Zarco
Enviado por robertovv28 • 16 de Diciembre de 2014 • Tesis • 6.869 Palabras (28 Páginas) • 348 Visitas
El Zarco
1
YAUTEPEC
Yautepec es una población de tierra caliente, cuyo caserío se esconde en un bosque de verdura. De lejos, ora se llegue de Cuernavaca por el camino quebrado de las tetillas, que serpentean medio de dos colinas rocallosas cuya forma les ha dado nombre, ora descienda de la fría y empinada sierra de tepoztlan, por el lado norte, o que se descubra por el sendero llano que viene del valle de amilpas por el oriente, atravesando las ricas y hermosas haciendas de caña de cocoyoc, calderón, casasano y san Carlos, siempre se contempla a yautepec como un inmenso bosque por los que sobresalen apenas las torrecillas de la iglesia parroquial. De cerca, yautepec se presenta un aspecto original y pintoresco. Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental, porque los arboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmosfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por donde quiera, con extraordinaria profusión. Diríase que allí estos arboles son el producto espontaneo de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose, estorbándose, formando ásperas y sombrías bóvedas en las huertas granes o pequeñas que cultivan todos los vecinos, y rosando con sus ramajes un verde brillante y oscuro y cargados de pomas de oro los aleros de teja o de balago de las casas. Mignon no extrañaría su patria, en yautepec, donde sus naranjos y limoneros florecen todas las estaciones. Verdad es que este conjunto oriental se modifica en parte por la mezcla de otras plantas americanas, pues los bananos suelen mostrar allí sus esbeltos troncos y sus anchas hojas, y los mameyes y otras zapotaceas elevan sus enhiestas copas sobre los bosquecillos, pero los naranjos y limoneros dominan por su abundancia. En 1854, perteneciendo Yautepec al Estado de México, se hizo un recuento de estos arboles en esta población, y se encontró con que había mas de quinientos mil. Hoy, después de veinte años, es natural que se hayan duplicado y triplicado. Los vecinos viven casi exclusivamente del producto de estos preciosos frutales, y antes de que existiera el ferrocarril de Veracruz, ellos surtían únicamente de naranjas y limones a la ciudad de México. Por lo demás, el aspecto del pueblo es semejante al de todos de las tierras calientes de la Republica. Algunas casas de azotea pintada de colores chillantes, las mas de tejados oscuros y salpicados con las manchas cobrizas de la humedad, muchísimas de paja o palmeras de la tierra fría, todas amplias, cercadas de paredes de adobe, de arboles o de piedras; alegres, surtidas abundantemente de agua, nadando en flores y cómodas, aunque sin ningún refinamiento moderno. Un rio apacible de linfas transparentes y serenas que no es impetuoso mas que en las crecientes de tiempos de lluvias, divide el pueblo y el bosque, atravesando la plaza, lamiendo dulcemente aquellos cármenes y dejándose robar sus aguas por numerosos apantles que las dispersan en todas direcciones. Ese rio es verdaderamente el dios fecundador de la comarca y el padre de los dulces frutos que nos refrescan, durante los calores del estío, y que alegran las fiestas populares en Mexico en todo el año. La población es buena, tranquila, laboriosa, amante de la paz, franca, sencilla y hospitalaria. Rodeada de magnificas haciendas de caña de azúcar, mantienen un activo trafico con ellas, asi como en Cuernavaca morelos, es el centro de numerosos pueblecillos indígenas, situado en la falda meridional de la cordillera que divide la tierra caliente del valle de Mexico, y con la metrópoli de la Republica a causa de los productos de sus inmensas huertas de que hemos hablado. En lo político y administrativo, yautepec, desde que pertenecía al Estado de Mexico, fue elevándose de un rango subalterno y dependiente de Cuernavaca, hasta ser cabecera de distrito, carácter que conserva todavía. No ha tomado parte activa en las guerras civiles y ha sido las más veces victima de ellas, aunque ha sabido reponerse de sus desastres, merced a sus inagotables recursos y a su laboriosidad. El rio y los arboles frutales son sus tesoros; asi es que los facciosos, los partidarios y los bandidos, han podido arrebatarle frecuentemente sus rentas, pero no han logrado mermar ni destruir su capital. La población toda habla español, pues se compone de razas mestizas. Los indios puros han desaparecido allí completamente.
2
EL TERROR
Apenas acabara de ponerse el sol, un día de agosto de 1861, y ya el pueblo de Yautepec parecía estar envuelto en las sombras de la noche. Tal era el silencio que reinaba en el. Los vecinos, que regularmente en estas bellas horas de la tarde, después de concluir, sus tareas diarias, acostumbraban siempre salir a respirar el ambiente fresco de las calles, o a tomar un baño en las pozas y remansos del rio o a discurrir por la plaza o por las huertas, en busca de solaz, hoy no se atrevían a traspasar los dinteles de su casa, y por el contrario, antes de que sonara el campanario de la parroquia el toque de oración, hacían sus provisiones de prisa y se encerraban en sus casas, como si hubiese epidemia, palpitando de terror a cada ruido que oían. Y es que a esas horas, en aquel tiempo calamitoso, comenzaba para los pueblos en los que no había una fuerte guarnición, el peligro de un asalto de bandidos con los horrores consiguientes de matanza, de raptos, de incendio y de exterminio. Los bandidos de la tierra caliente eran sobre todo crueles. Por horrenda e innecesaria que fuere una crueldad, la cometían por instinto, por brutalidad, por el solo deseo de aumentar el terror entre las gentes y divertirse con el. El carácter de aquellos “plateados” (tal como era el nombre que se daba a los bandidos en esa época) fue una cosa extraordinaria y excepcional, una explosión de vicio, de crueldad y de infamia que no se había visto jamás en Mexico. Asi pues el vecindario de Yautepec, como el de todas las poblaciones de tierra caliente, vivía en esos tiempos siempre medroso, tomando durante el día la precaución de colocar vigías en las torres de sus iglesias, para que diesen aviso oportuno ala llegada de alguna partida de bandoleros a fin de defenderse en la plaza, en alguna altura, o de parapetarse en sus casas. Pero durante la noche, esa precaución era inútil, como también lo era el apostar escuchas o avanzadas, en las afueras de la población, pues se habría necesitado ocupar para ello a numerosos vecinos inermes que, aparte del riesgo de ser sorprendidos, eran insuficientes para vigilar muchos caminos y veredas que conducían al poblado y que los bandidos conocían
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