Los Periodistas Y La Lengua
marylou8185 de Diciembre de 2013
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RESUMEN
No es raro que los periodistas utilicen los medios de comunicación como escaparate
para exponer sus ideas lingüísticas sobre la lengua. Estas reflexiones, a pesar de su
carácter intuitivo e informal, tienen en sí mismas un gran valor, sobre todo si consideramos
la importancia que actualmente se concede al estudio de las actitudes lingüísticas.
Nuestro propósito en este trabajo es esbozar esta “teoría lingüística” de los periodistas
tal como aparece en la prensa escrita actual, lo que nos permite demostrar que estos profesionales
de la palabra, en contra de las acusaciones de que suelen ser objeto, sienten
un gran interés y preocupación por todo lo concerniente al uso del lenguaje en los medios
de comunicación.
PALABRAS CLAVE: Periodista, Metalingüística, Lengua, Eufemismo.
ABSTRACT
JOURNALISTS AND LANGUAGE
It is not rare for journalists to use the mass media as a display of their linguistic concepts.
These thoughts alone, although intuitive and informal, are of a great value, especially
when the importance that is currently given to the study of linguistic attitudes is
considered. Our purpose in this work is to outline this “linguistic theory” of journalists,
as it appears in the current printing press. This will let us show that, opposing the charges
made against them, word professionals are deeply concerned about all that regards
the use of language in the mass media.
KEY WORDS: Journalist, Metalinguistics, Language, Euphemism.
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Estudios sobre el Mensaje Periodístico ISSN: 1134-1629
2001, n.° 7: 295-302
Los periodistas y la lengua
SILVIA HURTADO GONZÁLEZ
silvia@fyl.uva.es
Profesora Ayudante del Departamento de Lengua Española
Universidad de Valladolid
Los periodistas, como todos los hablantes (aún los más irreflexivos), tienen
en su mente una “teoría del lenguaje” cuyos axiomas, demostraciones y ejemplificaciones
pueden rastrearse en las páginas de los diarios. Las reflexiones metalingüísticas
de estos profesionales nos descubren toda una lingüística que valdría
la pena estudiar sistemáticamente, aunque aquí tengamos que conformarnos con
esbozarla mediante breves pinceladas con la convicción de que es un primer paso
para no perderla de vista.
Es obvio que estas consideraciones lingüísticas no surgen de la nada. El periodista
es un “hablante de calidad” al que se le supone una sólida formación lingüística
y una amplia competencia de la lengua. Precisamente por esto y por
exponer sus ideas lingüísticas en un medio de comunicación de masas, estos retazos
de observaciones y reflexiones lingüísticas de muy distinto género pueden
calar en los lectores más que ningún manual de lingüística. No obstante, hay que
decir que tales consideraciones, que resultan vitales para el periodista, por lo
general plantean problemas de mayor calado que son dirimidos con demasiada
ligereza utilizando argumentos informales e intuitivos. Pero, a pesar de estas limitaciones
impuestas por el medio en que se exponen, estas reflexiones tienen en
sí mismas un gran valor, más si cabe teniendo en cuenta la importancia que
actualmente se concede al estudio de las actitudes lingüísticas. Por otra parte,
pueden servir para reabrir el debate sobre determinados axiomas de la lingüística,
como por ejemplo, el de la arbitrariedad del lenguaje, cuestión que se suele
zanjar con un poco de indulgencia. Es decir, estas reflexiones pueden inducir
a reconsiderar la manera académica o científica de tratar algunos aspectos del
lenguaje. Así, partiendo del uso creciente de los eufemismos en la prensa, los
periodistas recapacitan sobre la relación entre las palabras y las cosas y entre los
significados y los significantes.
En un artículo de Carmen Rigalt titulado “El eufemismo gramatical” (El Mundo,
14-4-99) podemos leer lo siguiente: Lo que sugieren las palabras, no siempre
coincide con su significado. El lenguaje está lleno de palabras distraídas que
también distraen a quienes las utilizan: la disposición de sus sílabas no resulta
lógica, ni armónica, ni apetecible de pronunciar, y encima predispone a evocar
lo contrario de lo que se pretende.
