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El Zarco


Enviado por   •  28 de Mayo de 2015  •  Trabajo  •  5.494 Palabras (22 Páginas)  •  157 Visitas

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NTRODUCCIÓN

El Zarco narra la historia de amor que surge entre la muchacha más hermosa y cuidada del pueblo de Yautepec, Manuelita, y el jefe de la banda de bandidos los plateados, que tuvieron bajo su yugo la Tierra caliente al sur del Estado de México durante la guerra de la Reforma en 1861.

RESUMEN DE EL ZARCO.

I. Yautepec

Es un pueblo ubicado en la carretera libre de Cuernavaca, rumbo a Tepoztlán. Las casas están decoradas con colores chillantes y crecen durante todo el año, naranjos y limoneros.

La población es tranquila, laboriosa, pacífica, sincera, sencilla y hospitalaria. En el aspecto político, dependen de Cuernavaca.(Morelos)

II. El Terror

Una noche de agosto de 1861, la población se resguardaba temprano en sus casas por el terror que le tenían a los bandidos, conocidos comúnmente como los plateados pues éstos realizaban impunemente saqueos, matanzas, raptos, incendios y exterminios en los pueblos y haciendas aledañas al sur del Estado de México. Yautepec no estaba exento de dichos asaltos, así que de día colocaban vigías en las torres de las iglesias para dar aviso a la población de la llegada y partida de bandoleros, de esta forma, los habitantes de Yautepec tenían tiempo de esconderse en sus casas y las iglesias. Pero esto de noche era imposible, así que estaban siempre expuestos.

La guardia civil no podía intervenir porque el país se encontraba en medio de una guerra civil, dejando así a los bandoleros actuar libremente. Este crimen fue introducido al país por el español Cobos, y los bandoleros eran conocidos como los plateados por su vestimenta

-semejante a la del charro actual- cargada de adornos de plata.

III Las dos amigas

En un huerto en Yautepec, vivían Manuela –joven de 20 años, tez pálida, ojos negros, cejas aterciopeladas, cabello negro y con aspecto aristocrático- y Doña Antonia –madre de Manuela, anciana de buenas costumbres y honrada. Esta última tenía una ahijada más o menos de la misma edad que Manuela, Pilar –joven morena criolla que denuncia a la hija humilde del pueblo y con carácter opuesto a Manuela- que era huérfana pero Doña Antonia se había encargado de cuidarla desde pequeña.

En el jardín Pilar y Manuela tejían guirnaldas de rosas y azahares cuando Doña Antonia le reprochó a su hija el rechazo que le tiene a Nicolás, un muchacho del pueblo y herrero de la hacienda de Atlihuayan, que desea casarse con ella. Manuela sólo siente repulsión y descontento por el herrero, lo considera un indio horrible y molesta a Pilar porque comprende que ella sí está enamorada de Nicolás.

Doña Antonia trata de convencer a su hija de las ventajas de casarse con Nicolás, pues es un hombre honrado y bueno, que además protegería a Manuela de los plateados y la llevaría lejos de los peligros de Yautepec. No obstante estos argumentos no son válidos para Manuela, quien sólo reafirma su rechazo y repulsión hacia el herrero que la ha cortejado desde un tiempo atrás. De pronto, llaman a la puerta y Pilar avisa que Nicolás acaba de llegar.

VI Nicolás

Nicolás era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, con ojos negros y dulces, nariz aguileña, boca grande, fuerte y varonil. Intentaba diferenciarse de los demás por su modo de vestir y visitaba todos los días a Doña Antonia y Manuelita.

En la hacienda donde trabaja Nicolás, todos los hombres se han unido para protegerla y han expulsado a los informantes y cómplices de los bandidos.

Este día en particular, le informó a Doña Antonia que vendría a Yautepec una guardia del gobierno porque los bandidos habían asesinado una familia rica y extranjera en la carretera rumbo a Acapulco. La guardia llegaría primero a Cuernavaca para buscar a los bandidos, pero Nicolás creía que no los capturarían, pues los plateados andan en grandes grupos de más de 100 y están muy bien equipados y armados, no como el ejército, quienes parecían pordioseros. Doña Antonia se alegró mucho al oir estas noticias, pues era su oportunidad de marcharse definitivamente a México con Manuelita y sin correr el riesgo de ser asaltadas en el camino.

V El Zarco

Mientras esto acontecía, al caer la noche, cerca de la hacienda de Atlihuayan, había un hombre joven de 30 años, alto, bien proporcionado, de espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata, temido y conocido por la gente como El Zarco por el verdor de sus ojos. Se dirigía a Yautepec y cuando vio a lo lejos a Nicolás pensó en que ya tendría él su merecido, pero por lo pronto iba a visitar, clandestinamente, a su amada en el huerto de Doña Antonia. Al acercarse a la barda del huerto hizo llamar a Manuelita, quien con una dulce y amorosa voz respondió a su llamado y se asomó por una escalinata en el huerto.

VI La Entrevista

El Zarco visitaba, algunas noches, a Manuelita, con quien mantenía cortejo y le regalaba joyas y dinero. Nadie en el pueblo sospechaba de la relación entre estos dos, pues nadie se atrevía ni a asomarse por la noche por temor a los plateados. No obstante, se rumoraba que en noches de lluvia, aparecían marcas de caballo al lado de la barda del huerto, pero Doña Antonia, nunca se enteró de dichos rumores.

Manuela alertó al Zarco sobre la llegada de la guardia militar y sobre la partida a México que planea su madre para los próximos días. Cegada por el amor y la codicia, le pide al Zarco que la rescate cuando esté en la carretera con la guardia y su madre, pero el Zarco sabe que esta maniobra es peligrosa y sus compañeros no se arriesgan tan fácilmente si no hay ganancias de por medio. Por tanto, deciden que Manuela se fugará con él la próxima noche y tendrá que abandonar a su madre y su vida tranquila. Manuela le promete a su amado que se adaptará a las circunstancias que se presenten. Concuerdan que el Zarco la recogerá a la media noche y Manuela deberá empacar poca ropa, las joyas y el dinero que le ha regalado. Así mismo, antes de marcharse a Xochimancas, la madriguera de los bandidos, le entrega a Mnauela un cofre con varias joyas.

VII La Adelfa

A un costado de la Adelfa en el huerto de Doña Antonia, Manuela escondía en una bolsa de cuero enterrada las cosas que el Zarco le regalaba con frecuencia. Esa noche le había traído joyas del asalto a los extranjeros rumbo a Acapulco que consistían en un anillo enorme de brillantes, una pulsera con dos serpientes de brillantes y unos pendientes que tenían marcas de sangre. No obstante, esto no le preocupó a Manuela y se probó sus nuevas joyas. Su rostro y su conciencia se habían transformado en codicia y vanidad. Aquella dulce muchacha que tejía guirnaldas en el huerto, tenía

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