La crítica de la racionalidad instrumental y del cientificismo
ros_ls16Tutorial12 de Junio de 2014
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2. LA CRÍTICA DE LA RACIONALIDAD INSTRUMENTAL Y DEL CIENTIFICISMO
Los francfurtianos Adorno y Horkheimer habían analizado la sociedad de la
primera mitad del siglo XX y habían llegado a la conclusión de que existía un
mal de fondo que corrompía todo lo que producía Occidente y que era la causa
del fracaso de las revoluciones emancipadoras de inicios del siglo XX, del
triunfo del nazismo, de la dictadura de la revolución rusa o de la extensión del
consumismo capitalista. Este mal de fondo era el triunfo de la razón
instrumental. Siguiendo el análisis de Max Weber, los miembros de la
Escuela de Fráncfort creían que, frente al modo de operar tradicional de las
sociedades anteriores, se había impuesto la razón instrumental. Ésta es una
razón que, basada en la ciencia y en la técnica, nos dice objetivamente cuáles
son los mejores instrumentos para un determinado fin. El imperio de la razón instrumental conlleva el cientificismo que afirma que sólo la ciencia es una
forma auténtica de conocimiento, lo que implica que la ética es incapaz de
intersubjetividad y los asuntos morales son subjetivos e irracionales.
Esta racionalidad instrumental concebirá, por otra parte, todo como medio
para algo y así no es extraño que el hombre mismo sea concebido como mero
medio y quede cosificado; incluso el arte y el pensamiento serán considerados
como medios para satisfacer a las masas, siendo pues el mercado quien
determine el valor, por ejemplo, de un cuadro o un libro, dando lugar a una
cultura de masas que no fomenta el desarrollo de individuos autónomos y
solidarios, sino más bien heterónomos y solitarios. Y como telón de fondo, una
democracia desarraigada, pues las raíces de las que habían surgido los valores
clave, como la libertad, la igualdad o la solidaridad, quedan debilitadas al ser
considerados estos valores como algo subjetivo y relativo.
En Conocimiento e interés (1968), Habermas mostrará que hay tres
principales intereses que guían todos los aspectos y acciones de la vida
humana:
El interés técnico, el interés por dominar el mundo y transformarlo para
satisfacer las necesidades humanas, es el que guía las ciencias
naturales, el trabajo, la economía… Por tanto, estos aspectos no son
“objetivos” ni desinteresados.
El interés práctico, que busca entender las relaciones humanas para
saber vivir en sociedad. Este interés orienta las ciencias históricas y de
la cultura.
El interés emancipatorio, que es el interés por que todo individuo sea
libre y autónomo y que guía a las “ciencias críticas” basadas en la
reflexión, que desenmascaran los aspectos de la vida que mantienen a
los hombres prisioneros.
Así pues en la vida humana no hay nada objetivamente desinteresado. Lo
importante es entender que el interés primero debe ser el interés
emancipatorio que debe orientar a su vez a los otros dos intereses, de modo
que la técnica, la sociología o la historia no sirvan para dominar y manipular a
los hombres, sino para su libertad.
3. OTRA NOCIÓN MÁS AMPLIA DE RACIONALIDAD
En Teoría de la acción comunicativa (1981) desarrolla la idea de acción
comunicativa, un tipo de acción que, sin usar la razón técnica, implica otro
uso de la razón. Esto le lleva a analizar los diferentes tipos de acciones que se
dan cuando las personas se relacionan entre sí:
Acción comunitaria: Las personas pueden confluir en una misma la
acción porque pertenecen a la misma comunidad histórica y a la misma tradición cultural; prácticamente no hay que pensar ni utilizar la razón,
sólo seguir la tradición cultural comunitaria.
Acción estratégica: Las personas pueden ponerse de acuerdo en la
acción a llevar a cabo porque los diferentes participantes hacen un
cálculo egocéntrico de sus propios intereses y ven que les beneficia a
cada uno de ellos la confluencia en una misma acción. En este tipo de
acción se consideran a los otros hombres como medios para sus fines,
es una acción instrumental y supone un ejercicio alto de la racionalidad.
