.
Kerrigan lo había guiado a la victoria final en la batalla, pero a cambio de varias heridas. Ahora escrutaba el espacio a través de los ojos cansados del behemot, inspeccionando la región en busca de un buen lugar para descansar.
Allí, en ese sistema. Divisó un planeta con atmósfera de oxígeno y nitrógeno, y vida basada en carbono. La vida que el behemot y los miles de zerg que transportaba en las membranas cavernosas de su organismo podían consumir para sobrevivir. Para curarse. Kerrigan guió al behemot hacia su destino.
Después de un tiempo (¿una hora, un día, una semana, un mes? El tiempo significaba muy poco para algo tan viejo), la nave viviente entró en el pozo gravitatorio del planeta. Las nubes espesas que flotaban a la deriva oscurecían el terreno. Al atravesarlas, el behemot
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reconoció algunas características del lugar. Había visto otros planetas como este, con montañas y árboles, y una manta verde que cubría el suelo. Alguna vez había descansado en un planeta similar. Seguramente había ricas proteínas, quizás incluso mamíferos.
Vida, ¡sí! El behemot percibió el calor de la vida que emanaba de allá abajo. Instintivamente, ajustó su descenso para
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