Ciencia Edad Media
Enviado por emodemonio • 12 de Noviembre de 2013 • 4.899 Palabras (20 Páginas) • 329 Visitas
INTRODUCCIÓN (CONTEXTO HISTÓRICO)
Desde principios del siglo XIV, quizás antes, la dinámica de desarrollo económico y de estructuración de la sociedad civil que había caracterizado a la mayor parte de las regiones peninsulares se paralizó. Y la paralización se convirtió en un proceso de ruptura que afectó, al mismo tiempo, a la economía, tanto a los sectores de la producción como del comercio, y tuvo repercusiones determinantes en la estructura social. Pandemias pestilencias y una acelerada recesión demográfica, transformaciones profundas en los cuadros de la vida material y en las formas de sociabilidad, urbana y rural, o la dureza de la vida cotidiana y la exasperación de los comportamientos colectivos caracterizan un largo período de crisis en la historia de las “Españas medievales”.
¿Se podría hablar de una primera crisis general, o una simple fase de recesión? Desconfiemos de las fórmulas, a condición de no relativizar los esquemas interpretativos de los historiadores cuando éstos significan intereses disciplinarios diferentes y orientaciones culturales opuestas. Como fórmula, al menos, la crisis del feudalismo tiene la ventaja de llamar la atención sobre el funcionamiento mismo del sistema económico procedente y su transformación posterior. Con todo, el concepto crisis no debe ser entendido en términos de ruptura total, cambio estructural completo o violenta descomposición de las sociedades peninsulares. La transición de la vieja sociedad medieval a la nueva sociedad moderna fue vivida con dramatismo y violencia, pero no representó el trauma del cambio que de un solo golpe destruye todos los vínculos y obliga a los hombres a reconstruir desde la nada. Más bien es necesario observar los siglos XIV y XV como un período en que se bloquean las relaciones del cuerpo social, se modifican los mecanismos productivos e ideológicos hasta entonces operantes. Pero también un período en que se reagrupan las energías y la creatividad, se recomponen los sistemas de valores y se producen más precisas estratificaciones y más pronunciadas diferencias entre las clases sociales.
Experiencias imprevisibles no implican, evidentemente, comportamientos y decisiones producto de un plan determinado ni respondían a una voluntad planificada de sustituir contextos estructurales antiguos por otros más robustos y estables. En realidad, esta crisis fue vivida por varias generaciones y, con toda probabilidad, ninguno de sus contemporáneos tuvo de ella una percepción sintética global, excepto la vivencia casi diaria de las guerras, las epidemias o las carestías repetidas periódicamente durante más de un siglo. La me memoria colectiva del período es puntual pero diversificada y, interioriza más la multiplicidad y complejidad del proceso que la crisis general del sistema. Los documentos por otra parte nunca demasiado abundantes, son con frecuencia contradictorios entre ellos. Una fase es observable sólo en un área, pero no en otra, o bien es desmentida por un movimiento de signo opuesto en los años inmediatamente sucesivos. Esto impide abordar la crisis bajo-medieval como algo homogéneo. Obliga a diferenciar en cada fenómeno las particularidades de ritmo, de profundidad y de consecuencias, los sobresaltos de la coyuntura, los desfases entre estructuras, los desequilibrios entre región y región. Por debajo de las grandes tendencias y de las fluctuaciones seculares, la crisis multiforme reenvía a oscilaciones de menor amplitud, a transformaciones sectoriales o regionales de mayor entidad. Más que la cantidad, obliga, en una palabra, a observar la calidad del cambio, es decir, los puntos más relevantes de ruptura y de transformación.
Admitamos, una crisis profunda, de contornos geográficos imprecisos y de manifestaciones dispares, en un sistema bloqueado por permanencias feudales y demasiado rígido para evita las catástrofes de tipo maltusiano. Pero más que los signos destructivos, retengamos la imagen de la buena salud de los señoríos, la diversidad de los espacios regionales, el desigual empuje de los mercados de consumo o de exportación, el déficit estructural de los intercambios exteriores o la relativa hambre de buena moneda. Son éstos rasgos de un sistema propiamente peninsular, imposible de erigir en modelo, sobretodo cuando la salida de la crisis tiene lugar en un contexto de crecimiento económico más que de reconstrucción.
Con un mínimo de agitaciones y de tensiones, los componentes del cuerpo social de vuelven a encontrar en su lugar, recomponen sus economías y sus rentas o los mecanismos del poder. Como si todo siguiera igual, ésta es la imagen que nos ofrece en constante reequilibrio de las fuerzas políticas. La iglesia es una de ellas, evidentemente. Ni en los peores mementos de la crisis renuncia a mantener la plenitud de su potencia territorial, a aconsejar al príncipe, menos sacralizado que en tiempos pasados pero no menos dividido que el resto de sus colegas europeos, a guiar y encuadrar al pueblo. A pesar de su profunda renovación, lo que se podría denominar la sociedad civil, agregado de señoríos territoriales renovados, de linajes urbanos y ciudades de realengo, de colegios eclesiásticos, de cuerpos de oficios y de artesanos e incluso de pequeñas comunidades aldeanas, mantiene la iniciativa de recuperación y enderezamiento. La nobleza, aunque haya perdido muchas de sus prerrogativas feudales, consigue aumentar sustancialmente su base territorial. Al servicio del rey o del estado, simple etapa en un proceso secular comenzado mucho tiempo atrás y destinado a culminar mucho más tarde, mantiene intacto su prestigio. Pero la idea de nobleza, espejo de príncipes y de grupos sociales ascendentes y renovados, aumenta su fuerza de atracción sobre todo aquellos que pretenden cualquier tipo de ambición social. Hasta el punto de que el estado burgués aparece inevitablemente devaluado, transitorio. Delicada situación donde se coloca el problema de la oligarquía urbana como grupo de hombres de gobierno y de acción económica, el fenómeno de la traición de la burguesía o el retorno a la tierra, que no es más que el apogeo de un movimiento en curso desde mediados del siglo XIII.
Si queremos entender las Españas del siglo XV, las formaciones sociales que se crean tras la salida de la crisis, es necesario pasar de los círculos de lo sociedad civil a los de la sociedad política, el grupo restringido de los consejeros influyentes, de los señores del reino y de todos aquellos que participan en el ejercicio del poder público. Hay que entrar en la esfera del estado, el estado la monarquía y de los estamentos, con su dinámica centralizadora, su personal, su ideología, sus medios de coerción y de propaganda. Un organismo cuya fuerza renovadora, impresionante eficacia y modernidad, no es una novedad sino una progresión. Se puede pensar que en el
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