Ébola: retrato de una epidemia
Enviado por WFDW • 13 de Mayo de 2015 • Trabajo • 1.872 Palabras (8 Páginas) • 252 Visitas
Ébola: retrato de una epidemia
Miguel Ángel Cevallos
El brote más reciente de esta enfermedad viral es el más grande que hayamos conocido y ha cobrado la vida de más de 6 000 personas en África occidental. ¿Qué se está haciendo para controlarlo?
La República de Guinea, Liberia y Sierra Leona, que comparten fronteras en África occidental, tienen características que hacen a estos países un excelente caldero para cocinar todo tipo de epidemias. Los tres países han vivido décadas de guerras civiles y sufren de explotación y corrupción en un grado escandaloso; están dentro de los 15 más pobres del planeta, tienen una altísima tasa de mortalidad infantil y una esperanza de vida que en el mejor de los casos es de 59 años. La tasa de desempleo formal es brutalmente alta y la mayor parte de sus habitantes vive de la agricultura de temporal, la minería y la sobreexplotación de sus recursos forestales, que es una actividad clave para entender el origen de la reciente epidemia de ébola.
Como es de esperar, los sistemas de salud en esas naciones son francamente rudimentarios. Así que no es del todo fortuito que el 28 de diciembre de 2013, Emile Ouamouno de dos años de edad y su hermanita mayor Philomena fueran las primeras víctimas de un nuevo brote de ébola. Tampoco es azaroso que esto ocurriera en Meliandou, una pequeña aldea enclavada en una zona boscosa del sur de la República de Guinea, muy cerca de la tenues fronteras de Liberia y Sierra Leona, donde el tránsito de personas, sus animales y sus enseres tiene pocas restricciones.
Hay fuertes sospechas de que el virus del ébola se refugia en ciertas poblaciones de tres especies de murciélagos gigantes frugívoros, sin causarles mayor malestar, que serían su reservorio natural. Las víctimas comunes de esta enfermedad viral no son los humanos sino los gorilas, los chimpancés, los monos (no primates), ciertos antílopes llamados duikers y algunos otros mamíferos. Los animales enferman porque entran en contacto directo con algún fluido de un murciélago infectado, por ejemplo si comen frutos que ese murciélago ya ha consumido parcialmente. Sin embargo, el verdadero problema se inicia cuando los seres humanos irrumpimos en los hábitats de estos animales. No sólo el ébola, también muchas otras epidemias comienzan cuando un virus propio de los animales “salta” a una persona.
No sabemos con precisión cómo Emile contrajo la enfermedad, pero podemos dibujar un posible escenario: el niño probablemente consumió algún fruto contaminado o carne mal cocida de algún animal muerto o contaminado con el virus de ébola, cazado en los bosques cercanos o comprado en el mercado local. En esa región de África el consumo de animales silvestres es común e incluye, precisamente, a los murciélagos gigantes, que son parte de la dieta de la población. El análisis de las secuencias de los genomas de los virus aislados de muchas de las víctimas de ébola cuentan la misma historia: la epidemia se inició con un único salto animal-humano y de ahí se diseminó a la población en general.
Los virus del ébola, una vez dentro del primer humano, se empiezan a propagar cuando una persona sana entra en contacto con los fluidos de una persona enferma o muerta por este padecimiento. Por fluidos me refiero a sudor, sangre, orina, heces, mocos, semen, lágrimas, leche y vómitos. Las personas que están en mayor riesgo de contagiarse son aquellas que cuidan a los enfermos o que participan activamente en los ritos funerarios de los que fallecen por causa de este mal. Emile y Philomena fueron las primeras víctimas de este brote epidémico, pero las siguientes fueron la madre, la abuela y una enfermera. Algunos parientes y amigos que asistieron a los funerales de estas personas también se enfermaron, y fueron el vehículo para que se iniciaran las cadenas de contagio primero en los pueblos cercanos, luego en Sierra Leona y posteriormente en Liberia.
Primeros problemas
El ébola es una enfermedad muy grave y muchas veces mortal. Sus síntomas, tal como se enlistan en los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), se pueden confundir fácilmente con los de otros padecimientos: fiebre, dolor de cabeza intenso, dolor muscular, debilidad general, diarrea, vómitos, dolor abdominal y en algunas ocasiones hemorragias inexplicables (menos del 6% de los casos). Los síntomas del ébola pueden presentarse tan sólo dos días después del contagio y hasta 21 días después. Para diagnosticar la enfermedad con precisión se requieren métodos de laboratorio complejos que no están al alcance de todos los hospitales y de las clínicas, y menos aún los de países tan pobres como los de África occidental. Es entonces fácil de entender que los médicos confundieran los primeros casos de ébola con otras enfermedades que son endémicas en esa región, como la malaria, la tifoidea, la fiebre de Lassa y el cólera. Por ello los comienzos de esta epidemia pasaron desapercibidos por varios meses. Los primeros en darse cuenta de que algo terrible y fuera de lo común estaba pasando fueron miembros de la organización Médicos sin Fronteras, que estaban trabajando en la región, y poco después, un equipo de epidemiólogos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La verdad se develó gracias al análisis de las muestras de algunas de las víctimas de la epidemia realizados en los laboratorios de máxima seguridad (denominados BSL-4) de los Institutos Pasteur en Lyon, Francia, en Dakar, Senegal, y en el Instituto Bernhard Nocht
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