Con estas palabras, Rigalt se refiere a la relación entre el significante y el significado
donde se descubren a veces significados profundos de los que puede que
no seamos totalmente conscientes. Se trata de la capacidad del lenguaje para transmitir
lo que no dice explícitamente. Sin embargo, advierte que entre los significados
y los significantes no hay una relación de transparencia. Así, mientras que
en la palabra “estúpido” el acento sale del alma con la fuerza de un escupitajo,
y “cafre” se me antoja un exabrupto redondo, efectista y certero porque está
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subrayado por una erre llena de rotundidad, en “limpieza étnica”, continúa esta
autora, ninguna de las dos palabras ni de los sonidos que encierran hacen suponer
que tras ella se esconde una terrible realidad: una masacre.
He ahí una palabra que lo dice todo y encima sin rodeos: masacre. Algo parecido
sucede desde hace un tiempo con el dichoso “terrorismo de baja intensidad”,
otro truco eufemístico inventado para que podamos hablar de barbarie sin que se
nos queme la lengua. A menudo la vergüenza lleva a sembrar de confusión el lenguaje.
Las cosas que no se hablan, no existen. Las palabras que no se pronuncian,
no duelen. Esa pertinaz querencia al disimulo dice mucho de la incapacidad para
manejar el diccionario y llamar a las cosas por su nombre, pero dice más del cinismo
que adorna la condición humana.
Tras estas palabras se esconde el temor supersticioso, convertido en mito,
de que las cosas dejan de existir si no se las nombra, porque para el hablante
común, de alguna manera, la cosa está ya en la palabra. Así, podemos decir que
desde un punto de vista no científico, se espera una correspondencia natural
entre sonidos y significados, y en otro orden, entre palabras y cosas1. Y esto
tiene que ver con las causas psicológicas del empleo del eufemismo: el miedo
a las palabras, especialmente a las que encierran una valoración, y, en definitiva,
a la realidad a que aquéllas remiten, lo que se ajusta a la perfección con el
mito mencionado.
El eufemismo modifica el lenguaje para no mostrar la realidad que molesta
con la convicción o, mejor dicho, con la esperanza de que no existe lo que no se
dice. Pero el periodista es consciente de la importancia del uso del lenguaje, tergiversado
en la diaria lucha política y en los medios de comunicación. Por ello
las reflexiones impresionistas sobre el eufemismo que representa una visión interesada
de la realidad, que por otra parte no son nuevas como tampoco lo es el drama
de la distorsión política de las palabras, aparecen de forma recurrente en las
páginas de los periódicos que más que axiomas contienen demostraciones y ejemplificaciones.
Por ejemplo, en un editorial de El País (15-3-99) titulado “De alta intensidad”
se escribe: Por más que se utilicen eufemismos, ya no puede hablarse de ‘baja
intensidad’ para definir a la violencia que está acogotando a la sociedad vasca.
Por el contrario, poner bombas, hacer estallar artefactos incendiarios o enviar
cartas bomba es violencia de muy alta intensidad. Es decir, terrorismo.
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1 El lingüista Raffaele Simone apunta que el hecho de que entre las cosas y las palabras no
exista una congruencia natural y asimismo que entre los significados y los significantes no haya una
relación de transparencia es posiblemente la violación de una expresión espontánea sobre la naturaleza
del lenguaje (1992: 72).
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Otra expresión eufemística reciente es comentada por Manuel Hidalgo en El
Mundo (21-9-99): La expresión ‘de corte armado’ es muy interesante, porque,
sutilmente, en su entramado semántico, indica más el estilo de la actuación (violento
expresionismo) que la actuación misma (crimen). Apunta más al modo que
al contenido de la intervención. Suaviza los rigores fácticos del fondo interponiendo
la definición de su talante formal. Es eufemística, por lo tanto más digerible,
pero, sobre todo, incluye un matiz secreto que indica procedimiento, fórmula,
solución.
Pero la observación de los usos eufemísticos puede conducir a otro tipo de
reflexiones, en concreto, a la relación entre la palabra y el pensamiento. En efecto,
con frecuencia los periodistas reflexionan sobre la capacidad de la palabra para
moldear el pensamiento ajeno con el elemento de poder que este conocimiento
conlleva.
Álex Grijelmo, quien recientemente ha publicado un libro sobre este tema
(Grijelmo, 2000), en un artículo
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