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Ninguna eternidad como la mía


Enviado por   •  24 de Abril de 2013  •  1.006 Palabras (5 Páginas)  •  323 Visitas

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Ninguna eternidad como la mía

Isabel Arango creció intensa y desatada como el olor del café. Había nacido uncatorce de marzo, cerca de la estación de trenes de un puerto azul al quedesembocaba el inmenso río Papaloapan. La mañana de ese día su madre sintió llegar, junto con los avisos del parto, la primera lluvia de unas nubes que trajeron a la zona el ciclón más fiero que pudo caber en la memoria de aquel pueblo. Llamado de urgencia, su padre caminó bajo el agua las tres calles que separaban su casa de la tienda de mercancías varias en la que se ganaba la vida. Empapado y febril cruzó el patio y alcanzó la escalera para correr hasta el cuarto en que su mujer paría sin alardes a uno más de sus vástagos. Habían tenido cuatro varones durante los pasados cinco años, la niña llegó por fin haciendo más ruido que ninguno de sus hermanos. Mientras abría los ojos al mundo de agua que todo lo rodeaba, en la estación del ferrocarril el viento arrancó los techos que cubrían a los viajeros en espera de un tren cuyos vagones quedaron volcados fuera de las vías. Un ruido de diablos caído del cielo estremeció el crepúsculo y no dejó de llover en tres semanas. Todo aquel barullo no fue sino el inicio de la inquieta y jaranera niñez de Isabel Arango, la quinta hija de un matrimonio de emigrantes asturianos que, trabajando a la par, había conseguido hacerse de la tienda más ecléctica de un puerto en el Atlántico. Lo mismo vendía sardinas que libros de mecánica, novelas, jamón de jabugo, queso manchego, listones, harina, chiles, bacalao, y pan para judíos, cristianos y descreídos. Nunca una panadería había dado tantísima variedad de panes y jamás una tienda de comida se había atrevido con tal descaro y buen ordena dar albergue a un estante con libros, pero aquel era un puerto capaz de libertades y mezclas como no hubo en el país otro mejor. Jugando como un niño y odiando la costura como una niña, Isabel aprendió lo esencial en una escuela del gobierno que cambió de ideas y reglamentos tantas veces como cambiaron los gobiernos entre 1908 y 1917, año este último en el que se dio al país una nueva Constitución Política y a Isabel un certificado de enseñanza media. Lo que siguió fueron las mañanas ayudando a sus padres en la tienda y las tardes para leer y bailar. Tenía Isabel un gusto por la danza muy raro en aquellas latitudes. Sinembargo, había dado con una exiliada rusa que gastaba sus horas bailando y que en dos años le enseñó cuanto sabía y la ayudó a colocarse entre ceja y ceja la certidumbre de que nada haría mejor en la vida que ser bailarina. Así las cosas, no hubo nadie capaz de interponerse entre ella y su afán de ir a estudiar a la ciudad de México. Un año de ruegos diarios convenció a sus padres de que entre ellos y la contumacia de su hija debía haber todo menos un abismo. Así que le buscaron lugar en la casa de huéspedes de una mujer con la que habían hecho amistad,

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