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Flautista Hamlelin


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2013  •  2.509 Palabras (11 Páginas)  •  479 Visitas

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EL FLAUTISTA DE HAMELIN

ANÓNIMO

Había una vez...

...Una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era

placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que

surcaba por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible y

pintoresco.

Pero... un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba

lleno de ratas!

Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los

gatos, sus enemigos de toda la vida; se subían a las cunas para morder a los niños allí

dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comérselos,

sin dejar una miguita. ¡Ah!, y además... Metían los hocicos en todas las comidas,

husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros, roían

las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en

los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendían trepas por las anchas faldas de las

charlatanas mujeres reunidas en la plaza, ahogando las voces de las pobres asustadas

con sus agudos y desafinados chillidos.

¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!

...Pero llegó un día en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa,

fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.

¡Qué exaltados estaban todos!

No hubo manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.

-¡Abajo el alcalde! - gritaban unos.

-¡Ese hombre es un pelele! - decían otros.

-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! - exigían los de más allá.

Con las mujeres la cosa era peor.

- Pero, ¿qué se creen? - vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga

de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por

las calles! ¡Así lo haremos, como hay Dios!

Al oír tales amenazas, el alcalde y los concejales quedaron consternados y

temblando de miedo.

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¿Qué hacer?

Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldía discurriendo en la

forma de lograr atacar a las ratas. Se sentían tan preocupados, que no encontraban ideas

para lograr una buena solución contra la plaga.

Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:

-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!

Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra, cuando todos los

reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero

repiqueteo.

-¡Dios nos ampare! - gritó el alcalde, lleno de pánico -. Parece que se oye el roer

de una rata. ¿Me habrán oído?

Los ediles no respondieron, pero el repiqueteo siguió oyéndose.

-¡Pase adelante el que llama! - vociferó el alcalde, con voz temblorosa y

dominando su terror.

Y entonces entró en la sala el más extraño personaje que se puedan imaginar.

Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba formada

por recuadros negros, rojos y amarillos. Su portador era un hombre alto, delgado y con

agudos ojos azules, pequeños como cabezas de alfiler. El pelo le caía lacio y era de un

amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada, ennegrecida por

las inclemencias del tiempo. Su cara era lisa, sin bigotes ni barbas; sus labios se

contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros, como si se hallara entre grandes

amigos.

Alcalde y concejales le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta

figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico atractivo.

El desconocido avanzó con gran simpatía y dijo:

- Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión,

pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que

poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si

se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran

sobre la tierra. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginárselo.

Principalmente, uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen en los

pueblos, ya sean topos o sapos, víboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el

Flautista Mágico.

En tanto lo escuchaban, el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno

al cuello lucía una corbata roja con rayas amarillas, de la que pendía una flauta.

También observaron que los dedos del extraño visitante se movían inquietos, al compás

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de sus palabras, como si sintieran impaciencia por alcanzar y tañer el instrumento que

colgaba sobre sus raras vestiduras.

El flautista continuó hablando así: - Tengan en cuenta, sin embargo, que soy

hombre pobre. Por eso cobro por mi trabajo. El año pasado libré a los habitantes de una

aldea inglesa, de una monstruosa invasión de murciélagos, y a una ciudad asiática le

saqué una plaga de mosquitos que los mantenía a todos enloquecidos por las picaduras.

Ahora bien, si los libro de la preocupación que los molesta, ¿me darían un millar de

florines?

-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado

alcalde y el concejo entero.

Poco después bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una

fina sonrisa en sus labios, pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de

su mágico instrumento.

De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que

guiñaba sus ojos de color azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal

sobre una llama.

Arrancó tres vivísimas notas de la flauta.

Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo

hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se

transformó en ruido y, finalmente, éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.

¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.

Salían a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; igual los

roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tías

...

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