Trabajo Colaborativo 2
wilson_7771 de Diciembre de 2013
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El proceso reflexivo y la formación de la subjetividad en interacción social
Victor Hugo Saidiza
Docente de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD
Santafé de Bogotá 01-08-2013
Introducción.
El concepto de sujeto se encuentra altamente cuestionado. Puede decirse que la sospecha en torno a dicho concepto se remonta a la filosofía de Nietzsche; pues con él aparece la crítica a toda noción fija en el mundo de la experiencia. En efecto, Nietzsche notó nuestra necesidad de crear instancias fijas a nuestro alrededor a partir de la cuales establecemos un mundo constante, predecible y controlable; la sustancia, el objeto, la materia, el espacio, en fin, todo lo que podemos considerar unas categorías a priori de la experiencia, aparecían para el filósofo alemán como el intento desesperado por estabilizar un mundo caótico al cual no le corresponde ningún orden categorial.1 Pues bien, a esas nociones que pretenden estabilizar y hacer controlable el mundo, Nietzsche sumó también la noción de sujeto.
El sujeto, del cual aparentemente podemos partir como instancia segura a la cual está referida toda experiencia del mundo -un sujeto que percibe y que piensa el mundo-, aparece en la filosofía nietzscheana como algo inestable conformado por una multiplicidad de impulsos (pequeñas voluntades de poder instintivas), que en su constante pugna impiden que el sujeto sea, o pueda llegar a ser, algo coherente. No podemos, por tanto, asegurarnos de la identidad del sujeto, y lo que digamos de él es tan sólo un discurso que reviste al cuerpo, pero que no lo identifica.
Hoy la posmodernidad ha profundizado y sacado consecuencias extremas de esta crítica nietzscheana. Si bien Nietzsche dejó abierta la posibilidad para que algunos “artistas extraordinarios” emprendieran la más sublime de las obras de arte, esto es, construir una subjetividad en cuyo interior una voluntad de poder somete, organiza y jerarquiza a las demás voluntades menores,2 la posmodernidad en cambio insiste en entender al sujeto como algo construido desde fuera por el conjunto de discursos de poder que se apropian del cuerpo. La interioridad del sujeto, es decir, la subjetividad, aparece desde la perspectiva posmoderna como la expresión de una candidez que se atreve a creer en algo inexistente.
Sin embargo, puede existir otra forma de asumir el reto nietzscheano en torno al problema del sujeto o de la interioridad del sujeto (interioridad que llamaremos en adelante subjetividad). En efecto, la crítica que ha terminado por deconstruir la noción moderna de sujeto –un sujeto absoluto, homogéneo y estable que percibe y piensa el mundo- nos permite ahora emprender la tarea de identificar las verdaderas dimensiones de la subjetividad y del proceso mediante el cual se la construye.
1 Manuel Dries, Nietzsche on time and history (Berlin: Walter de Gruyter, 2008) 1-2
2 Así aparece por ejemplo en el siguiente aforismo: “–‘Imprimir estilo’ al propio carácter -¡qué arte tan grande y tan raro! Lo practica aquel cuya mirada es capaz de abarcar todo lo que ofrece su naturaleza en lo referente a fuerzas y debilidades, con objeto de adaptarlas luego a un plan artístico, de forma que cada una de ellas aparezca con su arte y razón de ser, y hasta la debilidad seduzca la mirada. Aquí se ha añadido una gran masa de segunda naturaleza, allí se ha eliminado un trozo de primera naturaleza –en ambas ocasiones, tras un largo ejercicio y trabajo diario en ello. Aquí se oculta lo feo que no se podía eliminar, allí se volvió a interpretar algo sublime. Friedrich Nietzsche, “Obras Completas Volumen 1” Gaya Ciencia (Madrid; Editorial Gredos, 2009) 740.
En este intento no estamos solos, y tampoco estamos empezando desde cero. Recientes investigaciones apoyadas en la ciencia cognitiva, y las subsiguientes reflexiones filosóficas, han abierto nuevos horizontes para entender la subjetividad. Günter Dux, sociólogo alemán, cuya obra Teoría Histórico Genética de la Cultura fue reconocida por el periódico alemán Frankfurter Allgemeine como “el mejor libro filosófico del año 2000”, y también Michel Tomasello, quien en consideración a sus obras Los orígenes culturales de la cognición humana y ¿Por qué cooperamos?, recibió el premio Jean-Nicod por sus aportes a la filosofía, son los representantes más notables de un conjunto de pensadores que han logrado importantes aportes al reconocimiento de una nueva forma de entender la subjetividad: como construcción histórica; como un proceso vital en el cual participa activamente el individuo.
El problema de la subjetividad.
