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La Niña De Los Cerillos


Enviado por   •  5 de Marzo de 2015  •  578 Palabras (3 Páginas)  •  396 Visitas

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Actividad 1

Escucha atentamente este cuento. “La vendedora de cerillos”

Hacía un frío espantoso. Nevaba y empezaba a oscurecer. Era la última noche del año, víspera del Año Nuevo. Entre el frío y la oscuridad de la calle, avanzaba una niña descalza y con la cabeza descubierta.

Apretados en el delantal, llevaba un montón de fósforos, y en la mano, un paquete entero; esta era toda su mercancía. Pero en todo el día nadie le había comprado nada, nadie le había dado un céntimo.

Se acurrucó en el ángulo formado por dos casas, para pasar el frío. Tenía las manos yertas, ¡una cerilla podría confortarla! Si se atreviera a sacarla del paquete, la frotaría contra el muro y se calentaría los dedos. Al fin, se decidió y sacó una. ¡Pffff! ¡Cómo brotó el fuego, cómo ardía! Era una llama cálida y transparente. Cuando la rodeó con la mano, parecía una lamparita. Entonces, le pareció que se hallaba sentada ante una gran estufa de hierro con bolas y tubo de cobre; el fuego ardía en ella deliciosamente. ¡Qué bien calentaba! Pero ¿qué había pasado…? Cuando ya extendía los pies, para calentarlos también, la llama se apagó. Desapareció la estufa, y la niña se quedó con un cabo de cerilla quemado entre los dedos. Frotó un segundo fósforo. Comenzó a arder y con su luz el muro se volvía como un velo; y a través de él la niña pudo ver el interior de un comedor, donde estaba dispuesta la mesa. El mantel aparecía cubierto de fina porcelana; y, sobre él, un pavo asado, relleno de pasas y manzanas. ¡Pero entonces la cerilla se apagó! Ante sus ojos quedó de nuevo el muro, frío y gris.

Entonces, encendió otro fósforo y con su esplendor se vio junto a un soberbio árbol de Navidad. Miles de luces brillaban en sus ramas y a sus pies se veían muchos juguetes, como ella solo los había visto en los escaparates. La niña les tendió las manos, y la cerilla se apagó. Pero las luces, convertidas en estrellas centelleantes, ascendieron alto, muy alto, en el cielo. Una de ellas se desprendió y cayó, trazando en la noche un reguero de luz.

Nuevamente, frotó una cerilla contra el muro. Creció su resplandor, y en medio de aquella luz vio a su abuela, radiante y dulce como cuando estaba viva.

“¡Abuela, llévame contigo! –gritó–. Yo sé que cuando esta cerilla se apague, te marcharás; desaparecerás igual que la estufa caliente, el delicioso pavo asado y el árbol de Navidad!”.

A toda prisa, encendió todas las cerillas que quedaban en el paquete. ¡Quería retener a su abuela, no podía dejarla ir! Y los fósforos lucieron con tales destellos que todo se llenó de luz, como si fuera pleno día. Jamás su abuela le había parecido tan hermosa, tan alta. La anciana la tomó en sus brazos, y así, volaron las dos, alto, muy alto, hasta donde no hace frío, ni existe el hambre, ni pena alguna.

En la fría madrugada, la niña continuaba

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