Los Niños
Enviado por estefiaddario • 27 de Junio de 2014 • 2.171 Palabras (9 Páginas) • 212 Visitas
Septiembre 3. San Pío X, el Papa que combatió al modernismo
S.S. San Pio X en la consagracion episcopal de Monseñor Giacomo Giambattista della Chiesa (futuro Papa Benedicto XV)
Su fiesta “Vetus Ordo” es el 3 de septiembre
San Pío X es algo reciente en la Iglesia. Reciente su elevación a los altares por Pío XII, y más reciente la visita de su cuerpo a la bella Venecia en cumplimiento de una vieja promesa hecha a sus amados diocesanos:
—Vivo o muerto volveré a Venecia.
En la basílica de San Pedro de Roma un sencillo y hermoso sepulcro guarda sus restos. Este sepulcro es hoy día uno de los lugares vivos de la oración. Nunca faltan allí el recuerdo de las flores secas y la plegaria de los romanos y cuantos católicos visitan el templo de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Hay otra presencia más viva y fecunda de San Pío X. Presencia de alma a alma, que es como la gracia de su intercesión ante Dios. Cuántos sacerdotes de nuestros días se miran en el rostro de San Pío X y sacan de su ejemplo el impulso de un sacerdocio verdaderamente santo. Me parece que este hecho no se podía escapar de mis líneas al trazar su semblanza, y que debía hacer constancia de él para las nuevas generaciones de hijos de Dios que nos sucedan.
San Pío X ha dado jornadas de inmensa gloria de Dios a su Iglesia del siglo XX.
Su figura noble y bondadosa es algo muy cercano que cuelga de la pared de nuestro despacho o se esconde en las páginas de nuestro breviario.
En muy pocas palabras nos resume su vida la lápida de su sepulcro:
“Pío Papa X, pobre y rico, suave y humilde, de corazón fuerte, luchador en pro de los derechos de la Iglesia, esforzado en el empeño de restaurar en Cristo todas las cosas.”
San Pío X nació en Riese, humilde pueblo del norte de Italia, el 2 de junio de 1835. El nombre de bautismo era José Melchor Sarto. Sus padres se llamaban Juan Bautista Sarto y Margarita Sansón. Tuvieron diez hijos, de los cuales vivieron ocho.
Juan Bautista era alguacil del ayuntamiento de Riese. En su oficio entraba hacer la limpieza de la casa-ayuntamiento y los recados del alcalde. Por todo ello recibía cincuenta céntimos diarios.
Los padres de San Pío X eran pobres, pero muy piadosos. Sobre todo, su madre.
“Siendo Beppi Sarto —dice René Bazin—, hijo de padres tan cristianos, no podía dejar de amar a la Iglesia, a los oficios, al cura, al cielo, del que se aparta a tantos niños.
Vistió muy pronto la sotana de acólito y empezó a decir que deseaba ser sacerdote.
A los once años hizo la primera comunión. Uno necesariamente tiene que pensar aquí en el amor con que recibiría a Jesús Eucaristía aquel niño que un día Papa iba a abrir de par en par las puertas del sagrario a los pequeños.
El cura de Riese, que se llamaba don Tito Fusarini, conocía muy bien a Beppi y decía de él:
—Es el alma noble de este país.
Todos los niños saben que para ser sacerdote hay que saber latín. También lo sabía el pequeño Beppi. Para ello tuvo que ir a Castelfranco, a siete kilómetros de Riese. Y después, al seminario de Padua. Antes hay que conseguir una beca. De esto se encarga el cura de Riese, quien un día llama con bastante misterio al muchacho y le dice:
—”De rodillas, Beppi, y da gracias a Dios, que, seguramente, tiene algún designio para ti: pronto entrarás en el seminario, y, como yo, tú también serás sacerdote.”
José Sarto fue siempre un estudiante aventajado. Junto a las notas de los archivos del seminario de Padua se ha conservado este juicio: “Discípulo irreprochable; inteligencia superior; memoria excelente; ofrece toda esperanza”.
Fue ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1858 en la catedral de Castelfranco. Al día siguiente canta su primera misa en Riese, ante las lágrimas y gozo de su madre y sus hermanas.
Don José era un sacerdote de buena estatura, muy delgado, pero de fuerte osamenta y estaba dotado de un rostro encantador, La frente, alta; los cabellos, abundantes y echados hacia atrás; los labios, finos; las mejillas y el mentón sólidamente modelados. Pero, sobre todo, un alma que iluminaba todos sus rasgos del cuerpo con una mirada de pureza, de suavidad, que se transparentaba en sus ojos. Alguien dirá más tarde de Pío X:
“Todo corazón recto vuela hacia él.”
Y después de la primera audiencia que como Papa concedió al cuerpo diplomático, preguntaban éstos al cardenal Merry del Val:
—Monseñor, ¿qué tiene este hombre que atrae tanto?
La vida sacerdotal de don José Sarto empieza como coadjutor de Tómbolo y termina en la cátedra de Pedro. Se puede decir que pasó por la mayoría de los cargos por que puede pasar un eclesiástico. Un estupendo aprendizaje brindado por la Providencia al hijo del humilde alguacil de Riese.
Hay una hermosa anécdota de sus tiempos de cardenal de Venecia. Nos la cuenta don José María Javierre en su estupenda vida de San Pío X.
Al patriarca de Venecia, la ciudad más bella del mundo, le gustaba jugar alguna que otra vez una partidita a los naipes. Esta tarde son cinco amigos en torno a la mesa. Una niebla espesa cubre los canales y apenas se divisan las luces movedizas de las góndolas. Dentro se está bien al calorcillo de la estufa. Se acaba la partida y Rosa, la hermana del cardenal ha traído unas tacitas de café. Brota la charla festiva.
—De todos modos —bromea el cardenal—, me dará mucha pena dejar Venecia. Sí, porque pronto se cumplirá mi fecha. Cada nueve años cae una hoja de mi calendario. Fui nueve años coadjutor de Tómbolo. Nueve años párroco de Salzano, y otros nueve, canónigo de Treviso. Nueve años goberné Mantua como obispo. ¿Qué me harán al terminar mis nueve años de patriarca en Venecia? ¿Papa? Porque otra solución no veo.
Ríen todos. El patriarca está firmemente convencido de que sus días terminarán en Venecia.
Pero Dios ha dispuesto otra cosa. A los nueve años es elegido Papa y tiene que dejar su amada Venecia.
El Papa ha muerto. León XIII, el anciano y sabio pontífice acaba de morir. Los cardenales de todo el mundo se han reunido en Roma para elegir al nuevo Papa. Al lado del cardenal Sarto está el cardenal Lecot, arzobispo de Burdeos, quien le pregunta en francés:
—Vuestra eminencia es, sin duda, arzobispo
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