A pesar de la insistencia en torno a la inexistencia de la subjetividad no podemos dejar de advertir que frente a nosotros se cruzan constantemente distintas subjetividades; nos encontramos interactuando con personas con un carácter particular, gustosas de aceptar ciertas cosas, dudosas en torno a otras o definitivamente incapaces de aceptar otras; personas que han formado un gusto, una serie de hábitos y un conjunto de opiniones que las identifican. Ahora bien, este panorama cotidiano puede alcanzar un nuevo relieve si advertimos que ciertas personas tienen un carácter definitivamente particular; algunas de ellas han logrado definir para sí un conjunto de decisiones vitales que las individualizan y las convierten en personajes extraordinarios. A estos seres humanos los encontramos como los verdaderos fundadores de nuevas opciones vitales y morales, como fundadores de religiones y filosofías. Frente a este conjunto de experiencias que llegan a nosotros en el trato cotidiano, o en el contacto con los verdaderos maestros de la humanidad, ¿podemos negar la existencia de la subjetividad, de la interioridad de la experiencia y la elección reflexiva de opciones vitales?
El panorama actual de la filosofía es, sin embargo, la expresión de esta negación. A pesar de las particularidades de ese ser humano que se presenta ante nosotros, la filosofía ha advertido y ha enfatizado los discursos de poder que, ajenos a este ser humano, lo configuran y le hacen pronunciar juicios que de ninguna manera han surgido desde su interior. De aquí el esfuerzo crítico que busca deconstruir estos discursos de poder. La paradoja que se plantea es la siguiente: se pretende deconstruir unos discursos que configuran a un ser que, sin embargo, no puede dejar de ser construido desde fuera, es decir, que no puede renunciar a ser el lugar de confluencia de nuevos discursos. De tal manera que la salida a esta paradoja se plantea en el terreno de unas supuestas identidades que tienen que ser recuperadas: por ejemplo, una identidad latinoamericana que reivindica el conjunto simbólico local, en oposición a los viejos discursos hegemónicos de la tradición occidental (hoy parece que incluso una parte de los mismos filósofos latinoamericanos se las quieren arreglar sin la tradición filosófica occidental).
Más allá de estas paradojas, lo que cabe resaltar es que de cualquier manera aquella perspectiva niega la interioridad del sujeto, es decir, niega su propio proceso reflexivo. Estas son, sin embargo, las dos palabras que cobran relieve en la teoría de Günter Dux y de Tomasello: proceso y reflexión.
La construcción del sujeto.
Si bien es imposible negar que cada persona se encuentre inmersa en un entramado simbólico, es decir, que cada ser humano es esencialmente un ser en interacción con una sociedad y la tradición cultural que aquella encarna, se debe enfatizar el hecho de que esta interacción es la experiencia a partir de la cual el ser humano construye activamente su interioridad. Es este proceso de construcción activa el que ha sido progresivamente dilucidado por la psicología del desarrollo. Las instancias determinantes de este proceso son la conciencia reflexiva y el proceso o, si se quiere, la historia.
¿Cuál es la naturaleza de este proceso? ¿Cómo interactúan en él la conciencia reflexiva, la interacción social y por qué hablamos de proceso? En este lugar podemos hacer una breve descripción de la construcción de la subjetividad a partir de estas variables.
La subjetividad no debe ser entendida como un espejo que refleja las tradiciones o normalidades de una cultura, pero tampoco como un abismo de cuya profundidad surgen de sí mismas las formas de expresión simbólica. Ni aquella imagen plana del sujeto ni esta amplitud inescrutable son imágenes adecuadas para la comprensión de la subjetividad. Ésta es el resultado de las experiencias con un entorno social y material, y de la consciencia que reflexiona a partir de las mismas. El continuo de experiencias que se suceden en el tiempo hace que la subjetividad no sea algo dado, sino el resultado de un proceso que arranca y termina con la posibilidad de adquirir esas experiencias; se trata por lo tanto de un proceso paralelo a la vida misma, que comparte la misma condición fundamental, a saber, un devenir en el tiempo: “El hombre es lo que lo ha hecho ser su propia historia”.3
La interioridad del sujeto es, por lo dicho, algo que se construye, o, si se prefiere, algo que va ganando en profundidad. De cualquier modo lo importante está en subrayar que se trata de un proceso que, si bien se pone en marcha a partir de los estímulos externos, no puede soslayar el componente interior de la subjetividad conformado, para usar una imagen propuesta por Günter Dux, de varias capas de reflexibilidad.
La conciencia reflexiva se encuentra ya en la orientación de la acción más cotidiana, permitiendo virar el rumbo de nuestras acciones sobre la marcha. Pero además encontramos una conciencia
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