Acción comunicativa: Las personas pueden acordar unas normas y unas
pautas de acción después de una discusión donde los participantes, más
que pensar sólo en las ventajas que sacarán de la confluencia en la
acción, están reflexionando sobre los valores, normas y metas que son
mejores y más justos para todos. Lo importante es que en este tipo de
acción se puede dar racionalidad. No sólo se da racionalidad en la acción
estratégica que utiliza la razón instrumental.
4. LENGUAJE, RACIONALIDAD Y MORALIDAD
Siempre que entramos en un diálogo pensamos que puede alcanzarse un
consenso fundamentado en razones que los otros puedan comprender; en
caso contrario, carecería de sentido entrar en la discusión. El lenguaje puede
servir para hablar de cómo es el mundo o para dirigir la acción, pero en ambos
casos la condición de posibilidad del lenguaje es que haya una comunidad de
significado, un cierto acuerdo, un consenso que resulta inherente al lenguaje
humano. Pero para que haya diálogo todos los participantes deben ser
considerados imparcialmente iguales, si no, no participarían. Y llegados aquí
entendemos que la moralidad es condición de posibilidad de la vida social y
que el punto de vista moral de la imparcialidad es algo esencial a la propia
sociabilidad humana. Si aceptamos esto, estamos aceptando el “punto de vista
moral” y, con ello, el primer principio moral. No hacen falta, quizás, complejas
formas de fundamentación del principio moral. Basta con mostrar que la
sociabilidad es imposible sin la moralidad. Éste es el enfoque de la ética
habermasiana. Por eso, nos dice en Conciencia moral y acción comunicativa
(1983) que la idea de imparcialidad está enraizada en las estructuras de la
comunicación argumentativa y no es preciso que se introduzca en ella como
un contenido normativo suplementario. La moralidad no es la introducción de
unos deberes externos a la propia vida social, sino que se trata de la condición
de posibilidad y una parte esencial de la trama de la vida social.
5. LA ÉTICA DISCURSIVA
Siguiendo esta línea de pensamiento, Habermas aborda la cuestión de la
fundamentación de las normas morales y construye una manera de hacerlo. Es lo que llama Ética Discursiva. Su objetivo es atacar al relativismo y al
escepticismo. Su punto de partida es el hecho de que las personas
argumentamos sobre normas morales para averiguar y discutir cuáles son
moralmente correctas. A partir de ahí, estudia las condiciones de los diálogos
éticos. Cuando en una argumentación moral alguien te dice “debes hacer x”,
está diciendo implícitamente que tiene razones para exigirte que lo hagas. Si
no hubiera razones para exigir algo, no se podría decir “tienes que hacer x”.
Esto significa que los juicios éticos no sólo admiten justificación racional, sino
que la exigen. Así que el punto de partida es que todos argumentamos sobre
cuestiones éticas y que argumentar significa dar razones.
Frecuentemente se siguen normas éticas sin problematizarlas, pero cuando
son problemáticas, cuando una parte de la gente las sigue y otra las pone en
cuestión, sólo hay una solución moral: el consenso basado en el diálogo.
Cuando las normas son problemáticas, la imposición, la fuerza o la
manipulación no son recursos morales (serían más bien inmorales); lo único
moral es llegar a un acuerdo a través de la racionalidad comunicativa. Ahora
bien, ¿cuáles son las condiciones para que en este caso haya una racionalidad
comunicativa que logre un acuerdo, es decir, para que haya una verdadera
argumentación racional en ética? Tiene que haber lo que llama Habermas “una
situación ideal del habla” o, como también dice, “unas condiciones de simetría”
que son las condiciones de posibilidad de la racionalidad comunicativa ética.
Serían las siguientes:
a) Cualquier sujeto puede participar en el discurso
b) Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación
c) Cualquiera puede introducir cualquier afirmación
d) Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.
e) No puede haber coacción externa o interna para que un hablante no ejerza
las anteriores condiciones.
En ellas ya está presente el primer principio moral, el que Habermas llama
“postulado de universalización”, pues bajo estas condiciones de “simetría” sólo
se llegará a un acuerdo en las normas éticas cuando todos los afectados estén
de acuerdo. Por eso el principio de universalización dice así: una norma será
válida cuando todos los afectados por ella puedan aceptar libremente sus
consecuencias. La obligatoriedad de una norma así gestada proviene de que
representa intereses universalizables.
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