Las Puertas De La Percepcion
Enviado por felipea • 8 de Octubre de 2013 • 15.627 Palabras (63 Páginas) • 283 Visitas
Si las puertas de la percepción quedaran depuradas,
todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito.
William Blake
Fue en 1886 cuando el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer estudio
sistemático del cacto, al que se dio luego el nombre, del propio investigador, Anhalonium
Lewinii, nuevo para la ciencia. Para la religión primitiva y los indios de México y del Sudoeste
de los Estados Unidos, era un amigo de tiempo inmemorial. Era, en realidad, mucho mas que
un amigo. Según uno de los primeros visitantes españoles del Nuevo Mundo, esos indios
"comen una raíz que llaman Peyotl y a la que veneran como a una deidad".
La razón de que la veneraran como a una deidad quedó de manifiesto cuando psicólogos tan
eminentes como Jaensch, Havelock Ellis y Weir Mitchell iniciaron sus experimentos con la
mescalina, el principio activo del peyotl. Cierto es que se detuvieron mucho antes de llegar a la
idolatría, pero todos ellos coincidieron en asignar a la mescalina un puesto entre las drogas
más distinguidas. Administrada en dosis adecuadas, cambiaba la cualidad de la conciencia más
profundamente -siendo al mismo tiempo menos tóxica- que cualquier otra sustancia del
repertorio de la farmacología.
La investigación sobre la mescalina ha continuado de modo intermitente desde los días de
Lewin y Havelock Ellis. Los químicos no. se han limitado a aislar el alcaloide; han aprendido
también a sintetizarlo, en forma que las existencias no dependan ya de las dispersas e
intermitentes entregas de un cacto del desierto. Los alienistas se han dosificado a si mismos
con mescalina, movidos por la esperanza de llegar así a una comprensión mejor, una
comprensión directa, de los procesos mentales de sus pacientes. Aunque trabajando por
desgracia con muy pocos sujetos y en una muy limitada variedad de circunstancias, los
psicólogos han observado y catalogado algunos de los más notables efectos de la droga.
Neurólogos y fisiólogos han averiguado algo acerca de cómo actúa sobre el sistema nervioso
central. Y un filósofo profesional por lo menos ha tomado mescalina para ver qué luz arroja
sobre ciertos viejos enigmas no resueltos, como el lugar de la inteligencia en la naturaleza y la
relación entre el cerebro y la conciencia.
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Las cosas quedaron así hasta que, hace dos o tres años, se observó un hecho nuevo y tal vez
muy significativo. En realidad, era un hecho que había estado a la vista de todos desde hacía
varias décadas; sin embargo, fuera como fuere, nadie lo advirtió hasta que un joven psiquiatra
inglés, que actualmente trabaja en el Canadá, se fijó en la estrecha semejanza que existe, en
composición química, entre la mescalina y la adrenalina. Ulteriores investigaciones revelaron
que el ácido lisérgico, un alucinógeno muy poderoso que se obtiene del cornezuelo del
centeno, tiene con ambas una relación bioquímica estructural. Luego vino el descubrimiento
de que el adrenocromo, que es un producto de la descomposición de la adrenalina, puede
producir muchos de los síntomas observados en la intoxicación con mescalina. Pero el
adrenocromo se produce probablemente de modo espontáneo en el cuerpo humano. En otros
términos, cada uno de nosotros es capaz de producir una sustancia química de la que se sabe
que, aun administrada en dosis diminutas, causa profundos cambios en la conciencia. Algunos
de estos cambios son análogos a los que se manifiestan en la plaga más característica del siglo
XX, la esquizofrenia. ¿Es que el desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el
desorden químico se debe a su vez a angustias psicológicas que afectan a las suprarrenales?
Sería imprudente y prematuro afirmarlo. Lo más que podemos decir es que se ha llegado a
algo parecido a un caso prima facie. El indicio está siendo tratando sistemáticamente y los
sabuesos bioquímicos, psiquiatras, psicólogos, siguen la pista. Por una serie de circunstancias,
yo me vi de lleno en esta pista en la primavera de 1953. Uno de los sabuesos había venido por
asuntos suyos a California. A pesar de los setenta años de investigación sobre la mescalina, el
material psicológico a su disposición era todavía absurdamente insuficiente y el hombre
deseaba mucho aumentarlo. Yo estaba allí y dispuesto -deseándolo muy de veras- a actuar de
conejillo de Indias. Es así como en una luminosa mañana de mayo ingerí cuatro décimas de
gramo de mescalina a esperar los resultados.
Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las
circunstancias, estamos solos. Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son
crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus
aislados éxtasis en una sola autotrascendencia, pero es en vano. Por su misma naturaleza, cada
espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las sensaciones,
los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo
por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un fondo común
de información sobre experiencias, pero no de las experiencias mismas. De la familia de la
nación, cada grupo humano es una sociedad de universos islas.
La mayoría de los universos islas tienen las suficientes semejanzas entre sí para permitir la
comprensión por inferencia y hasta la empatía o "dentro del sentimiento". Así, recordando
nuestras propias aflicciones y humillaciones, podemos condolernos de otros en análogas
circunstancias, podemos ponernos -siempre, desde luego, un poco al estilo Pickwick- en su
lugar. Pero, en ciertos casos, la comunicación entre universos es incompleta o hasta
inexistente. La inteligencia es su propio lugar y los lugares habitados por los insanos y los
excepcionalmente dotados son tan diferentes de aquellos en que viven los hombres y mujeres
corrientes, que hay poco o ningún terreno común de memoria que pueda servir de base para
la comprensión o la comunidad de sentimientos. Se pronuncian palabras, pero son las palabras
que no ilustran. Las cosas y acontecimientos a que los símbolos hacen referencia pertenecen a
campos de experiencia que se excluyen mutuamente.
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Vernos a nosotros mismos
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